ITALIA > LA REGIóN DE PUGLIA
La región de Puglia está en el taco de la bota de Italia y durante siglos fue puerta de intercambio entre Oriente y Occidente. De extraordinaria belleza natural gracias a sus costas sobre el Adriático, custodia una cultura antiquísima como la que reflejan sus tradicionales “trulli” y el barroco de sus grandes ciudades.
› Por Graciela Cutuli
Estrecho y montañoso, pero esplendorosamente rodeado de mar, el sur de Italia concentra increíbles pueblos, culturas y artes en un territorio pequeño y a la vez inabarcable por la densidad de su historia. Recostada sobre la costa adriática, y lindante por el oeste con Basilicata y Campania, codiciada a lo largo de los siglos por griegos, romanos y normandos, Puglia es hoy una región fuertemente anclada en las tradiciones de la tierra y sorprendente por la riqueza de la arquitectura que le legaron sus sucesivos ocupantes. Pueblitos blancos de callejones angostos y estrechos donde se pierde la luz, un mar virgen y transparente de acantilados tallados por el viento, bahías ocultas entre las rocas y los colores de la mesa –el aceite de olivas maduradas al sol, los rojos reflejos del vino tinto, los frescos frutos de mar– invitan a gozar con todos los sentidos el viaje al corazón de la Italia profunda. La puerta de entrada es Bari, antiguo puerto de embarque de las Cruzadas.
Hay quienes comparan el perfil de Bari con un largo transatlántico –así dibujado por el perfil de sus edificios– anclado junto a la costa. Hoy día la ciudad mira al mar desde la costanera, construida en los años ’30, nuevo límite que reemplazó a la “Muraglia” protectora ceñida en torno del casco antiguo. Porque hay dos caras bien definidas de Bari: la ciudad antigua, basada en lo que fue primero el centro comercial romano de Barium, y más tarde centro de la gobernación bizantina en el sur de Italia; y la nueva, llamada por algunos “la Milán del sur”, un abigarrado centro de tráfico comercial y marítimo. Y en verdad habría que llegar a Bari por mar para apreciar cómo se envuelve en una bruma soñadora cuando cae la tarde, y el fenómeno de la “Fata Morgana” –esa ilusión óptica que genera la atmósfera de un cuento de hadas– se hace sentir en el horizonte.
Uno de los primeros paseos para respirar el clima urbano es caminar a lo largo de la Muraglia que rodea la península donde se levanta la ciudad antigua, cuyas alturas permiten divisar hacia ese mundo oriental tan estrechamente ligado con la vida de Bari. Hacia abajo, en cambio, las escalerillas llevan hacia la Basílica de San Nicolás, dueño de la devoción local, que en diciembre y mayo es celebrado en una importante procesión hacia al mar. La basílica fue una de las primeras iglesias normandas en la región, y representa el estilo románico propio de Puglia, cruzado con inevitables influencias musulmanas y bizantinas. Porque si alguna vez hubo una Europa multicultural, lo fue sin duda en aquella época medieval donde Oriente y Occidente compartieron el campo de batalla, pero también las horas de la paz.
A través de la calle del Carmine se llega a la Catedral y al Castillo, una construcción austera e imponente flanqueada de palmeras, mientras que si se toma la calle Palazzo di Città se desemboca en la Columna de la Justicia: allí, bajo la mirada atenta de un león de piedra, eran atados los deudores insolventes. Vergüenza de vergüenzas en una ciudad volcada al comercio, cuyo pulso vital sigue pasando todavía hoy por sus mercados: tanto el de pescado de la piazza del Ferrarese, como el de piazza Eroi del Mare. Los domingos por la mañana no hay mucha diferencia entre este mercado variopinto y un zoco de Medio Oriente. Un lugar ideal para recordar el refrán local según el cual: “Se Parigi avesse lu mare, sarebbe na’ piccola Bari” (“Si París tuviera mar, sería una pequeña Bari”).
Yendo hacia el sur, es decir hacia el extremo del taco de la bota italiana que forma Puglia, hay por lo menos dos lugares donde se impone hacer un alto. El primero de ellos es Castellana, en el corazón de una zona donde abundan las dolinas y las cuevas: aquí, las impresionantes Grutas descubiertas en 1938 invitan a sumergirse en un apasionante mundo subterráneo de dimensiones inéditas, y singular belleza. Estalactitas y estalagmitas crean un laberinto fantasmagórico con forma de cortinas de alabastro, donde hay quienes creen ver el escenario ideal del Infierno de Dante. El segundo lugar es Alberobello, sin duda una de los iconos de Puglia en cualquier mapa del mundo, porque aquí se concentran como en pocos otros lugares los curiosos “trulli” que caracterizan la región. Entre viñedos y olivares despuntan los techos cónicos y puntiagudos de estas casitas blanqueadas a la cal, de silueta circular y aire oriental. Los orígenes de estas antiguas viviendas, que se encuentran también en el pintoresco pueblo de Locorotondo (donde está el mejor vino blanco de la región) y en los campos que llevan hacia Martina Franca, son desconocidos. Hay que visitar sobre todo, en Alberobello –donde se concentran en una sola ladera 1070 “trulli”– el Trullo Sovrano, que se impone sobre los demás.
La forma ideal de recorrer la zona es en auto, para poder disfrutar el encanto rural de las rutas regionales. Y al mismo tiempo escuchar la música de los hijos de Puglia, ya que se dice que los nativos del “taco de la bota” llevan el espectáculo en la sangre. De pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad, esta creencia parece tomar realidad: son oriundos de la región desde el tenor Tito Schipa hasta Albano Carrisi (que formó un exitoso dúo musical con Romina Power), Renzo Arbore, hombre orquesta de la música popular italiana, y el ya mítico Domenico Modugno. Y si se trata de hablar de conocidos, otro oriundo de Puglia dio mucho que hablar hace pocos meses, aunque no fuera en cuestiones musicales: el futbolista de la selección italiana Marco Materazzi, aquel que recibió el célebre cabezazo de Zidane en la final del Mundial de Alemania.
Centro principal de la zona de Salento, entre las costas del Adriático y el Jónico, Lecce existe con distintos nombres, según cuenta la leyenda, desde antes de la Guerra de Troya. Hoy es una activa ciudad universitaria, heredera de la prosperidad que conoció a lo largo de los siglos, y de una arquitectura barroca que logró aquí una refinada expresión. Algunos ejemplos se pueden conocer en el Palacio Episcopal, la Catedral, la Iglesia del Rosario y la Santa Croce, donde dejó su sello Giuseppe Zimballo, más conocido como “lo Zingarello”. En el sector central de la ciudad, pocos pasos separan la columna de Sant’Oronzo, una estatua de bronce que evoca a un obispo mártir, del Castillo, el Anfiteatro y el Teatro Romano.
Rumbo al sur, Europa se termina. Lo que queda por delante son las aguas del Mediterráneo, aquellas que presenciaron el cruce de civilizaciones y que hoy son nuevamente surcadas por inmigrantes africanos en busca de convertir en realidad el espejismo de una vida mejor. Sobre este extremo sur de Italia se encuentra el puerto de Otranto, escenario de la violenta conquista por parte de los turcos en 1480, pero rodeado de playas de una belleza que quita el aliento, escondidas entre acantilados y desfiladeros donde de pronto brilla, como nunca, el mar “blu, dipinto di blu”...
En el otro extremo de la región salentina, Gallipoli es una ciudad que hoy vive sobre todo de la pesca y el turismo, pero cuyo encanto le valió el nombre de la “Perla del Jónico”. Lo imperdible está en el centro histórico, situado sobre una isla de origen calcáreo y unido a tierra firme por un puente formado por arcos. Una visita que, nuevamente desde el mar –así deberían verse las principales ciudades de Puglia para conocer su verdadero carácter– resulta inolvidable.
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