COSTA ATLANTICA > VILLA GESELL Y SUS VECINAS
Para recuperar las playas de décadas pasadas, en Villa Gesell se está reemplazando el cemento con la madera. A medida que vencen las concesiones de los paradores instalados en la costa, las topadoras se encargan de tirar todo abajo para que los nuevos se levanten sobre pilotes. Y sus vecinas Mar de las Pampas y las pequeñas Mar Azul y Las Gaviotas siguen creciendo en su medida y armoniosamente con la naturaleza.
› Por Julián Varsavsky
"Casita solitaria frente al mar, se alquila", decía un aviso en el diario La Prensa de 1941. Aquella casita todavía existe, bastante reformada, en Alameda 201 y Calle 306 de Villa Gesell. Casi una reliquia, fue testigo y parte de los cambios que a lo largo de los años fueron modificando el pueblo que creó Carlos Gesell en un desierto de dunas.
El primer esplendor masivo de Villa Gesell fue en los sesenta, cuando entre otras cosas fue una meca hippie cuyo emblema luminoso eran los fogones con guitarreadas en la playa hasta el amanecer. Pero esa bohemia se fue quedando atrás a fines de los ‘70 hasta que en los ‘80 y ‘90 Gesell consolidó su perfil de playa familiar con gran afluencia de jóvenes y frecuentes festivales de rock.
El crecimiento turístico no planificado trajo consigo los perjuicios ambientales de la llamada "industria sin chimeneas". La proliferación de paradores de concreto, canchas de paddle y fútbol, inexplicables piletas, cibercafés, peluquerías y hasta lavanderías, fue achicando sustancialmente las playas, y a su vez perjudicando el recambio de arena que llega con el viento. Cuando en 2003 y 2004 unos grandes temporales erosionaron la costa, el espacio de las ya superpobladas playas se redujo aún más y se desató la alarma en la comunidad gesellina, tan dependiente del mar.
Ante el peligro de quedarse casi sin playas –cada año se perdía un metro más de arena– la municipalidad gesellina creó un programa de manejo integral del frente costero, que básicamente reformuló las reglas del juego para todos los concesionarios de los servicios de playa. El programa se creó en julio de 2004 con el asesoramiento de científicos ambientalistas del Conicet y de la Universidad Nacional de Mar del Plata, y se prevé que finalizará en el 2008. La primera conclusión fue que había que demoler todos los paradores de concreto. Por eso, desde hace dos años, a medida que las concesiones van venciendo, llegan las topadoras. Hasta el momento se han tirado abajo 55 paradores, ahora reconvertidos de acuerdo con las nuevas normas: tienen que construirse sobre pilotes por encima del nivel del suelo para que el viento y la arena circulen por debajo y se mantengan las dunas. Estos nuevos paradores son desmontables ante un alerta meteorológico, tienen grandes ventanales con vista al mar y están obligados a que los baños sean gratuitos para todo el mundo. Actualmente quedan alrededor de 15 de los viejos paradores de concreto pero cuando expiren las concesiones tendrán el mismo destino que los demás.
La otra medida tiene que ver con la avenida Costanera, que en el pasado algunos pretendían asfaltar. Por suerte esa propuesta no prosperó y en vez de asfalto se descargaron sobre la Costanera varias toneladas de arena. Además se prohibió la circulación de vehículos. Como resultado Gesell ganó 60.000 metros cuadrados de playa, al mismo tiempo que allí donde reinaba el rugido de los motores, ahora se puede escuchar nuevamente el arrullo del mar.
El proyecto se basa en la idea de volver a la vieja Villa Gesell –no al utópico paraje de la casita solitaria frente al mar, ni tampoco al ya diluido universo hippie–, para recuperar el ambiente natural que nunca se debería haber perdido.
Un regreso más parecido al de los orígenes de Villa Gesell –al menos en lo que hace a la tranquilidad–-
se da en la vecina Mar de las Pampas, que también nació cuando un inversor inmobiliario compró en 1957 un área de dunas donde plantó un millón de árboles y se "sentó" a esperar 50 años para hacer su gran negocio. Con el desierto convertido en un bosque, durante la década de los 90 comenzaron a aparecer a cuentagotas las primeras casas. Pero en estos últimos cuatro años la playa se puso de moda y las casas y cabañas se multiplicaron de repente a la vera de las calles de arena que serpentean sin un trazado muy definido. Pese a este acelerado crecimiento, basta caminar un poco por la larga costa de 1700 metros de Mar de las Pampas para estar en una playa desierta.
Mar de las Pampas ofrece un perfil más exclusivo que Villa Gesell, donde las muchedumbres juveniles de temporada alta alejan a quienes buscan mayor silencio y calma. En el balneario se respira el clima de espontánea informalidad que generaron sus primeros pobladores, en su mayoría profesionales que se cansaron de la ciudad y decidieron vender todo para irse a vivir a un bosque frente al mar. Ya no son los hippies de Villa Gesell de los años sesenta, sino personas que instalaron su pequeño complejo de cabañas o restaurantes con pocas mesas para poder atender personalmente a sus clientes.
Un poco para diferenciarse de Villa Gesell, los lugareños están convencidos de que no debe haber ni discotecas ni casas con jueguitos electrónicos. Tampoco hay supermercados ni grandes proyectos hoteleros, y cuando a algún constructor se le ocurre encender una motosierra cunde la alarma y los vecinos van rápido a rodear el árbol para que no se lo tale. Además no se permite andar con camionetas 4x4 por la playa.
La estrategia que el sector turístico privado impulsa para que Mar de las Pampas no pierda su esencia, es tratar de convertirla de a poco en una "slow city" o ciudad lenta, un movimiento originado en Roma en 1968 cuando se quiso instalar un McDonald’s en la Piazza Spagna. El creador de esta idea es un sociólogo llamado Carlo Pertini, quien en su natal pueblo de Bra les declaró una guerra pacífica pero muy efectiva a los restaurantes de fast food, promoviendo en lugar de la comida chatarra, la slow food. Al poco tiempo la idea de "ralentar" un poco todo se amplió hacia otros aspectos como el tránsito vehicular –que fue bastante restringido al igual que la publicidad en los espacios públicos–, y a mejorar la calidad de vida limitando los ruidos molestos y las luces de neón. Hoy en día hay 80 ciudades en el mundo que adoptaron esta idea y Mar de las Pampas aspira a ser una de ellas, aunque en verdad ya casi lo era sin saberlo. Y más bien lo que se busca es que no deje de serlo.
Además de haberse prohibido la instalación de antenas para telefonía celular, tanto porque dañan la belleza del paisaje como por estar sospechadas de contaminantes, en Mar de las Pampas el asfalto no tiene futuro. Todos sus pobladores se oponen de manera inflexible a que se pueda pavimentar alguna calle. Sin asfalto, la velocidad máxima para circular es de 30 kilómetros por hora, con lo cual prácticamente se excluye la posibilidad de un accidente. Así, los padres no tienen que preocuparse de que sus chicos anden solos por el balneario. Además, por simple consenso todos los prestadores decidieron retirar de la ruta los carteles que anunciaban sus propios servicios.
Concretamente se busca que en todos los aspectos las personas que viven o visitan Mar de las Pampas "bajen un cambio", hagan todo de forma lenta y relajada, y que sepan que si van a un restaurante deberán esperar con calma el plato. Una buena comida con ingredientes frescos y elaborada en el momento requiere de un tiempo respetable de trabajo.
La impronta de Mar de las Pampas se conformó originalmente por cierta bohemia que le escapaba a la masificación de Villa Gesell, esa especie de hermana mayor a la que todos vuelven por diversos motivos. Quienes deseen una agitada vida nocturna, con discotecas y entretenimientos, pueden acercarse hasta la vecina ciudad. Mar de las Pampas, por el contrario, se define por el silencio en medio del bosque, las familias despreocupadas de los chicos y las extensas playas donde jamás podría haber un conflicto territorial.
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