BRASIL > PRAIA DO ROSA Y GAROPABA
Praia do Rosa y Garopaba son dos playas del estado de Santa Catarina que nada tienen que envidiarles a sus similares nordestinas. Amplias bahías, morros y encantadoras posadas en las laderas cubiertas de vegetación. Y para los turistas argentinos tienen la ventaja de no estar tan lejos: si les gusta manejar, pueden llegar en auto.
› Por Julián Varsavsky
En el sur del estado de Santa Catarina existen playas muy populares como Garopaba e Imbituba, que atraen a más de 100.000 turistas en temporada alta. Pero muy cerca de estos centros masivos, a unos 70 kilómetros de Florianópolis, hay otro exótico lugar llamado Praia do Rosa, semiescondido en una bahía de 2 kilómetros que traza una larga “U” de arena al pie de una cadena de morros.
Praia do Rosa permanece ajena a las grandes multitudes y hasta hace pocos años era una simple aldea de pescadores y campesinos perdida en el mapa de Brasil. En los ’90 la playa floreció turísticamente hasta convertirse en una de las más prestigiosas del país debido a su notable nivel de preservación de la naturaleza. En los hechos, Praia do Rosa sigue siendo una aldea de pescadores donde el único cambio ha sido la aparición de unas 40 posadas escondidas entre la vegetación de las montañas. A diferencia de otras playas de Brasil que crecieron perjudicando el entorno y la estética, aquí son los mismos hoteleros quienes cuidan celosamente las cualidades naturales de esta playa, donde no hay ni siquiera un centro comercial. A tal punto se ha respetado el entorno que, por ley, en la playa no hay un solo parador o barcito, ese componente básico de toda playa brasileña, por muy alejada que sea.
Las mejores posadas están sobre la ladera de los morros, a 30 metros de la playa. Generalmente se trata de bungalows muy separados uno del otro, con una hamaca frente al mar. Y cuando uno desea ir a la playa basta con descender por un senderito entre la vegetación para alcanzar las arenas doradas.
La variedad hotelera de Praia do Rosa incluye desde un “Albergue de la Juventud” con habitaciones compartidas hasta lujosos bungalows cuatro estrellas con habitaciones equipadas con hidromasaje. En el medio hay toda una gama de posadas muy confortables. Antes de hacer la reserva, conviene asegurarse de que el hotel esté cerca de la playa.
Praia do Rosa también es un paraíso para los surfistas, quienes descubrieron sus olas a fines de los ’70, contribuyendo así a impulsar el turismo en la zona (en la playa hay una escuela de surf). Entre los paseos ecológicos, el más popular es un sencillo trekking de 45 minutos a través de la selva conocida como “Mata Atlántica” hasta la catarata Zanella de 15 metros de altura, cuyas límpidas aguas invitan al chapuzón. Otras alternativas son las cabalgatas por unas dunas cercanas a la playa y las excursiones en barco que organiza la Posada Vida, Sol y Mar desde Garopaba. Uno de los paseos náuticos llega hasta la deshabitada Isla de los Corales, donde se hace snork en unas aguas cristalinas que permiten ver toda clase de peces exóticos. Luego se continúa hacia una playa paradisíaca que está dentro de una reserva natural. La última parada es en una zona de grandes dunas donde se puede practicar sandboard a toda velocidad.
No por pequeña, Praia do Rosa carece de una interesante vida nocturna. Los surfistas siguen siendo mayoría entre los jóvenes y son quienes imponen la moda. Los bares bailables están uno al lado del otro en lo que vendría a ser el sencillo centro de Praia do Rosa, y por lo general se escucha rap, funk y reggae interpretados por bandas en vivo. Quienes busquen ritmos más auténticamente brasileños tendrán que ir hasta el balneario Ferrugem, ubicado a 25 kilómetros y con masiva presencia de adolescentes.
Quienes busquen un poco más de vida social, masividad y fiesta brasileña en el sur del país deberán optar por Garopaba, una histórica ciudad ballenera ubicada a 17 kilómetros de Praia do Rosa. Aquí hay discotecas, un centro comercial, banco, supermercados y una enorme feria artesanal. La principal de sus ocho playas mide dos kilómetros y tiene grandes olas que atraen a millares de surfistas por año, que llegan sobre todo de Río de Janeiro y San Pablo. En la década del 70 fue una pequeña villa de pescadores descubierta por “forasteros”, quienes con sus mochilas y carpas comenzaron a darle un diferente y colorido perfil. Hoy, gracias a una legislación urbanística apropiada, todavía mantiene las características de la “villa” original, con casas de planta baja y de dos pisos.
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