CUBA > LA CIUDAD DE SANTIAGO DE CUBA
En Santiago de Cuba, el espíritu caribe vibra en cada esquina. Cuna del son y baluarte de la trova, es también una ciudad cargada de historia. Desde las guerras independentistas a la revolución de 1959, la indómita Santiago fue protagonista de los hechos más importantes. Un recorrido por sus peñas musicales y una visita a lugares emblemáticos de las gestas cubanas.
› Por Emiliano Guido
La mayor de las Antillas tiene en Santiago de Cuba el baluarte de su espíritu díscolo y revoltoso. Su pertenencia al Caribe la marcó a fuego: era el paso obligado del tráfico de esclavos durante el siglo XIX, flujo migratorio que dejó una estela de atributos africanos y sembró un sincretismo cultural que forjó en la música popular su más armoniosa criatura.
SON SANTIAGUERO “Si no te gusta la música, no puedes decir que eres santiaguero. Yo le agregaría fidelista, pero supongo que algunos no coincidirán”, dice Frank, dueño de una humilde casa que se contenta en alojar porteños para disfrutar de un buen mate. Es que el carnaval santiaguero hunde sus raíces en una etapa muy remota de la colonia. Alrededor de la Catedral, a fines del siglo XVII, una procesión recorría las calles con motivo de la celebración del Patrono de la Villa, Santiago Apóstol. La apoteosis de esta fiesta popular llega en julio con siete días y noches sin cortes, de danza tradicional, desfiles de comparsa y un baile tan sensual como sólo las caderas del Caribe pueden acompasar.
La ciudad es reconocida en toda la Isla como la más destacada plaza musical. En sus irregulares calles se plasmaron las mejores páginas de los géneros más populares: el son, el bolero y la Trova tradicional. Este acervo cultural justifica que Santiago de Cuba sea con frecuencia sede de importantes eventos artísticos, donde se destacan los festivales del Caribe, del Son Miguel Matamoros y de la Trova Pepe Sánchez.
Cuando la lenta retirada del sol entinta los empedrados del casco colonial, las peñas de música abren sus puertas y el alma de los turistas con dulces acordes de algún son o bolero tradicional. Aquellos que tengan un paladar melódico más emparentado con las raíces negras tienen una agenda nutrida de centros culturales para visitar. El Cabildo Teatral Santiago, que surgió junto con los carnavales; el Ballet Folklórico Cutumba, con antecedentes en el folklore haitiano; el Cabildo Carabalí Olugo, integrado por hijos de esclavos de la colonia española; y el Cabildo Carabalí Izuama, que utiliza instrumentos típicos como el quinto, el cacha o la flauta de bambú, en armonía con los trances hipnóticos de su danza africana.
Entre el paseo La Alameda, pegado al puerto, y el Parque Céspedes, con sus largas bancadas para descansar, hay una atmósfera de estudio de filmación cerrado. Enormes galpones de acopio y algunos edificios abandonados acentúan un clima espectral que rápidamente disuelve el ritmo que brota de la Peña del Folklore, la Casa de la Música y, como estrella mayor en el reparto, la Casa de la Trova, donde se ofrecen diariamente los mejores espectáculos en vivo. Están en el corazón de un barrio que permanece en penumbras para agigantar la representación de un escenario decimonónico.
Para no desentonar en la noche santiaguera hay que postergar prejuicios y formalismos. Angelito, un afable presentador de la Casa de la Música, anima la velada ofreciendo una libreta personal para que el turista deje una frase de recuerdo, mientras cuenta que estuvo “en el Africa con el Che para apurar la descolonización”. Aquí se consuma la misma comunión de espíritus, sin miramientos de linaje, que tan bien retratara el catalán Serrat con su clásico tema “Mediterráneo”. El barrendero se acopla a la armoniosa cintura de una sueca cuarentona, los mozos insisten para ser invitados con un ron blanco, la más bella morena del lugar da vuelta el corazón de un adolescente con sus movimientos felinos. Las pocas sillas se apartarán y, en ese modesto salón vestido de gala para la orquesta, el baile seguirá hasta el amanecer.
DE MARTI AL MONCADA Los mayores sacudones de la política cubana, desde las guerras independentistas del siglo XIX hasta la Revolución de 1959, se registraron casi siempre sobre el Oriente. Por eso, una visita a Santiago invita a conocer aquellos lugares que quedaron marcados por la historia.
Aunque el recorrido elegido se detenga sólo en los sitios más emblemáticos, es recomendable plegarse a un city tour para economizar tiempo, ya que las distancias son importantes en la segunda ciudad cubana. A este dato, se le suma el dificultoso tránsito por sus calles empinadas y de veredas angostísimas, y las continuas tormentas tropicales, que se desatan fugaces e interrumpen cualquier caminata. La arquitectura colonial de esta zona céntrica resiste en su estado primigenio, casi sin toques restauradores.
El Cuartel Moncada, el mayor arsenal de armas de la década del ’50, hoy es una escuela primaria que también oficia de museo. Su frente amarillo conserva las gruesas perforaciones del ataque inicial de la denominada “Generación del Centenario”, en alusión a José Martí. Cuenta con diez salas donde se exhiben armas, textos e imágenes desde los tempranos momentos de la conquista hasta las luchas de guerrilla en la Sierra Maestra. El siguiente paso es la Granjita Siboney, ubicada en la periferia de la ciudad. En esta quinta de frondosos mangos concentraron las tropas que protagonizaron el asalto al Cuartel Moncada en la madrugada del 26 de julio de 1953. Aquí se conservan fotografías, artículos personales y logísticos de los guerrilleros, quienes simularon una producción avícola para poder esconder su armamento. En el tramo de carretera que une Santiago con la Granjita, llaman la atención sencillos monumentos a los caídos en esta gesta.
En el Cementerio Santa Ifigenia, considerado Monumento Nacional, están los restos del próceres José Martí y Manuel de Céspedes, así como también los de los mártires del Moncada. El cementerio es una joya del arte funerario por sus tumbas majestuosas trabajadas en mármol italiano. En él, cada media hora con puntualidad castrense, un puñado de soldados realiza un solemne desfile, con estridente música militar de fondo, para honrar a Martí. A los pies de su mausoleo, están las placas de todas las naciones latinoamericanas que donaron tierra de sus países para la tumba del prócer. Y a pocos pasos de la entrada están sepultados los restos del oficial Compay Segundo, quien perteneció a las Fuerzas Armadas cubanas antes de ser trovador.
La Fortaleza de San Pedro de la Roca del Morro fue declarada Patrimonio de la Humanidad. Así lo consideró la Unesco, por ser el más completo exponente de los principios de ingeniería militar del renacimiento en el Caribe. Su construcción respondió a necesidades defensivas frente al acoso de los piratas. La Fortaleza está ubicada al Este de la ciudad, donde comienza el canal de entrada a la bahía, sobre un elevado escarpe de cara al mar abierto. Su museo testimonia la caída de la flota española ante el primerizo y joven imperio de Estados Unidos, momento a partir del cual Cuba cambió de manos como colonia.
Santiago mantiene con La Habana una clásica rivalidad; incluso se sucedieron como capital del país. Y no es para menos: en la isla cada región ostenta su orgullo de pertenencia. Una frase estampada en varios paredones de la ciudad caribeña resume su máximo pergamino: “Santiago de Cuba: rebelde ayer, hospitalaria hoy, heroica siempre”.
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