FRANCIA > LOS CASTILLOS DEL LOIRE
A pocos kilómetros de París, los emblemáticos Castillos del Loire hablan de los tiempos en que los reyes de Francia eligieron este lugar para vivir y dejar constancia de su poder absoluto. Chambord, Amboise, Chenonceau y Cheverny conforman hoy una ruta digna de un cuento de hadas.
› Por Graciela Cutuli
Torres, arcos, puentes, galerías, pasadizos, escaleras, construidos con una maestría sin igual, entre los bosques que fueron coto de caza de los reyes, a orillas del Loire y sus afluentes. Siglos atrás, los reyes de Francia eligieron esta región como residencia, lejos de los peligros que el pueblo de París ofrecía para sus excesos de lujo y bienestar, y construyeron entre Orleans y Tours una serie de castillos que hoy son uno de los circuitos turísticos más visitados del mundo. Además de los castillos más emblemáticos, como el imponente Chambord o el elegante Chenonceau, en toda la zona del Loire se levantan incontables castillos y mansiones más pequeñas, muchas de ellas privadas y habitadas, o convertidas en hoteles, así como abadías y museos que reviven la historia de los grandes personajes de esta historia: Francisco I, Catalina de Médicis, Enrique IV, Leonardo da Vinci, Diana de Poitiers... Aunque hay excursiones diarias desde París que recorren los principales castillos, la mejor manera de conocer esta región es alquilar un auto y recorrer minuciosamente las rutas que llevan hasta cada uno de ellos, generalmente situados entre rutas rurales, ríos, bosques y arroyos que los ocultan a la vista de las principales autopistas. Algunos de ellos permiten descubrirlos –en temporada, es decir julio y agosto– a través de visitas en trajes de época, en excursiones nocturnas con linterna, en espectáculos de luz y sonido o a través de los museos de cera que recrean escenas históricas. Pero durante todo el año, bastan la belleza de su arquitectura y la riqueza de su historia para emprender la visita.
CHAMBORD, REY DE REYES Emblema del Renacimiento francés, Chambord es de dimensiones tan vastas y ambiciosas que tal vez por eso nunca fue habitado. Si realmente Leonardo Da Vinci, que murió poco antes de que comenzaran las obras, tuvo algo que ver en el proyecto, seguirá siendo un secreto: nadie sabe quién concibió realmente este castillo nacido como símbolo de la centralización del poder francés, y del preponderante papel de Francia en el cambiante mapa de la Europa de su época. Construido en el corazón de un bosque, entre pantanos que desprenden al alba una bruma misteriosa, su planta rectangular está jalonada de torres redondas, con un torreón colosal en uno de los extremos. En el interior, esperan intactas 440 habitaciones, torrecillas, chimeneas, grandes salones y una escalera de doble espiral (“la escalera de los amantes perdidos”, según la leyenda). La visión de frente es armónica y majestuosa: Chambord es un castillo que no tiene igual, “un sueño realizado”, según las palabras del poeta Alfred de Vigny. Curiosamente Francisco I, el rey que lo hizo construir, nunca lo habitó ni lo amuebló en forma permanente: fue casi dos siglos después Luis XIV quien le dio nueva vida, convirtiéndolo en uno de sus refugios de caza favoritos, donde solía presentar también espectáculos de ballet y las representaciones teatrales de Molière.
CHENONCEAU, CASTILLO DE DAMAS Es el castillo privado más visitado de Francia, y basta un primer vistazo para comprender por qué: construido sobre un puente que cruza el río Cher, ofrece una imagen encantadora sobre las aguas inmóviles del río, que duplican sus arcos y torres con perfecta simetría. Cercado por bosques de cedros, está cercado de los clásicos jardines a la francesa, impecables en sus diseños geométricos y en el trazado de sus verdes avenidas. Chenonceau es conocido como el “castillo de las damas”, ya que varias mujeres tuvieron influencia en su historia y construcción: en primer lugar Catherine Briçonnet, la esposa de Thomas Bohier, el funcionario de Francisco I que mandó levantar el castillo. Fue ella quien se encargó de los trabajos, mientras su marido estaba ocupado en las múltiples guerras de su tiempo, y no cabe sino exclamar un “chapeau!” admirativo ante la excelencia del resultado. Al morir Bohier, Francisco I logró quedarse con el Chenonceau, que años más tarde fue regalado por Enrique II a su amante, Diana de Poitiers. La dama hizo construir un nuevo jardín, que aún se conoce con su nombre, y un puente entre el castillo y la orilla izquierda del río, como preveían los planos originales. Sus esfuerzos, sin embargo, no pudieron impedir que a la muerte del rey la despechada esposa, Catalina de Médicis, la obligara a cederle nuevamente el castillo. Decidida a hacer también historia, “la italiana” –como la llamaban despectivamente sus súbditos– hizo edificar un nuevo jardín y sobre el puente la galería que hoy completa el espectacular conjunto arquitectónico. Con el tiempo, fueron huéspedes célebres Voltaire, Marivaux y Montesquieu; el castillo también fue usado como hospital en la “Gran Guerra”, y estuvo a punto de ser destruido por una bomba durante la Segunda Guerra Mundial.
CHEVERNY, EL CASTILLO DE TINTIN Entre Chambord y Chenonceau, un tercer castillo invita a detenerse y a reconocer su silueta: lo lograrán rápidamente los lectores de las historietas de Tintin, ya que Hergé, el dibujante, se inspiró en la silueta de Cheverny para recrear el imaginario Castillo de Moulinsart, la morada del capitán Haddock. Cheverny, a su vez, se inspira en las clásicas líneas del Palacio de Luxemburgo, en París. Sin embargo, no es una residencia real propiamente dicha: si bien fue visitado por Enrique IV, el rey sólo permaneció en la antigua fortaleza que se levantaba en el lugar, muy distinta del castillo actual, construido a principios del siglo XVII. El dueño actual del castillo, el marqués de Vibraye, es descendiente del conde de Cheverny Henri Hurault, tesorero militar de Luis XI, el primero en comprar las tierras en la Edad Media. El castillo no estuvo siempre en manos de la familia, que después de vaivenes de toda clase volvió a comprarlo en 1824. Un siglo después fue abierto al público, que desde entonces puede admirar la magnífica decoración interior, la colección de obras de arte, el mobiliario del siglo XVII, los tapices decorativos y las armas y armaduras que se exponen en una de las salas. Otro espectáculo que ningún turista quiere perderse es la alimentación de la manada de 50 perros de caza que viven en el castillo, a la que se puede asistir todos los días por la tarde. Durante la Segunda Guerra Mundial, cuando se temía el bombardeo de París, numerosos muebles y obras de arte de los museos parisienses encontraron refugio en Cheverny: entre ellas, nada menos que la célebre Gioconda.
AMBOISE, EL CASTILLO DE LEONARDO Cuna de reyes, construido en estilos que van desde el gótico flamígero hasta el renacentista, Amboise está ligado para siempre a la memoria de Leonardo Da Vinci, que –invitado por el rey mecenas Francisco I– vivió a poca distancia, en el Clos Lucé, una antigua residencia hoy convertida en museo homenaje al genio italiano. Leonardo murió en Amboise, y fue enterrado en la capilla Saint-Hubert del castillo, uno de los mejores ejemplos de la admiración francesa por el gusto italiano durante el Renacimiento. En 1560 el castillo fue escenario de la Conjuración de Amboise, en los comienzos de las Guerras de Religión, antes de decaer en el interés real durante los siglos siguientes (incluso una parte del castillo fue demolida durante el primer imperio). Durante cinco años, entre 1848 y 1852, Amboise fue prisión del emir argelino Abd el–Kader, enemigo de la ocupación francesa, liberado luego por orden de Napoleón III. A modo de recuerdo, un Jardín de Oriente invita hoy en el castillo a la meditación y la contemplación, con una serie de 25 piedras grabadas con himnos a la paz y a la tolerancia extraídos del Corán. Entre tanta historia, nada podría ser más actual en la Europa de hoy.
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