TREKKING > EN LA COMARCA ANDINA DEL PARALELO 42
A partir de 1960 se fueron construyendo refugios de montaña muy sencillos en la zona de El Bolsón y Lago Puelo, a los que sólo se llega caminando. Interconectados por una red de senderos de trekking, los refugios permiten descubrir “secretas” lagunas, arroyitos prístinos e increíbles panoramas de altura. A muy bajo costo, la posibilidad de internarse una semana en la montaña.
› Por Julián Varsavsky
Los orígenes de Piltriquitrón, el primer refugio de montaña en la Comarca Andina del Paralelo 42, se remontan a la década del ‘50, cuando los creadores del Club Andino levantaron una pequeña casa de troncos que fue pionera en la zona y todavía está en funcionamiento. Pero el verdadero impulso de los refugios comenzó en los sesenta –junto con el auge de El Bolsón–, cuando ese club de montañistas creció y sus integrantes se dedicaron a construir diferentes casas en la montaña a las que sólo se puede llegar a pie. Esos refugios son utilizados para recorrer una compleja trama de circuitos agrestes ajenos a las grandes multitudes.
¿Cómo viajan estos trekkineros tan singulares? Con la mochila en la espalda –y por lo general sin carpa a cuestas–, caminan unos kilómetros desde El Bolsón o Lago Puelo y en ciertos puntos clave salen de la ruta para internarse varios días en la montaña. No se trata de una aventura de alta complejidad ya que sólo se trata de caminar sin apuro por sendas a veces planas y otras ascendentes, hasta llegar a alguno de los refugios desperdigados en la montaña donde pasan unos días antes de retomar la marcha.
Los servicios de los refugios son básicos: cuartos con camas para entre 10 y 30 personas sin distinción de sexo, baños, ducha con agua caliente en muchos casos, un pequeño restaurante y cocina para que cada cual se prepare la comida si así lo prefiere. Pero lo más apreciado por los viajeros es la cerveza artesanal –siempre de producción propia del refugiero–, que contribuye al clima festivo que se vive en los refugios, con fogones y guitarreadas hasta altas horas.
En los refugios se cobra por el pernocte y el uso de la cocina, y si bien el precio varía según cada lugar, cuestan un promedio de 20 pesos por noche. Funcionan todo el año y fuera de temporada podría ocurrir que el encargado no esté, pero como norma siempre se dejan las puertas abiertas para que cada caminante haga uso de las instalaciones con el compromiso de dejar todo como estaba al retirarse, incluyendo la reposición de la leña.
Desde El Bolson Una de las excursiones más hermosas que hay en los alrededores de El Bolsón –ya sea a pie o a caballo– es la que llega hasta el Cajón del Azul, donde hay un refugio de montaña con el mismo nombre. Las opciones son alojarse en el lugar para visitar luego los alrededores o regresar en el día, lo cual supone recorrer entre ida y vuelta unos 22 kilómetros en total.
El circuito comienza 15 kilómetros al noroeste de El Bolsón, en un cruce de caminos junto a un paraje llamado Mallín Ahogado, específicamente en la chacra de la familia Warton (un remise cuesta $18 y también se llega en colectivo). El Cajón del Azul está ubicado dentro de la Reserva Natural Río Azul-Lago Escondido, donde proliferan los bosques de ciprés. A partir de los 700 metros de altura, las laderas de las montañas se cubren con los coihues, cuyos troncos alcanzan unos 40 metros de circunferencia.
El camino bordea casi todo el tiempo el río Azul, que por momentos desaparece entre la densa vegetación para reaparecer por una “ventana” entre los árboles con el brillo de un fogonazo. La transparencia perfecta del río permite ver con nitidez la rugosidad de las rocas del fondo a cinco metros de profundidad. Y entre ellas también se suelen ver decenas de truchas –distinguiéndose hasta sus puntitos marrones en las escamas–, que permanecen inmóviles contra la corriente esperando el alimento. Aunque el río se llama Azul, sus aguas son de color verde esmeralda.
A la media hora de caminata aparece la huella ancha que conduce al refugio. Esa huella es una “servidumbre de paso” (camino vecinal privado en el que se permite el libre tránsito), utilizado por los pobladores que poseen chacras a ambos lados del río. Dos horas después se llega a un idílico camping llamado La Playita donde hay duchas, letrina, fogones y servicio de cocina.
En el camino se suele escuchar el golpeteo delator de los carpinteros y los ruiditos de hojas secas removidas en el suelo por el chucao, un ave terrestre que se desplaza a los saltitos. Los omnipresentes son el huidizo puma, el torpe jabalí y el refinado huemul.
El trayecto tiene una leve inclinación e incluso por momentos es plano, para tornarse algo más escarpado en la última media hora (son tres o cuatro horas de ida). Y si bien requiere de mayor esfuerzo, es también el tramo más bonito porque el río comienza a quedar encerrado entre las paredes de roca. El agua aprisionada corre con fuerza por los angostos “cajones” para desembocar en paradisíacos remansos donde se puede nadar y hasta practicar un clavado.
En ciertos lugares las dos paredes de piedra dejan un pequeño resquicio en el medio, al fondo del cual apenas se vislumbra el agua 30 metros más abajo. Cerca del final hay un vertiginoso puentecito de madera por donde se cruza para seguir por un senderito hasta el refugio Cajón del Azul, a 600 metros sobre el nivel del mar. Allí recibe a todo el mundo Atilio Csik, quien hace 27 años vive en la montaña con la sola compañía veraniega de los viajeros. El resto del año lo pasa casi solo, con sus libros de Chesterton y unos casetes de Keith Jarrett.
El refugio, construido por su dueño totalmente en madera, tiene en el piso superior una gran habitación con diecisiete colchones en el piso. Por regla explícita en ningún refugio de montaña se rechaza a nadie. “Si es necesario inventamos camas; el que llega se aloja como sea y acá pueden dormir hasta 48 personas”, dice Atilio, mientras sirve una cerveza fabricada con sus propias manos. “Vienen muchos estudiantes –incluso extranjeros–, y en el verano se vive un ambiente festivo todos los días hasta las dos de la mañana, cuando los mando a dormir o a seguir la farra en el área del camping”.
La electricidad del refugio es a batería y el pernocte con uso de los baños y la cocina cuesta $ 16. También hay una proveeduría que ofrece pan casero entre otras cosas, y se puede encargar un corderito asado. Algunos precios orientativos en el lugar son los siguientes: un plato caliente ($18), un champagne de saúco ($10), dejar la basura ($3), acampar ($5), una ducha caliente a leña ($4) y una cerveza artesanal ($12). Una recomendación importante es llevar bolsa de dormir porque no hay sábanas.
Los caminantes se quedan por lo general una noche en el Cajón del Azul. Unos regresan a El Bolsón –tres horas hasta la ruta– y otros siguen camino hacia otros refugios. El más cercano está a una hora (El Retamal) y el más lejano a ocho (Los Laguitos). El circuito más popular comienza por el refugio Hielo Azul, para seguir por el llamado Laguna Natación y terminar en el Cajón del Azul, luego de dos o tres días. Y los que buscan recorrer todo a fondo agregan al final la visita al refugio Los Laguitos –considerado el más bonito por el entorno–, completando más o menos una semana.
A HIELO AZULEl circuito sugerido más arriba tiene como primer tramo el que va al refugio Hielo Azul. La senda parte desde el camino del circuito Río Azul, a 8 kilómetros de El Bolsón, y se requieren unas cinco o seis horas de marcha. La exigencia es considerada de nivel medio según las guías especializadas y el camino está señalizado con marcas rojas y amarillas en los árboles y piedras. El desnivel desde la base es de 1100 metros.
La cabaña de Hielo Azul tiene capacidad para treinta personas y se duerme en colchones. Allí se ofrece servicio de duchas y comidas calientes y un sitio de acampe. En las cercanías, cruzando un arroyo, hay una vista insuperable de un “anfiteatro glaciar” que reluce todo el año, conformado por los cerros Hielo Azul (2270 msnm) y el Barda Negra.
De acuerdo con el estado de la nieve se puede llegar hasta el filo de ese anfiteatro en una excursión de tres horas. Allí se observan las profundas grietas del glaciar que inspiraron el nombre del cerro.
Al día siguiente se puede seguir camino hacia el refugio Laguna Natación, a cuatro horas del anterior.
El sendero es considerado de alta dificultad por sus pendientes pronunciadas y algo resbalosas, donde hay que ayudarse agarrándose de ramas y troncos. El refugio Lago Natación está a 1400 msnm y se recomienda pasar la noche allí.
El tramo hasta el citado refugio Cajón del Azul tiene sus complejidades por lo empinado del descenso. Y una vez en el refugio ya se puede emprender el tramo de regreso final o extender la travesía tres días más para visitar el refugio Los Laguitos.
EL MAS ALEJADO Desde el Cajón del Azul hasta Los Laguitos hay unas ocho o nueve horas de áspera caminata. El objetivo es alcanzar un refugio de ensueño en lo más profundo de la cordillera –casi en el límite con Chile–-, atravesando una maravillosa selva valdiviana que esconde tesoros poco comunes como árboles de mañú y alerces de más de mil años. El rumbo a veces es algo confuso, aunque las bifurcaciones están señalizadas. Al final de una subida aparece abajo y al fondo el lago Lahuán (alerce), rodeado por una frondosa vegetación. Junto a la costa se levanta el refugio Los Laguitos, una construcción sencilla y agradable con capacidad para treinta personas donde se ofrecen comidas simples y cerveza artesanal. Para muchos, Los Laguitos es el punto cumbre de los refugios que hay en toda la zona. Y para los amantes de esta forma de paseo, tantas alternativas son una razón suficiente para venir todos los años a “perderse” unos días en la montaña, donde muchas veces sin luz, nunca con teléfono y sin las comodidades del turismo tradicional, todos parecen muy felices disfrutando del reino de lo natural en su más pura expresión.
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