Domingo, 21 de enero de 2007 | Hoy
FRANCIA > EN BARCO POR LA CIUDAD LUZ
El Sena divide París en dos míticas orillas, la más bohemia Rive Gauche y la elegante Rive Droite, sede del poder desde los tiempos de la monarquía. Un paseo por las aguas de un río tan mítico como la ciudad que atraviesa para ver las postales parisinas desde otra perspectiva.
Por Graciela Cutuli
París es una ciudad predispuesta a las postales románticas, y a las imágenes monumentales. Es su vocación de “grandeur”, que se manifiesta en una Torre Eiffel centelleante cada vez que cae la noche, en la rutilante Avenue Montaigne, en las ondulaciones de Montmartre o en el trazado rectilíneo de la Place des Vosges, entre tantos lugares que la convirtieron en la capital del país más visitado del mundo. Pero entre esas muchas postales hay una insoslayable, y es la que ofrece el atardecer sobre el Sena, el río que la divide en dos orillas: la norte o Rive Droite, sede del comercio y del poder desde los tiempos de los reyes, y la sur o Rive Gauche, la más popular y bohemia, donde se encontraba la universidad desde los tiempos medievales. Además, es el punto de referencia para tomar las distancias de la ciudad y para la numeración de las calles que parten o terminan en el río. En una de sus canciones más populares, Yves Montand aseguraba que “el Sena tiene visitantes que lo miran a los ojos a cualquier hora, y son sus enamorados”. Nada ha cambiado desde entonces. A toda hora, junto a los puestos de los bouquinistes que ofrecen libros y revistas de ocasión, desde los puentes que lo cruzan de orilla a orilla o desde los barcos que lo recorren de una punta a la otra, los enamorados del Sena –“la Seine”, para los parisienses– le rinden un silencioso y perpetuo homenaje.
EL SENA DESDE EL SENA El mayor tráfico de París pasa en los alrededores del Sena, sin tocar el río, por el laberinto de avenidas y calles estrechas que forman la red callejera de la capital. Navegar el río es para los que tienen tiempo de disfrutar París sin los apuros cotidianos, y para ellos las opciones son variadas: se pueden tomar los “bateaux mouches”, los más espaciosos y con techo de cristal, los cruceros “bateaux parisiens”, más lujosos todavía, las rápidas “vedettes de París” o los “batobus” que funcionan como un práctico medio de transporte, ya que ofrecen varias paradas junto a los principales monumentos situados a orillas del Sena. Los más célebres son los “bateaux mouches”, que fueron en sus orígenes, en el siglo XVIII, pequeñas embarcaciones livianas construidas para la obra del Quartier de la Mouche, en Lyon. El nombre lo heredaron los barcos ómnibus de la Exposición Universal de 1900, y fue la idea de un hombre llamado Jean Bruel comprar uno de los últimos para emprender viajes de ensueño por París desde el río, divisando la ciudad desde los techos vidriados e iluminados de los barcos. Era el año 1949, y una París destruida por la guerra necesitaba sin duda el toque esperanzado y romántico que le dieron los nuevos paseos por el río.
En los “batobus”, a lo largo de todo un día, y con un pase único, es posible bajar y subir en las sucesivas paradas: la Torre Eiffel, el Museo D’Orsay, el Louvre, Nôtre Dame son las principales. Los otros barcos, de recorridos sin parada, permiten almorzar o cenar a bordo (hay que consultar las reglas de etiqueta previstas en cada caso), cuando una París iluminada a pleno ofrece imágenes dignas de ensueño. También hay quienes celebran a bordo el Día de San Valentín, o quienes se casan: todo está previsto, ya que la propia empresa de embarcaciones pasa a buscar a los novios en limusina, los lleva al embarcadero, y les ofrece luego el viaje y un brindis a bordo. La tradición del paseo turístico por el Sena sólo sufrió raras interrupciones, como cuando en 1995 una prolongada huelga del Metro y los autobuses en París obligó a disponer de los “bateaux mouches” como improvisado medio de transporte para las miles de personas obligadas a cruzar todo París a pie para llegar a sus trabajos o escuelas.
El Sena, que en el logotipo de la RATP –la empresa que gestiona el transporte público de París– tiene el perfil de una mujer (y según Mistinguett el río era una “linda rubia de ojos sonrientes”), puede dividirse virtualmente en grandes tramos para el recorrido desde el agua. El primero es el que va del Puente Grenelle al Puente de la Concorde, pasando por la Torre Eiffel como monumento más emblemático. Muy cerca se encuentra, a orillas del río, el tristemente célebre túnel del Alma donde encontraron la muerte Diana Spencer y Dodi Al Fayed. En la Rive Droite quedan el Petit Palais y el Grand Palais, y en la Rive Gauche el complejo de los Invalides, cuya cúpula dorada se divisa perfectamente desde el puente Alejandro III. Más hacia el oeste, se llega al centro histórico de París: allí se enfrentan el Museo del Louvre y las Tullerías con el Museo D’Orsay, y se llega también a las dos islas que quedan sobre el río, de las tres que había antiguamente: la Ile de la Cité, y la Ile St. Louis.
ISLAS PARISIENSES La Ile de la Cité tiene forma de barco, y recuerda el escudo de París, donde una embarcación que “fluctuat nec mergitur” (flota y no se hunde, como dice el lema) navega por las aguas del Sena. Este escudo evoca la importancia que tenía en tiempos medievales la navegación mercantil y el mundo que se movía en torno del río, el eje de la comunicación de París con el resto del territorio. La cripta arqueológica situada frente a Nôtre Dame, en el corazón de la isla, demuestra que éste es uno de los lugares más antiguamente poblados de París. La catedral merece, por supuesto, un alto en el recorrido fluvial para admirarla, lo mismo que la espectacular Sainte Chapelle de líneas góticas y espléndidos vitrales que se encuentra en el otro extremo de la isla. A continuación de la Ile de la Cité se encuentra la Ile St. Louis, más pequeña e íntima, bordeada de calles arboladas y uno de los lugares preferidos por artistas y bohemios de la capital. Una tercera isla, hoy unida a la Rive Droite, se encontraba también en este tramo del río, pero sólo los expertos pueden adivinar su antiguo emplazamiento.
A medida que avanza el “bateau mouche” o el “batobus”, el Pont Neuf (a pesar del nombre, el más antiguo de París) y las islas quedan atrás, y con ellas el Marais al norte y el Barrio Latino al sur. También se van viendo a lo largo del recorrido los embarcaderos de las distintas compañías, y si es verano y sigue la iniciativa del alcalde de París, Bertrand Delanoë, se volverán a ver este año las inéditas playas de arena de Paris Plage, la gigantesca instalación que convirtió a la capital en una suerte de balneario fluvio-marítimo muy sui generis... pero muy exitoso.
Si bien los recorridos turísticos tradicionales atrajeron a más de dos millones de personas entre 2004 y 2005, los cruceros por el Sena tienen toda clase de propuestas más personalizadas: travesías comentadas en varios idiomas, “cruceros encantados” especialmente pensados para chicos de entre dos y ocho años, navegaciones musicales temáticas y cenas románticas con baile incluido. Cualquiera sea la elegida, la experiencia es una de las más lindas que puede ofrecer París, y las perspectivas y armonías arquitectónicas de la Ciudad Luz parecen brillar más aún cuando se las ve desde el nivel del río. Porque el Sena, claro, tampoco es cualquier río...
París desde el agua también puede descubrirse navegando el Canal St. Martin, que une el Bassin de la Villette con el Sena, superando un desnivel de unos 25 metros. El canal tiene nueve esclusas, dos puentes colgantes y ocho peatonales, y está abierto a la navegación 363 días al año. El Canal St. Martin comenzó a construirse en 1805 y se terminó en 1825, ya que hubo que afrontar las numerosas dificultades de abrirlo en un ambiente muy urbanizado. Junto a sus orillas se desarrollaron los barrios industriales de París, pero hoy su recorrido ofrece una travesía romántica y bohemia muy lejos de aquellos tiempos. La navegación por el Canal St. Martin puede seguir aún más allá, hasta el Canal del Ourcq, que deja atrás París y se interna en la campiña de los alrededores de la capital.
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