Dom 04.02.2007
turismo

VENEZUELA > EN EL PARQUE NACIONAL CANAIMA

El Salto Angel

En 1937, un intrépido aviador que exploraba territorios desconocidos descubrió por casualidad desde el aire un salto de agua de 979 metros en el sur de Venezuela, considerado el más alto del mundo. La aventura de buscar un tesoro en la densa selva del Parque Nacional Canaima.

En uno de los tantos vuelos que hizo el aviador Jimmy Angel sobre una zona del sur de Venezuela quedó pasmado al ver cómo desde la cumbre de una meseta de 1000 metros de altura un río suicida se arrojaba al vacío desintegrándose en el aire para renacer como río otra vez al continuar su curso en la espesura de la selva. Aquella selva –igual que ahora– se ve desde el cielo como una planicie cubierta por un continuo de exuberante verde donde aparecen cada tanto unas mesetas de geometría casi perfecta y tamaño kilométrico que los indios pemones denominan tepuy.

La formidable caída del Salto Angel desde los casi 1000 metros de altura de un tepuy.

LA BUSQUEDA DEL TESORO

El descubrimiento del Salto Angel está ligado a la historia de un misterioso aventurero buscador de oro. El gran hallazgo de esta caída de agua fue en 1937, pero para llegar a ese momento ocurrieron algunos hechos fortuitos que, vistos en perspectiva, parecen prefijados para torcer el destino.

En 1920, mientras efectuaba un vuelo de demostración en Sudamérica, el aviador norteamericano Jimmy Angel hizo un aterrizaje forzoso sobre una altiplanicie andina, a 3500 metros de altura. El ingenioso piloto fabricó una pieza con la suela de uno de sus zapatos para poder despegar y proseguir su vuelo sin interrupción. Así llegó a Panamá, y en el bar de un hotel donde se comentaba su hazaña se le acercó un señor norteamericano con un planito en la mano. Quería que Jimmy Angel lo condujera a un lugar señalado al sur del río Orinoco, en Venezuela, donde era necesario un aterrizaje y despegue similar al que lo había hecho famoso. Angel no demostró mucho interés y tratando de deshacerse de aquel individuo le dijo que sí, pero que sus servicios costaban cinco mil dólares, una pequeña fortuna para la época. A las 10 de la mañana del día siguiente el extraño personaje reapareció con un cheque por el monto exigido y se concretó la operación.

Volaron con tiempo lluvioso en un monomotor Ryan Flamingo y el aviador aterrizó sobre la pequeña sabana a la vera de un río, tal como le había indicado su pasajero. Allí permanecieron una noche y una tarde, el tiempo que le llevó al pasajero explorar una zona cercana de la que volvió con varios sacos llenos con 60 libras de pepitas de oro que evidentemente tenía ocultas en un sitio muy bien identificado. Tiempo antes, el buscador de oro junto con un compañero habían encontrado en la selva venezolana un lugar donde el oro estaba a flor de tierra.

ATERRIZAJE EN EL AUYANTEPUY

Después de ese viaje, el aviador voló innumerables veces sobre la zona de los tepuyes tratando de encontrar El Dorado, venezolano, ya que si bien había llegado hasta allí guiado por su pasajero, no recordaba el sitio exacto. Sin mapa era difícil ubicarlo.

En uno de esos vuelos, Angel sobrevoló junto con un amigo la meseta del Auyantepuy, donde vio por primera vez la caída de agua que hoy lleva su nombre. Ambos quedaron impresionados por la magnitud del salto y con el altímetro del avión estimaron que medía casi 1000 metros de altura, es decir, el mayor del mundo.

Los tepuy están coronados por una planicie de varios kilómetros sin accidentes, limitada por abismos. Y el siguiente desafío para Jimmy Angel fue aterrizar en la lisa superficie del Auyantepuy. Según sus estimaciones, muy cerca de la meseta o incluso encima de ella podría estar la buscada fuente de riquezas. Acompañado por un grupo de amigos, despegó con su avioneta y en 15 minutos llegó a lo alto del tepuy, que sobrevoló un poco antes de aterrizar. Pero cuando las tres ruedas rozaron la blanda superficie, el aviador no pudo evitar un pequeño salto del avión y con la inercia se levantó la cola y la trompa se hundió en el barro hasta el eje del motor. Ante la imposibilidad de sacar el avión del atolladero, el grupo inició su regreso desde las alturas caminando hacia el farallón que tendrían que escalar para llegar al otro lado de la meseta, por donde se podía descender.

Después de una lenta marcha de varios días, a veces abriendo paso entre grandes helechales o vadeando ríos, llegaron a la planicie donde otro avión los rescató. No encontraron El Dorado y la avioneta accidentada quedó 33 años sobre el tepuy “en manos de los dioses”, hasta que fue desarmado y exhibido en el museo de la Fuerza Aérea de Venezuela.

Tepuyes en la selva

Los tepuyes son los restos erosionados del gran “Escudo Guayanés”.

“Imaginad un haz de tubos de órgano, de unos cuatrocientos metros de alto, que hubieran sido atados, soldados y plantados verticalmente, como un monumento aislado, una fortaleza lunar, en el centro de la primera planicie que aparece al cabo de tanta selva.” Así describió el escritor Alejo Carpentier a esas mesetas de arenisca rosada que se erigen solitarias en la llanura, con paredes perpendiculares que culminan en afilados ángulos rectos, rodeadas por abismos. Su simetría perfecta haría pensar que fueron tallados por la mano gigante de un hombre. Tienen algo de torre y de fortaleza abandonada, aunque son los restos erosionados del gran “Escudo Guayanés” que cubría la superficie de este territorio hace 2000 millones de años.

Los tepuyes están muy alejados uno del otro, pero siguen una línea imaginaria que los conecta como fragmentos de una Gran Muralla, tan inconclusa como aquella de Oriente y mucho más monumental. Los indios pemones evitan mirar de frente a los tepuy porque allí, entre las cascadas que nacen en las alturas, “moran los dioses de los que emana la vida en la tierra”. Desde la ventanilla de un avión los tepuyes parecen una flota de buques fantasma sin mástil ni velamen, navegando a la deriva en un océano petrificado de color verde.

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