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Durante los primeros años del siglo XIX, la numerosa comunidad negra de Chascomús –originaria de Bayombé, en Congo– tenía prohibido el ingreso a la iglesia de los blancos. Como contrapartida, se les cedió un terreno a donde cada persona de color en Chascomús fue acumulando ladrillos para erigir en 1806 la primera capilla de la Hermandad de los Morenos. Allí, naturalmente, no podían ingresar los blancos.
En 1862 se construyó una nueva capilla en el cruce de las calles Venezuela y Lamadrid, que perdura hasta nuestros días. Este modesto edificio sirvió como lazareto durante las epidemias de cólera en 1868 y de fiebre amarilla y viruela en 1871. La Hermandad de los Morenos se ha desperdigado por varios puntos del país, quedando en la ciudad sólo dos de los hijos de Eloísa González Soler de Luis, quien murió en 1990 a los 97 años. Actualmente su hijo Vicente Luis vive junto a la capilla y cuida de ella, por orden expresa de su madre. A los 79 años, Vicente Luis mantiene vivos los recuerdos de la comunidad negra, que hasta hace pocas décadas animaba los carnavales de Chascomús con los tambores de sus comparsas. Don Vicente le cuenta su historia y la de la Hermandad a quien se lo pregunte, y recalca que su viceabuelo fue esclavo. Nuestro anfitrión asegura que desde sus orígenes la Hermandad fue absolutamente católica, sin mezcla alguna con religiones africanas. Nadie podría negarle esto porque carecería de fundamento y de respeto, pero lo innegable es que la estética interior de la iglesia tiene sutiles paralelos con la decoración típica de un templo vudú. El piso es de un barro cocido bastante irregular y las paredes son de ladrillos asentados sobre adobe sin revocar. No hay un altar claramente definido sino unas mesas sobrecargadas de pequeñas tallas de vírgenes, amuletos, candelabros y vasijas. En una pared cuelga una infinidad de papelitos escritos a mano con pedidos de ayuda a una imagen de la Antigua Virgen Morena de los Milagros. Se cree que la talla de madera puede haber llegado de Africa.