Mburucuyá está tan lleno de vida que desborda. Su parte más urbanizada todavía se esconde detrás del verde furioso y explosivo de lo más exuberante de Corrientes. Gente amable, chamamé contagioso y una estación olvidada por la que pasaba un tren al que Rodolfo Walsh dedicó una de sus crónicas de viaje inolvidables. Tierra adentro, sus caminos no aburren jamás. Y, para doblar la apuesta, ahí está el Parque Nacional más importante de la región, inspiración para este gran proyecto que significa hacer un Parque Nacional de los Esteros del Iberá.

Entre los varios paisajes que ofrece el Parque Mburucuyá hacia la entrada hay sabanas con espinillos donde ver yacarés negros, carpinchos y garzas blancas. Entre la propuesta de senderos para hacer a pie, hay uno que lleva a un joven palmar que bordea las lagunas, y otro que permite una vista panorámica inigualable, con un muelle al final del camino para detenerse a contemplar el paisaje acuático con sus gaviotines, cigüeñas y lobitos de río. El Parque Mburucuyá también surge de una donación, en este caso de Troels M. Pedersen, un filántropo que cedió todas sus tierras, en las que había hecho un gran trabajo de recuperación y reincorporación de especies. Hoy a esas más de 17.000 hectáreas llegan turistas de todo el mundo todos los días del año.