Llegando está el carnaval
A caballo de esa misteriosa necesidad humana de celebrar aun en medio de la desgracia, la costumbre europea del carnaval se desparramó por el Nuevo Mundo alcanzando lugares tan inhóspitos como la Quebrada de Humahuaca. Aquí se sincretizó con rituales paganos de origen indígena, como el culto a la Pachamama. En las últimas décadas, el célebre carnaval del poblado de Humahuaca se convirtió en el más popular del norte argentino. Los preparativos comienzan para Año Nuevo, cuando se organizan las comparsas. A mediados de febrero se inician el laborioso ritual de elaborar la chicha, la confección de los disfraces y el temple de la “caja”, ese instrumento percusivo de origen prehispánico que marca los latidos del carnaval.
El viernes previo al carnaval se realiza un encuentro nocturno de instrumentistas norteños frente al Monumento a la Independencia, y elsábado por la mañana comienzan a llegar caravanas de autos desde la capital jujeña. Entonces se realiza una misa callejera y cada comparsa se dirige a su correspondiente apacheta –mojón de piedras donde está enterrado el diablillo “pusllay”– para desenterrar el carnaval. Al “desentierro” de la comparsa más popular –la Juventud Alegre– asisten hasta 3000 personas. A las 19.30 se “desentierra” el pusllay, que fue sepultado allí el año anterior, y suenan tres estruendos: le han abierto las puertas al diablo para que salga a divertirse, y el carnaval queda oficialmente inaugurado. De inmediato aparecen por todos lados los disfrazados y la comparsa desciende del cerro bailando en doble fila el carnavalito jujeño, al ritmo de una banda de saxo, trompeta, bombo y redoblante. Van con el emblema al frente, dando la “vuelta al mundo” (al pueblo), y se detienen en el patio de cada casa donde son invitados a beber y bailar. Además, las bandas de sikuris –una clase de aerófonos– andan a la deriva por las calles. El Domingo de Carnaval, después de 9 días de bailar, tomar y comer a destajo, la fiesta concluye con el entierro del carnaval. Cada comparsa se dirige a su mojón en la falda de los cerros con el pusllay colgando de un madero. Cuando oscurece la música cesa y los diablos comienzan a llorar a lágrima suelta porque se les está acabando el tiempo de vida. En medio de la oscuridad se enciende una gran fogata junto a la “apacheta” y el pusllay es enterrado. En ciertos casos al diablito lo cargan de explosivos y estalla por los aires.
Otro gran estruendo es la señal de que el fin del carnaval ha llegado. Se tapa con tierra el hoyo por donde el pusllay regresó al centro de la tierra, y los diablos se sacuden todo el talco y el papel picado, ya que no deben quedar restos del carnaval. Allí mismo se quitan los trajes, y los disfraces que tienen tres años de antigüedad son lanzados al fuego. Junto con el pusllay, desaparece la ilusión de la felicidad absoluta. Algunas personas bajan del cerro llorando sin disimulo, abatidos por una tristeza infinita.