Domingo, 7 de agosto de 2005 | Hoy
Al margen de la diversidad, todas las vertientes tienen un eje que denota un tronco común. En cada una de ellas la divinidad ingresa en el cuerpo deciertos creyentes –por lo general mujeres– y por su intermediación los dioses se comunican con los mortales.
Un ritual afrobrasileño comienza generalmente al son de unos cantos, con el sacrificio de un gallo o un cordero. La sangre de los animales riega las piedras donde habitan los orixás y se da inicio a la ceremonia. Después de la matanza todas las aprendices (filhas) forman un círculo en el barracao. En el suelo hay alguna botella con aceite de dendé, un plato de farofa y tal vez una copa de cachaza como ofrendas para los dioses. Los atabaques arrancan con un trueno de tambores y comienzan los cánticos de las filhas para cada orixá. Por ejemplo, cuando la filha de Xangó canta, empieza a estremecerse con fuertes movimientos, dice incoherencias y se desplaza en trance por todo el barracao. Luego Xangó ingresa en su cuerpo, y es la divinidad misma la que comienza a dirigir la fiesta, predicando con algunas palabras e incluso curando enfermos. Más tarde el proceso se repite con la hija de Oxún, la de Ogún, la de Oxalá... Entonces la Mae del candomblé ordena llevar a las santos (las hijas) hacia el interior de la casa, donde las visten con la indumentaria de sus respectivos orixás. La hija de Xangó usa un vestido de color rojo y blanco, la hija de Oxalá viste totalmente de blanco, y así sucesivamente. Al rato ingresan todas juntas, de manera triunfal, con las insignias de cada dios. Llegan formando una extraña fila de negras en trance, con los ojos fijos y el cuerpo tembloroso. La orquesta ataca con toda furia, los asistentes gritan saludos en idioma africano y las filhas comienzan su baile endemoniado hasta desfallecer de cansancio.
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