Si presta un poco de atención, quien recorra el Pelourinho notará que allí hay algo en el aire, en la comida y en el andar de los mulatos, en los que reconocerá a los personajes del escritor Jorge Amado. Por la calle, dice la gente, suele verse a Vadinho en persona, tambaleante y en compañía de su inseparable Mirandao, con los bolsillos vacíos pero felices como nadie en toda la ciudad. En una casa de suave color violeta espera la bella Doña Flor, con rabia y ansiedad, acostumbrada a las grandes frustraciones y a las grandes alegrías. En ciertas laderas muy específicas suele aparecer también Quincas Berro Dágua, escapado otra vez de su propio velorio a expensas de sus compadres, que no pueden emborracharse sin “o paizinho da gente”. Son ellos mismos, de carne y hueso, todos los personajes de Amado, que no se sabe si escaparon de los libros o fueron atrapados allí por el escritor. Basta con apurar el paso para alcanzar alguno de ellos y conversarles un rato. Quien les caiga bien seguramente será invitado con una buena “caçhazinha”.
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