Domingo, 5 de marzo de 2006 | Hoy
Cuando un cristiano ortodoxo del Medioevo se arrodillaba con las manos en posición de rezo frente a un icono, cerraba los ojos con sumisión para no mirarlo, ya que el santo estaba presente en la obra. En el arte bizantino el icono no es un retrato, sino el mismo ser divino que se revela a través de la imagen; la presencia del icono coloca a la persona ante Dios. La función del artista –que no firmaba las obras– era comunicar el verdadero misterio de la fe cristiana a través del arte. Es por ello que las imágenes son objeto de veneración (proskynesis), un concepto diferente al de culto (latreia), que es dirigido sólo a Dios. El artista revela la verdad –las imágenes tienen el color de la carne– y por eso le teme a la innovación. La ortodoxia se impuso en el arte a tal punto que los iconos griegos del siglo XI casi no difieren de los del siglo XVII.
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