18:52 › LA INTENCION DE VOTO DE LOS SIETE GRUPOS DE LA IZQUIERDA FRANCESA, SUMADOS, ES DE SOLO EL 35 POR CIENTO
Querella de egos, arreglos de cuentas, regateos de aparatos políticos, los progresistas se atrincheran en sus territorios y bombardean a sus aliados. Ni la perspectiva de tener que optar entre Marine Le Pen, Nicolas Sarkozy o Alain Juppé los impulsa a unirse. Por Eduardo Febbro, desde París
Si alguna agrupación, movimiento de ideas o cofradía de sensibilidades está buscando un manual de instrucciones para suicidarse políticamente, la izquierda francesa tiene uno que aplica con un celo estridente.
Según el recuento que hizo el vespertino Le Monde, hoy existen en Francia no menos de siete izquierdas cuyo propósito parece ser sólo neutralizarse y destruirse. Izquierda-reformista de gobierno, la izquierda nostálgica o del pasado, la izquierda Start-up, la izquierda Made in France, la izquierda verde –ecologista–, la izquierda protestona y la última en emerger, la izquierda Quinoa (los medios bautizaron así al Frente de Izquierda de Jean-Luc Mélenchon desde que contó que consumía quinoa porque hace muy bien a la salud y es una forma de combatir “el productivismo culpable”). Seis de estas siete izquierdas están concentradas en un combate personalizado contra la izquierda reformista de gobierno, y su jefe, el presidente François Hollande. Los años –1997-2002– en que Francia estuvo gobernada por la llamada “izquierda arcoíris” (socialistas, ecologistas, comunistas) son un dulce recuerdo que se desintegró en las elecciones presidenciales de 2002.
Las izquierda francesas están colocando una a una las piezas de la nueva derrota. Faltan cerca de 8 meses para las presidenciales de 2017 y todos los sondeos adelantan que ninguna lista de izquierda pasará la primera vuelta. El duelo final tendrá como actores a la hoy líder de la ultraderecha, Marine Le Pen, y al ex presidente Nicolas Sarkozy o al ex primer ministro Alain Juppé. Ni esa perspectiva desastrosa alienta la ambición unionista.
Querella de egos, arreglos de cuentas, regateos de aparatos políticos, los progresistas viven atrincherados en sus territorios y bombardean a sus aliados. Desde que el jefe del Estado postuló su reelección, las izquierdas se convirtieron a la nueva religión “Todo menos Hollande”. Las seis izquierdas lo consideran incapaz de unir a su campo y no le perdonan sus vacilaciones, sus renuncias y su deslealtad ante la plataforma electoral que le permitió ganar las elecciones presidenciales de 2012. Cuatro de sus ex ministros se presentan ahora contra él mientras que otros políticos rehúsan participar en una primaria abierta. Jean-Luc Mélenchon dice que Hollande “es peor que Sarkozy”. El líder de la izquierda Made in France, el ex ministro de Economía Arnaud Montebourg, juzga que el mandato de Hollande fue “un estrepitoso fracaso” cuyos signos han sido “el abandono y la renuncia” (de los principios). El recién estrenado jefe de la izquierda Start-up, el también ex ministro de Economía Emmanuel Macron, no sólo traicionó al mismo presidente que lo promovió sino que, ahora, tras irse del Ejecutivo y crear su movimiento En Marcha, se convirtió en el más crítico del gobierno que él mismo encarnó y en estos días anda diciendo que el gobierno “hizo las cosas a medias”. La izquierda nostálgica (comunistas, algunos socialistas decepcionados, trotskistas, el Nuevo Partido Capitalista y otros ultras) no tiene ni peso electoral ni influencias decisivas. Es un traje desteñido de las glorias pasadas. Los ecologistas jamás han logrado dirimir sus polémicas de niñitos caprichosos ni definir una plataforma verosímil. Al fin viene la llamada “izquierda protestona”, cuyos miembros son oriundos del Partido Socialista, diputados críticos con la política gubernamental a cuya cabeza está otro ex ministro de Hollande, Benoît Hamon, titular de la cartera de Educación. Cuando Página/12 lo entrevistó, justo antes de las presidenciales de 2012, Hamon soñaba con un “gran movimiento de masas” que acompañaría al presidente en la calle como quinta columna de apoyo a las medidas que el mandatario adoptaría contra los liberales. Duró poco. El perfil liberal de la presidencia de Hollande lo espantó. Esta ala del PS entró en disidencia y ello obligó al primer ministro Manuel Valls a gobernar varias veces por decreto. Ese núcleo del PS aspira a plasmar una auténtica “izquierda de transformación”, aún empañada por las querellas intestinas.
En 2015, luego de los atentados islamistas del 13 de noviembre en París, la idea presidencial de modificar la Constitución para retirarles la nacionalidad a las personas condenadas por actos terroristas –genuino principio de la ultraderecha– y la reforma de la ley laboral terminaron por consumar el divorcio entre todas las izquierdas y la izquierda de gobierno. Aislada, repudiada, acechada por aliados y adversarios, sancionada por su rotundos fracasos en la lucha contra el desempleo y sus concesiones fiscales al patronato, esta izquierda sobrevive en un rincón con balcón al abismo.
Si se reúnen las siete izquierdas, apenas suman el 35 por ciento del electorado. La izquierda francesa prepara su ataúd. El anti-hollandismo es el credo obsesivo de todas las izquierdas disidentes de Francia. Con ese manual de la destrucción, Francia vería su izquierda desaparecer e instalarse en el escenario político dos fuerzas dominantes: la derecha y la extrema derecha.
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