18:54 › XXXI ENCUENTRO NACIONAL DE MUJERES EN ROSARIO
Por Marta Dillon
Sobre los inmensos faroles que iluminan por la noche el patio cívico del Monumento a la Bandera, gorros negros en punta, sombreros de brujas de cuento que son en sí mismos una bandera: Aquí están las sobrevivientes del primer genocidio de la historia y vienen a reivindicarse tan brujas como las que fueron a la hoguera por saber del control de la natalidad, por andar entre mujeres, por acompañar a parir, por no estar casadas, por insumisas. Ahí estaban –estábamos– las decenas de miles que habían llegado y las que iban llegando a apretarse con otras, con sus propios trapos militantes: verdes y violetas la mayoría; colores de las agrupaciones y también de las demandas comunes, por el derecho al aborto libre, seguro y gratuito, por el fin de la violencia machista, contra las políticas de ajuste que empobrecen a todos pero que golpean sobre todo a las mujeres. Ahí, bajo un sol de primavera que parecía besar a cada una en la boca, se inauguró el primer acto del XXXI Encuentro Nacional de Mujeres, un acto político de unidad de todo el arco opositor al gobierno de la Alianza Cambiemos para hacer más espesas las voces de las demandas de las mujeres –y de las lesbianas, las trans, las travestis– que no sólo quieren autonomía para sus cuerpo y para sus decisiones si no que también exigen derecho al trabajo, a la participación política, a todos los derechos económicos, sociales, educativos; a los derechos humanos. Un acto político, en definitiva, que pese al mayoritario silencio mediático, busca diseñar un destino otro a ese que ofrece la derecha restauradora y que teje sus propios acuerdos con cada vez más vocación de poder. Porque es una corriente de poder la que se siente correr entre las piernas como viento que llega del río, el poder de ocupar con el cuerpo el espacio público siendo a la vez parte de un cuerpo colectivo.
“¿Y por qué la pobreza siempre nos afecta más a las mujeres? Porque somos las que nos encargamos de las tareas de cuidado de familiares, hijxs, ancianxs, enfermxs , y somos quienes sostenemos nuestros hogares cuando las transferencias de recursos a los ricos y poderosos atacan de lleno al pueblo trabajador. Nada de todo esto que Macri impone hubiera sido posible sin la complicidad de otros sectores políticos, y por eso necesitamos seguir organizadas y en la calle”, se dijo desde el escenario en la apertura del ENM mientras en la explanada del monumento se agotaba el espacio y desde las calles aledañas se pedía silencio para que se pudiera escuchar lo que se había escrito en conjunto entre 200 mujeres feministas, de partidos políticos, de sindicatos, de movimientos sociales y piqueteros. Esa tarea que parece titánica, se llevó a cabo. Y ese sólo hecho interpela, tanto como la mención a las tareas de cuidado, no sólo a los poderes dominantes si no también a las propias organizaciones políticas, sociales o sindicales a las que les cuesta entender la lógica del consenso, que todavía hoy sostienen y privilegian la representación masculina arrogándose la cosa pública mientras “ayudan” a las mujeres en las tareas “de la casa”.
“Somos las hijas sanas del feminismo”, se abrazaban y se reían un grupo de mujeres de 30 con la conciencia reciente de esa obviedad que de todos modos las colocaba en un lugar de privilegio con respecto a otras mayores y también con la responsabilidad de seguir aportando vitalidad y sentido a este movimiento que desde hace 31 años no deja de crecer y que tuvo un salto en la participación popular con las movilizaciones #NiUnaMenos tanto este año como en 2015. Era el momento en que el documento conjunto hablaba de esas “políticas de ajuste y entrega (que) no pueden aplicarse sin criminalización de la protesta social, por eso expresamos nuestra solidaridad con todas las personas, especialmente nuestras congéneres, procesadas y presas por luchar” y entre las columnas del propileo, frente a la nave central que cobijó el escenario, una bandera blanca de ocho metros de largo anotaba el nombre de Milagro Sala para pedir por su libertad, la que le quitaron apenas iniciado el nuevo gobierno, sin guardar las formas de los procedimientos legales en un acto de disciplinamiento contra su rebeldía de india, contra la organización que no sólo puso en marcha cooperativas de trabajo en Jujuy si no también fiestas del orgullo lgbtiq y piletas y vacaciones para niños y niñas que aprendieron que la recreación también es un derecho.
Un grupo de coyas con sombreros de paja se guarece a chupar naranjas detrás de unas diez lesbianas de cabezas rapadas que comían juntas con cuchara directo del mismo recipiente. En el pecho de cinco chicas apenas salidas del secundario se lee la leyenda que trajo el movimiento Evita: “El ajuste es violencia”, cruzan sin sorpresa frente quienes ya eligieron apurar el almuerzo y hacen un gesto de reconocimiento para otro grupo con el que se cruzarán de frente con las caras de Evita y de Cristina Fernández estampadas. El nombre de Berta Cáceres, referente maya nacida en Honduras y asesinada este año en esa tierra por defender el derecho de las comunidades indígenas al agua se escuchó clarito desde los altoparlantes. Una víctima que duele como duelen los nombres de las víctimas de femicidio a las que se nombra, Chiara Paéz, por caso, cuya muerte originó la primera movilización Ni Una Menos. Y los de Lohana Berkins y Diana Sacayán, las dirigentes travestis que disputaron su lugar en estos Encuentros y los transformaron abriendo el imaginario del deseo para todas. Una madre y su hija levantan la cara hacia el cielo como si así pudieran escuchar mejor e interrumpen la lectura del programa donde se detallan los 69 talleres que son la columna vertebral del ENM. Ellas, las dos, van a ir al de Mujer y Cannabis que por primera vez se realiza y tiene un bautismo triunfal: tuvo que desplegarse en seis con la misma temática porque la asistencia era desbordante. Lo mismo sucede en los talleres de educación sexual, de activismo lésbico, de mujeres y sindicalismo en los que se repite la necesidad urgente de la democratización contra la que habla por sí misma cualquier foto de la mesa intersindical que contiene a una sola mujer entre decenas de varones.
Cuando el sol cae sobre el río Paraná, termina la asamblea abierta que convocó el Colectivo Ni Una Menos, con la intención de afianzar la red federal que sostiene esa fecha y ese modo de habitar la calle que metió a las demandas de las mujeres, el último 3 de junio, en el calendario de los derechos humanos y que ahora crece en articulaciones para que en la mayoría de los países de América del Sur ser realice en la misma fecha. En la plaza San Martín todavía se juega al fútbol, porque no es marchando la única manera en la que se pone el cuerpo y el deporte y el juego de equipo también es reclamado desde un nosotras que incluye a los equipos de las Villa 31 de Buenos Aires con otras experiencias más cercanas a la clase media y la disidencia sexual como la de Fútbol Militante.
El sábado a la noche es el momento en que marchan las disidencias, Marcha de las Tortas, se le llamó a esta primera recorrida por las calles de Rosario, apropiándose de ese modo peyorativo de llamar a las lesbianas pero que también contiene a las mujeres trans, a travestis y a las que se desmarcan de la heterosexualidad obligatoria que impone el patriarcado, una palabra que se escucha y se denosta, contra la que se discuten estrategias para mostrar sus mecanismos de dominación: el más evidente y más brutal, el de la violencia machista.
Con la media luna creciente ya no habrá tantos debates como bailes, en la calle y en las escuelas donde los contingentes se acomodan en bolsas de dormir y organizan una vida cotidiana efímera, de comidas en viandas y niños y niñas que agotan su paciencia mientras sus madres se ponen en primer plano, trenzando entre ellas conversaciones, opiniones y afectos. Hoy la jornada empieza temprano, horas de debate a la mañana y a la tarde y después esa marcha que promete ser tan masiva como para conmover hasta el lecho del río, ese que ofrece un horizonte donde las mujeres se animan a dibujar utopías, a desafiar sus imaginarios políticos y cotidianos, a tejer complicidades que año a año son más fuertes. Rosario es una ciudad tomada por este fin de semana, tomada por la demanda de autonomía que implica el derecho al aborto legal, seguro y gratuito pero también a otros derechos amenazados como a la Educación Sexual Integral, al acceso a los anticonceptivos, y a todos los derechos económicos y sociales. Tomada también por el grito que conmueve, que traza una línea rígida y mucho más ajustada para lo soportable, ese que dice NI Una Menos haciendo referencia a los femicidios pero también a muchas otras formas de violencia machista, patriarcal y capitalista contra el que se pondrá esta tarde el cuerpo en la calle, para sentir ese poder que se genera estando juntas, haciendo política, peleando por los derechos de todas. Un escenario feminista.
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