15:10 › OPINIóN
Por Horacio González
Sorprenden hasta hoy los puntos de vista tan diferentes bajo los que se puede percibir el 17 de octubre de 1945. Lo podemos mirar desde la Isla Martín García (sobre la que cuatro décadas antes Rubén Darío había escrito una gran crónica), desde la Avenida Pavón (santificado corredor desde el Sur hacia el Centro), desde Ensenada y Berisso, desde el Hospital Militar de la calle Luis María Campos (el general roquista), desde la Secretaría de Trabajo y Previsión (creada en 1943, reunía pequeñas oficinas desperdigadas en el Estado, estaba sobre la Diagonal Sur –creo–, y tenía un balconcito que daba a la calle, de allí habla Perón antes de partir prisionero hacia Martín García (isla crucial a la que un conocido escrito del siglo XIX llamó “Argirópolis”).
También puede observarse el 17 de octubre (el mes octavo para los antiguos romanos) desde la misma Plaza de Mayo (desde esa fuente que goza de indelegable autoridad moral y refrescante, no se halla más allí, pues supongo que la que hay ahora no es la misma). Salía el diario La Época, de Eduardo Colom, con la efigie de Yrigoyen en la tapa (lo que hoy llamaríamos logotipo, palabra que sugiere filosofía aunque nos lleva a la mercancía). A la noche del 17 con esas páginas se improvisan antorchas; el diario se repartía gratis. Nada más pasmoso que una plaza central de la ciudad con multitudes portando una tea flamígera. Por supuesto, estaba el otro balcón, el de Casa de Gobierno. La escena que allí ocurre en ese preciso momento, en la película de Favio fue tomada de espaldas; también en la de Desanzo, con guión de Feinmann. Ver los personajes de espaldas; eso produce una sustracción a la estampa fija habitual y le pone una nota de extrañeza a lo “demasiadamente humano” del gran episodio. Pone el ojo al revés, desde adentro y no desde los clamores de la multitud. En la película de Favio los personajes –Perón, Farrell y los demás–, se balancean como un grupo extraviado de navegantes que están buscando la costa.
La reiterada pregunta de la muchedumbre, “Dónde estuvo”, resuena como frase de un diálogo cotidiano frecuente, trivial. Pero encerraba la pregunta que nos persigue; siempre como un hilo de Ariadna: en todo momento se nos preguntará donde estuvimos y no podremos o no desearemos decirlo. Esas multitudes “querían saber” y quizás siempre ese anhelo de conocimiento es el que las hace intervenir en cada situación histórica. El querer saber produce la historia. Así lo dicen los libros de enseñanza, que recogen esas frases que otros luego declaran apócrifas, pero para que se siga creyendo en ellas. Otro punto de vista: las multitudes. ¿Es aceptable esta palabra? ¿Pueblo, gente, movilizados? ¿Cuál? Scalabrini Ortiz ve mamelucos tiznados, obreros morochos y rubios. La palabra mameluco viene de la antigüedad turca, significa luchas, sumisión pero también masas en combate. Hoy define los talleres mecánicos, la vestimenta de albañiles y operarios. Era ese “crisol” cultural argentino que los hombres de 1880 preferían ver, la mezcla de rostros y colores, ahora puestos abajo, no en el Estado sino más abajo, y más abajo aún, antes del pavimento. Martínez Estrada los vio con desconfianza, pero no pudo evitar asociarlos a un subsuelo, que no era el scalabriniano sino volcado en un grado sutil hacia un aroma nietzscheano. Scalabrini y Martínez Estrada, tan distintos, ven lo mismo. El 17 de octubre “tectónico”. Leónidas Lamborghini lo simplifica y profundiza a la vez: las patas en la fuente.
Se escuchan habitualmente muchas discusiones sobre la persistente contradicción entre las fuerzas azarosas de los acontecimientos, y aquellas otras previstas por los principios, programas y preparativos políticos con los que se les quiere dar un cauce o un sentido específico. El 17 de octubre es fundador en este sentido. En el sentido que compone una permanente crisis de interpretación respecto de lo que llamamos “lo político”. ¿Irrupción o sistema? Quizás es la irrupción de la caverna de los antiguos filósofos que se muestra inesperadamente, y pervive porque se le reclama una reiteración constante y mítica. Parece un estallido aunque sea algo amasado en lentas lonjas implícitas de la sociedad histórica. Los historiadores sociales nos ilustran sobre los estadios de la conciencia colectiva y las razones explícitas de los sectores sociales. Ante el 17 somos devotos o historiadores, una u otra, o las dos cosas a la vez. La leyenda es un secreto a voces, abarca a todos.
Vacilamos siempre ante el 17 de octubre entre lo que abre y lo que cierra. ¿Consecuencia prevista de luchas en el seno de la fuerza institucional militar, con el propósito de controlar o contener una sublevación de la época? ¿Acometimiento proletario con otros nombres que descifrados nos conducen al alzamiento universal? Hay movimiento de “cita” y movimientos de acumulación que apilan átomo por átomo en una progresión homogénea de partículas que se van sumando. Los movimientos de “cita” sin ser milenaristas –como los que tan frecuentemente ocurrieron en Brasil– desencajan las instituciones, clausuran su tiempo acumulativo y lo quiebran, como la desintegración (precisamente) del átomo. A Perón se lo vio como el “capitalista militar” que entrega sus anillos para “salvar las manos” y que percibe muy temprano que estaba entre ser una represa sin fisuras y a la vez dejar pasar siempre las aguas. “Los pueblos son como el agua.” Luego, así lo dijo. Debía pues dejarse infundir por partículas provenientes de todas las ondas eléctricas de la sociedad; socialistas, comunistas, conservadores populares (los verdaderos populistas argentinos, en el sentido simplista del término), anarquistas y nacionalistas.
Por lo tanto, no debía acumular fuerzas sino acumular otra cosa. Acumular, sí, pero en otro sentido. Acumular la dispersión de significados, la fuerzas centrífuga que respondían a su carácter sorpresivo, indeterminado, contingencial. Como en todas las pruebas que llevaban a la fisión nuclear, entendida, es claro, como metáfora. No ignoremos estos hechos: ¿Cuánta “literatura” admite el 17? En el Archivo Histórico Nacional se encuentra, en la “Biblioteca Perón”, el importante libro de Gustave Le Bon Evolución de la materia, que Fernández Vega examina a través de los subrayados del propio Perón, que lo lee con atención. A la luz de Clausewitz, es la incesante combinación y lucha de la física de partículas. Perón no había leído a Einstein, la teoría de la relatividad en cambio le permite un sesgo evocativo al peruano Haya de la Torre para pensar la forma de resolver el producto de las conjuras y coyunturas. ¡El mundo social inspirado por el mundo físico!
El 17 de octubre, sin ser ajeno a estrategias en curso (es decir, como se fisuran y combinan todos los elementos flotantes de la sociedad, que giran sin rumbo conocido por ejes que parecen provisorios), tiene una fuerte teatralidad que lleva a sueños irredentos de justicia universal. Y con él y desde él se piensa otra vez la ciudad. La Ciudad que ya estaba. En ese 17 de hace tantos años, el Correo Central era el Correo Central, no estaban las construcciones elegantes y aptas para la suspicacia de Puerto Madero, ni el Puente de la Mujer ni los edificios de la CGT, ni el edificio llamado “Alea” en la Avenida Alem. Luego se le cambió el nombre, pues ese era “nombre peronista”. Historia conocidas, actuales. Se estaba terminando la Facultad de Derecho de la calle Figueroa Alcorta y tardaría un poco que se comenzara a construir la de Ingeniería, que no se preveía como tal, sino que se llamaría Fundación Eva Perón. El edificio “Comega” era de las pocas construcciones del nuevo racionalismo urbano que podía citarse para la polémica, y la ampliación de la calle Corrientes había ocurrido apenas una década y media antes.
Perón tenía una imaginación escénica. Ese 17 pide que todos se queden en silencio para poder contemplar él a la multitud, “las multitudes argentinas”. Que quede fijada en la retina. Este es el otro punto de vista. Y esa era una palabra de la historia política argentina, que parece (y es) un término anatómico: la retina. Perón lo dice al comenzar y al terminar su larga jornada. “Llevo en la retina.” ¿Y ahora? ¿Qué pobres imágenes se fijan o pasean por nuestra retina? ¿O es necesario mirar las cosas de otra forma? ¿O es necesario un esfuerzo superior para repensar todas las imágenes que acarreamos?
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