Lun 17.10.2016

15:13  › OPINIóN

La memoria del 17

Por Eduardo Jozami

El 17 de octubre no es feriado. En los últimos años no siempre se festejó con actos multitudinarios. Estos dos datos podrían llevarnos a sostener que la del 17 no es ya una recordación importante, pero los miles de llamamientos, declaraciones y convocatorias indican lo contrario. Por otra parte, es difícil encontrar otra fecha tan significativa en la conformación de la Argentina moderna, a punto tal que no resulta fácil imaginar qué rumbo habría seguido el país si aquel acontecimiento no se hubiera producido. Sin embargo, alguien lo intentó. Juan Carlos Torre, investigador del sindicalismo peronista, escribió un ejercicio contrafáctico en el que se animó a pensar un futuro distinto a partir de lo que denominó “el fracaso de la movilización del 17 de octubre”.

Ese día de 1945 que desde entonces asociamos con la masiva presencia popular, la alegría desbordante y el hermoso texto de Scalabrini, se convierte en la ficción de Torre en un momento de derrota: muertos y heridos habría dejado la represión militar en todo el país, hasta que Perón, luego de dialogar con el general Avalos, llama al pueblo a cesar toda protesta. En esta versión de la historia tan difícil de imaginar, la Unión Democrática ganará las elecciones del año siguiente y Perón será confinado en el sur del país por las Fuerzas Armadas. Sin embargo, la inquietud militar, ante el crecimiento de las luchas obreras y de la influencia comunista, permitirá a Perón llegar a la presidencia en 1952, pero ya con otro discurso, más volcado a garantizar el orden que a las convocatorias movilizadoras de 1945. Obligado a renunciar por la corporación militar que no acepta su intervención en el nombramiento de los altos jefes, va al exilio del que no retornará, mientras las luchas sociales y políticas ya no registran la presencia de un peronismo en extinción.

Los ejercicios contrafácticos no son recomendables para los historiadores académicos porque revelan demasiado sus deseos. El trabajo de Torre realiza, casi como un sueño, la vieja aspiración de un país sin peronismo y pone a Perón –ignorando las diversas lecturas de su compleja personalidad política– no en el lugar del dirigente que supo despertar la adhesión masiva mostrando un camino a los trabajadores sino en el de un mero restaurador del orden. De todos modos, el texto, más allá de la inquietud que su lectura produce, es también una demostración de la imposibilidad de pensar una Argentina sin el triunfo popular del 17 de octubre y cuando nos ubica frente a un peronismo en extinción está confirmando hasta qué punto la vitalidad de este movimiento político tiene que ver con ese día en que, con los trabajadores en la calle, adquirió su perfil más perdurable. Imaginar una Argentina sin esa jornada histórica es una tarea tan ímproba como pensar a Francia sin su revolución de 1789, desconocer los momentos de la historia en que se condensan y emergen tantos factores de lo nuevo como para que ya resulte imposible reconocer el viejo país.

Desde el 17 de octubre, el peronismo aportó la principal expresión de resistencia popular pero tuvo también dirigentes capaces de apoyar la autoamnistía de la dictadura. Menem instaló el neoliberalismo con discurso peronista, pero más tarde Néstor y Cristina Kirchner volverían a la tradición del 17 para impulsar el proyecto de las tres banderas, aggiornado a las nuevas realidades mundo y la región. Sin embargo, en todo momento, la reivindicación de nuestra fecha histórica constituyó el santo y seña, a veces para resistir, otras para sumarse a la transformación.

El gobierno de Mauricio Macri acepta hoy los besamanos de algunos dirigentes justicialistas no sólo porque necesita apoyos parlamentarios y una actitud conciliadora de la dirección sindical: también persigue un objetivo más trascendente. Partido nuevo, traducción por derecha del reclamo renovador del 2001, el PRO busca cercanía con las tradiciones populares argentinas. Con los radicales no ha hecho mal negocio –difícilmente estos puedan decir lo mismo– conformando una alianza que modera su perfil de mera expresión política del poder económico, aunque esto no debe exagerarse: la política más agresiva contra el movimiento popular es encabezada hoy en Jujuy por un dirigente del radicalismo.

En la Capital, el PRO incorporó muchos dirigentes de origen peronista, pero nunca les dio gran reconocimiento. Esto era poco compatible con el discurso despolitizado de la revolución de la alegría y, además, no tan importante para ganar el distrito. Ahora, cuando debe revalidar su insospechado triunfo en la provincia de Buenos Aires y lograr mayor peso en el interior, será necesario mostrar algo más de peronismo. Sin embargo, el tráfico de apoyos con gobernadores e intendentes no parece alcanzar para ello, nada garantiza que esos romances –frutos menos del amor que de las urgencias económicas– subsistan hasta la elección. El acompañamiento a las iniciativas del oficialismo por parte de muchos parlamentarios electos por el Frente para la Victoria irritó con razón a la militancia y desdibujó el perfil opositor que esperaba la casi mitad de los argentinos que votó contra el macrismo. De todos modos, aunque esas conductas permitieron un avance del proyecto antipopular que no debe ser minimizado, las perspectivas de una mayor cooptación de dirigentes peronistas chocan hoy con la explicitación cada vez más clara de la política económica y social del gobierno.

La derrota electoral del kichnerismo generó, como era previsible, contradicciones y debates sobre los modos de construcción política y los desaciertos de la campaña electoral. Estas discusiones no se han cerrado –ni sería bueno que eso ocurriera– pero pueden hoy encauzarse en un contexto menos dramático porque las condiciones para el kirchnerismo son bastante menos complicadas de lo que aparecían en los meses posteriores a la derrota electoral. La demonización del gobierno anterior y de la ex presidenta por parte del macrismo, apoyado en la formidable ofensiva judicial, no ha impedido una significativa presencia política de Cristina Kirchner en las últimas semanas. Por otra parte, la proliferación de empresas offshore, capitales no declarados y otras irregularidades que comprometen a altos funcionarios del oficialismo y al propio Presidente quitan toda credibilidad a la campaña anticorrupción orquestada con el propósito de liquidación del kirchnerismo. A esta altura nadie puede negar que existieron en el anterior gobierno hechos de corrupción que la mayoría de los kichneristas hemos condenado y que deben motivar reflexiones más profundas para limitar la posibilidad de que se reiteren.

El gobierno de un Presidente cuya familia integra el reducido clan de los grandes beneficiarios de la obra pública carece de autoridad para moralizar sobre esta cuestión. Ya es hora de que se terminen los discursos encubridores y el maniqueísmo que ha caracterizado las discusiones sobre la corrupción, para impulsar un debate serio sobre el régimen de contrataciones de obra pública y el modo de financiamiento de las campañas electorales, entre otros temas, para encontrar los caminos que permitan devolver alguna transparencia a la política y terminar con la influencia nefasta del capital más concentrado.

La renuencia de la CGT a convocar el paro nacional, pese al creciente consenso sobre los efectos negativos de la política neoliberal, no se inscribe en la tradición del 17 de octubre. Se vuelve casi irrelevante la discusión con el Gobierno, en la medida que no aborda los temas centrales de la actual política que signan su carácter antipopular. En ese contexto, es reconfortante, la actitud de algunos sectores que presionan para adoptar medidas de lucha, como la CTA y la Corriente Federal de los Trabajadores, como también la Cetep y otras organizaciones de la economía popular que persisten en el intento. La experiencia de los ‘90 alerta sobre las consecuencias que puede tener el avance del proyecto neoliberal para debilitar las posibilidades de una mayor oposición. Resistir ese avance, es el primer paso para hacer posible una amplia convocatoria opositora. Aunque la movilización social no resuelve por sí sola las discusiones del acuerdo político, está claro que sin la gente en la calle no se le gana a la derecha aquí ni, probablemente, en otras partes.

Cuando las fantasías sobre la declinación del kirchnerismo se han disipado, pero sigue siendo cierto que éste no basta para construir la oposición necesaria para enfrentar el proyecto neoliberal, se ha generalizado una discusión sobre la necesidad del Frente que debe ser bienvenida. Los diversos nombres que se han dado a esa construcción política expresan todos saludablemente la necesidad de una amplia convocatoria. La obra de gobierno iniciada en 2003 sigue constituyendo –con la imprescindible vocación por reconocer errores y abordar asignaturas pendientes– la base de cualquier programa del Frente, al que vienen haciendo aportes movimientos sociales, intelectuales y científicos. Merece especialmente señalarse la propuesta de 26 de puntos de la Corriente Sindical de los Trabajadores que retoma las mejores tradiciones del movimiento obrero y pone los acuerdos programáticos por sobre las discusiones subalternas en las que pierden el rumbo tantos dirigentes.

Pocas ocasiones tan propicias para avanzar hacia el frente como el 17 de octubre. Porque naturalmente define quiénes deben ser los principales protagonistas y destinatarios del intento. Aquel “subsuelo de la patria sublevado” que entró en la historia hace más de 70 años sigue siendo el eje de una convocatoria que se amplía, porque cada día se advierte cuán pocos son los intereses y los sectores sociales que pueden encontrar cobijo en el macrismo.

El kichnerismo durante doce años construyó un espacio político que recogió la mejor tradición peronista y convocó a quienes provenían de otras tradiciones populares. Ese logro debe ser defendido porque no existe divisa por convocante que sea que pueda hoy resumir el espacio popular argentino. Pero mal haríamos en olvidar que la gran mayoría del peronismo acompañó las gestiones de Néstor y Cristina y eso hizo posible el ciclo de expansión de derechos y transformaciones significativas. Cuando no fue así, y la conducción del peronismo cayó en manos de quienes carecían de la vocación popular trasformadora, conocimos la noche de la dictadura y el invierno neoliberal.

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