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Boris Yeltsin, fallecido este lunes a los 76 años, será recordado por haberse impuesto a los golpistas comunistas de 1991 subido a un tanque, pero también como un presidente conocido por sus meteduras de pata y bromas de dudoso gusto, esclavo del vodka y víctima de crisis depresivas.
En Rusia, al menos durante los primeros años de su presidencia, las presiones del Kremlin consiguieron que las "características" de Yeltsin no llegasen a los medios de comunicación.
Pero a lo largo de los nueve años de su presidencia, su carácter imprevisible y su gusto por los golpes teatrales transformaron sus viajes al extranjero en una pesadilla para sus colaboradores.
Así, en septiembre de 1994, durante una ceremonia organizada en Berlín con motivo de la retirada de las últimas tropas rusas de Alemania, Yeltsin se sumó a la orquesta de la policía haciendo alarde de su destreza con el tambor.
Los problemas llegaron a su apogeo en otoño de 1994, cuando en el viaje que lo llevaba de vuelta a Moscú desde Washington no se presentó en una visita protocolaria prevista durante una escala en Irlanda.
El primer ministro irlandés, Albert Reynolds, abandonó el aeropuerto de Shannon sin haber visto a su huésped.
Una vez en la capital rusa, Yeltsin explicó que se había quedado dormido y que había echado la bronca a sus colaboradores por no haberlo despertado.
Sin embargo, el viceprimer ministro Oleg Soskovets declaró posteriormente que el presidente se había sentido mal, mientras que el jefe de sus guardaespaldas afirmó que Yeltsin sufrió un ataque cardíaco.
En cambio, sus detractores sospecharon algo bien diferente: que estaba borracho como una cuba.
"Créame, su dependencia del alcohol sólo es un secreto para usted", escribió en una ocasión Egor Iakovlev, redactor jefe del semanario Obchchaia Gazeta.
En marzo de 1996, tres meses antes de las elecciones presidenciales, un Yeltsin jovial rompió el protocolo en Noruega al tomar del brazo a dos de sus anfitriones, nada menos que la reina Sonia y la primera ministra, Gro Harlem Brundtland.
Vestida de color burdeos la soberana y de blanco el mandatario, Yeltsin exclamó tomado de su brazo: "¡Frambuesas y nata!".
A medida que su salud empeoró, sus meteduras de pata afectaron más a sus funciones presidenciales en sus viajes al extranjero.
En mayo de 1997, en París, durante la firma de la carta fundadora de la cooperación mutua entre Rusia y la OTAN, anunció de forma inesperada e improvisada que Rusia iba a quitar las cabezas nucleares de todos sus misiles que apuntaban sobre los países de la Alianza Atlántica.
Los altos responsables rusos palidecieron. El entonces canciller, Evgueni Primakov, se apresuró a dar marcha atrás.
Y en septiembre de ese año, junto al ex presidente estadounidense Bill Clinton, terminó una respuesta incongruente durante una conferencia de prensa diciendo "punto final".
Los cada vez más frecuentes errores pusieron en entredicho su capacidad para gobernar. "Lo único que logra manejar son las visitas a las tiendas", llegó a escribir el diario Kommersant en el último año de su mandato.
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