UNIVERSIDAD › OPINIóN
› Por Norma Giarracca *
La Argentina tiene una fuerte tradición en la participación de las mujeres en el espacio público y en la política institucional; no por nada fue donde consiguieron –por la lucha de muchas y la decisión política de una, Evita Perón– una temprana participación en el sufragio político. Si observamos atentamente a nuestro alrededor, desde la primera magistratura de la Nación, cargos en la Corte Suprema de Justicia, liderazgos opositores hasta un número importante de cargos legislativos, así como ministerios, secretarías y subsecretarías del Estado están a cargo de mujeres. Por eso, el primer interrogante reside en si es registrable alguna distinción en relación con el desempeño de estos cargos cuando lo llevan a cabo mujeres.
En la gran mayoría de los casos en que las mujeres han llegado a ocupar esos cargos, no se vislumbran evidencias de particularidades de género; cuando llegan “al poder” es porque aceptaron desempeñarlo de un modo determinado. Es decir, estos cargos tienen una lógica intrínseca que condiciona fuertemente su de-sempeño: un hombre o una mujer lo hacen básicamente del mismo modo. Quienes notan la diferencia de género son los recalcitrantes guardianes del dominio patriarcal que de cualquier modo preferirían a los hombres en los cargos de poder y proceden constantemente con referencias “machistas” cuando se refieren a ellas.
Es importe recordar, no obstante, que existe otra conexión entre “mujeres y poder”, que reenvía a otro sentido del término “poder” que no refiere, como el anterior, a un lugar o “cosa” con esta cualidad –“tal persona en el poder o con el poder”–, sino a un atributo inherente a toda relación social. En esta acepción, el poder es un atributo relacional que puede modificar, precisamente, las asimetrías sociales. Las mujeres tienen una larga y difícil tradición para lograr estas nivelaciones en los ámbitos domésticos y, toda vez que pudieron, demostraron esta capacidad en los espacios públicos enfrentándose a todo tipo de poder.
En los últimos tiempos este “poder de las mujeres”, pincelando el espacio público, es de muy fácil constatación tanto en los ámbitos rurales como en los urbanos y en los de las ciudades intermedias. Los denominados movimientos “socioterritoriales” de toda la América latina (o Abya Yala) son los que mejor conocemos y a ellos me referiré aunque, debo aclarar, ocurre no sólo allí. En estos movimientos, el territorio se ha convertido en la clave de la disputa con el poder económico y político. La tierra campesina amenazada, los territorios de las comunidades indígenas o los poblados cordilleranos de todo el continente bajo las garras del capital transnacional minero son disputados por movimientos sociales y las corporaciones económicas. La característica de estas disputas reside en que el movimiento asume la forma de defensa o generación de formas de vida (“política de vida”) que difieren radicalmente de las que ofrecen el capitalismo neoliberal del agronegocio, de las corporaciones mineras, forestales, petroleras y también de las que transmiten los grandes medios de comunicación. A estas situaciones construidas en estos márgenes las denominamos con Boaventura de Sousa Santos “campos de experimentación” y en todos ellos, de norte a sur de América latina, las mujeres juegan significativos lugares y papeles.
En efecto, las mujeres se destacan en estos movimientos y el fenómeno es de fácil comprensión, porque se trata básicamente de generar “otra vida”, de producir “otras subjetividades”; en fin, de generar “convivencialidades” (otras relaciones entre los sujetos, con la naturaleza y con la técnica). Las mujeres, desenvolviendo sus poderes como aquella Pandora desplegaba la esperanza de su caja, demuestran las posibilidades de otras formas de organizar la vida cuestionando estos insoportables e inhumanos mundos del neoliberalismo.
Estas mujeres son tenaces, firmes en sus creencias y desorientan a los miembros de los órdenes del poder. Es muy difícil que una corporación económica con todo su aparato transnacional pueda convencerlas de que abandonen sus propósitos. Aun cuando las empresas buscan la complicidad de las ciencias sociales o comunicacionales complacientes o de las ciencias de la educación (los famosos convenios universitarios) para “convencerlas” de “sus bondades”, las mujeres tienen una decisión tomada y no ceden. Aunque circule dinero en el intento de convencerlas, ellas no ceden. En muchos países, han dejado sus vidas; en México sufren cárceles, vejaciones, exilio, pero ellas no ceden. Hace pocos días en la provincia de La Rioja las golpearon, las hospitalizaron, las encarcelaron (hasta con una niñita de cuatro años), pero ellas no ceden. Entonces, la gente del poder comienza a denominarlas “locas” o “perturbadas”; son las “mujeres perturbadas” de Nuestra América, son las que tenazmente rechazan la “imperturbable” lógica del capitalismo neoliberal y luchan por la construcción de otra vida, de un “mundo otro”.
Por eso, en estas fechas, cuando internacionalmente se rememora la epopeya de las mujeres luchadoras, evocamos y homenajeamos a estas queridas “mujeres perturbadas” de nuestro país y de toda la América latina (Abya Yala). Pero también apelemos a las “mujeres del poder” para que suelten sus amarras institucionales y generen políticas de Estado que acompañen a estas luchadoras que honran la vida y, básicamente, la jerarquizan por sobre la ganancia económica.
* Socióloga, investigadora de la UBA, coordinadora del Ger-Gemsal (www.ger-gemsal.org.ar).
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux