UNIVERSIDAD › OPINIóN
› Por Ernesto F. Villanueva *
El mundo académico está acostumbrado a las convocatorias: para becas, proyectos de investigación, concursos. Pero la semana pasada escuchamos otra convocatoria. Tras enumerar algunos de los logros oficiales de estos años, la Presidenta propuso un desafío central a las universidades. Se trata de una ley de educación superior para el Bicentenario. El año pasado hubo avances en las discusiones. Hay varios proyectos en el Congreso. Los rectores de las universidades nacionales emitieron un importante documento en la reunión de Vaquerías, pero todavía falta que la cuestión encarne más fuertemente en la comunidad universitaria. ¿Qué universidad queremos? La pregunta es crucial si el incipiente modelo de acumulación y distribución es ratificado en las elecciones. Los avances económicos del país requieren verdaderas modificaciones culturales en sentido amplio. Si un paso es la discusión sobre los servicios audiovisuales, otro indudable será el de una profunda reflexión sobre el sentido de la universidad. Los interrogantes son muchos: ¿crear nuevas universidades o expandir las actuales?, ¿cómo combinar concursos con una carrera docente de modo tal de respetar un sistema laboral que minimice los interinatos y los contratos basura?, ¿cómo disminuir la fuerte deserción estudiantil?, ¿cómo incluir la actualización profesional en las tareas cotidianas de la universidad? Además de las becas del bicentenario para carreras prioritarias, ¿tenemos otros esquemas disponibles para hacer nuestra universidad más científica y menos profesionalista? En fin, la eterna duda acerca de la relación entre sociedad, universidad, Estado y mercado. No es cosa que tengamos la respuesta de una vez y para siempre. En mil años de existencia, esta institución ha sido desde centro de transformaciones excepcionales, como la Reforma del ’18, hasta núcleo del conservadurismo más duro, como a las puertas de la Revolución Francesa. De ahí que la autonomía es entendida por los propios rectores en términos de autonomía responsable, esto es, un derecho a la vez que una carga y una responsabilidad ante el pueblo; de ahí que la gratuidad, instaurada en 1949, tiene que ser una herramienta fundamental para el logro de la equidad. El diálogo queda abierto. Calidad, sí, pero calidad para todos. Definir la pertinencia desde el futuro del país y de América latina, no desde pequeños intereses corporativos o una demanda coyuntural. La universidad debe ser el foro principal de espíritu crítico, creatividad científica, emanación y difusión de los avances del conocimiento para que los argentinos, pasemos o no por sus aulas, podamos apropiarnos de sus logros y sus esfuerzos.
* Sociólogo, profesor de la Universidad de Quilmes.
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