UNIVERSIDAD › OPINION
› Por Laura Kornfeld *
Hace unos días, Juan Forn observaba jocosamente en estas páginas que la revista Cabildo es como Barcelona, pero en serio. Bien: Pedro Luis Barcia, presidente de la Academia Argentina de Letras, es como el funcionario de Educación Juan Estrasnoy, el impagable personaje de Capusotto del latiguillo “estamos preocupados porque los jóvenes usan mal el lenguaje”, pero en serio. Desde 2001, Barcia se ha preocupado por resaltar la “decadencia” en el lenguaje de los jóvenes. Vale aclarar que ningún estudio científico avala sus afirmaciones catastrofistas: no hay estadística que dé cuenta de una disminución del vocabulario promedio de los jóvenes, ni ontología que le otorgue mayor valor lingüístico a “buenísimo” que a “re bueno”, ni usos de los insultos que sean más legítimos que otros, por citar algunos de sus caballitos de batalla. Sus resquemores se apoyan apenas en el axioma “todo tiempo pasado fue mejor” que, justamente por su referencia al sentido común, encuentra buen eco mediático. No satisfecho, Barcia también ha salido a filosofar sobre la relación entre “pobreza lingüística” y “calidad democrática”, ya que, sostiene, “la inclusión comienza por el lenguaje”. Ha afirmado: “En una democracia no es útil una persona que no es capaz de dialogar, de articularse con el otro”, y recientemente precisó: “El pibe que no puede decir lo que quiere da un sopapo, un golpe, una pedrada o se hace piquetero como D’Elía”. Barcia recurre, en ese vaticinio, a Luis D’Elía, cuco de la clase media argentina. No para reconocerle que, como otros líderes piqueteros de los ’90, haya logrado articular (darles voz a) los reclamos de quienes quedaron despojados de todo, incluso de lo que los definía como clase: el trabajo. No para resaltar que D’Elía es un crítico coherente del discurso dominante, que procesa creativamente información política y cultural diversa para sostener sus posturas. No para apuntar que tiene plena conciencia de su incorrección política y lingüística, como ha dejado claro en una charla con la Agrupación Oesterheld: “Cuando uno mira a los dos políticos más amados por el pueblo argentino, que para mí fueron Eva Perón y Ernesto ‘Che’ Guevara, se pregunta; ¿estos tipos qué tenían que ver con la moderación? ¿Qué tenían que ver con la fina selección semántica? ¿Con el discurso prolijo, con la cosa acicalada y previsible?”. Estas palabras (pronunciadas con un acento barrial que en nada las desmerece y ratifica su lugar elegido de dirigente clasista) no traslucen, evidentemente, ninguna “pobreza lingüística”. Para su vaticinio, Barcia se basa, pues, no en el discurso efectivo de D’Elía, sino en la imagen construida por la mayoría de los medios, que lo han distorsionado, hostigado y estigmatizado hasta el hartazgo. Y, en la persona de D’Elía, los medios denigran sobre todo a sus representados: los “negros” o los “afroperonistas”, según la irónica reformulación “políticamente correcta” de Barcelona. Actores que sólo interesan cuando dan un sopapo, un golpe, una pedrada o hacen un piquete, retomando las palabras de Barcia: cuando irrumpen, con algún mínimo grado de violencia, en nuestras cómodas vidas burguesas. El resto del tiempo basta con bajarles el volumen... para luego acusarlos de que su “pobreza lingüística” los deja afuera del sistema democrático. Es que, a menudo, el sentido común implica hacer de los síntomas causas, invisibilizar las razones verdaderas, volver a las víctimas agentes y viceversa: no es que no los dejamos hablar, es que no saben; no es que protestan como pueden, es que no tienen nada que decir... Ninguna política educativa que intente promover la inclusión social a través del lenguaje puede basarse en los principios del sentido común, sea que éstos nieguen las verdaderas causalidades de una situación sociopolítica compleja, sea que supongan que el modo de hablar de una generación o de una clase es superior a otros, una falsedad desde cualquier teoría lingüística. En cuanto al juego democrático (que, vale recordarlo, en la historia de nuestro país no fue precisamente debilitado por los “afroperonistas” o los jóvenes que “usan mal el lenguaje”), sólo se enriquecerá en la medida en que se respeten, sin ningunear ni acallar ninguna, las diversas identidades (étnicas, lingüísticas, sociales, políticas) que conforman la cultura argentina.
* Lingüista (UBA, UNGS, Conicet).
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