UNIVERSIDAD › OPINION
› Por Cinthia Rajschmir *
El maestro Luis Fortunato Iglesias nació en 1915, fue un hombre justo, un humanista, que dedicó toda su vida a la pedagogía y que desarrolló sus enseñanzas en una escuela rural. En su juventud, compartió con artistas, escritores, pintores, el grupo Lilulí, que se reunía todas las semanas en un bar de la ciudad de Buenos Aires para discutir sobre temas de filosofía, arte, literatura. El era “el” maestro de ese grupo, entre los cuales se encontraba el dramaturgo Carlos Gorostiza. Era el maestro único de niños que vivían en el campo, muchos de los cuales trabajaban ayudando a sus padres, como boyeros; se levantaban a la mañana muy temprano y luego de la ardua tarea adjudicada en el tambo, llegaban a la escuela dispuestos a aprender.
“Yo nací maestro y escritor”, sostenía Iglesias, que publicó numerosos libros en los que relataba lo que hacía. Fue su modo de reflexionar con otros y consigo mismo acerca de los aciertos, los errores, las dudas, las decisiones, las alegrías de su diaria labor, y constituyó una manera de dejar una huella. Fue un hombre valiente, que transformó el castigo que le impuso el gobierno conservador, en el año 1938, al enviarlo a una escuelita lejana, la Escuela Rural Nº 11, de Tristán Suárez, en la provincia de Buenos Aires, en una apuesta a la educación igualitaria para todos. Allí encontró su porvenir “con todos los grados, ¡de primero a sexto!”, explicaba con pasión.
Creyendo en las posibilidades de todos y cada uno de los chicos, inventó diferentes estrategias para alentar el aprendizaje con autonomía, con solidaridad, con arte, con gusto, con alegría, con amor. Su escuelita contaba con un barómetro, un pluviómetro, un museo, un proyector de filminas, una biblioteca grande para los chicos mayores y con una biblioteca más pequeña para los niños menores, y con un laboratorio que construyó con la colaboración de su mujer, Clementina Leston, bioquímica.
Los más grandes, a veces, les enseñaban a los más chiquitos y, a través de los guiones didácticos, cada uno iba completando las fichas que le correspondían según sus edades y su nivel de conocimiento, y que el maestro había fabricado una por una. “Era un maestro de avanzada”, sostienen hoy sus ex alumnos, que lo siguen queriendo.
Los chicos tenían un cuaderno de pensamientos propios en los que escribían frases sobre ellos mismos, sobre sus vidas, sus temores, sus aventuras, sus emociones, y las acompañaban con dibujos y acuarelas. El arte de los niños estaba presente siempre. Para Iglesias, incluso la escritura “era un dibujo más”.
En 1961 comenzó a dirigir el periódico La Educación Popular, que se hizo conocido en toda América latina y tenía a los más destacados pedagogos entre sus colaboradores. Era un diario de “agitación pedagógica”, según sus palabras. Y al poco tiempo de su creación, en 1962, el maestro estuvo preso en la cárcel de Caseros, durante un mes. Desde allí escribió el editorial “Los tanques y la pedagogía”, en referencia al momento que estaba viviendo el país y por su propia situación. Era sin lugar a dudas un maestro rebelde.
Iglesias fue distinguido en muchas ocasiones: en 1986 obtuvo el Premio Konex de Platino de Humanidades, Educación / Maestros, y en 1996 fue declarado Ciudadano Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires por el Honorable Concejo Deliberante.
El pasado 8 de agosto falleció a los 94 años. Sus enseñanzas, sus creaciones, su concepción, su ejemplo de compromiso y pasión por el derecho y la educación de todos los niños quedan en manos ahora de las nuevas generaciones.
* Pedagoga y periodista; directora del documental Luis F. Iglesias, el camino de un maestro, producido por el Instituto Nacional de Formación Docente, del Ministerio de Educación.
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