UNIVERSIDAD › OPINION
› Por Norma Giarracca *
Es importante seguir el debate que involucra la relación de la ciencia y la sociedad en un momento de grandes anuncios en materia científica. La ciencia, el derecho y una manera de organizar el poder han sido los pilares del mundo moderno. Esta estupenda ingeniería social precedió a la organización económica del capitalismo, aunque hoy acompaña, con una “fidelidad” asombrosa, sus cada vez más fuertes y frecuentes crisis que presagian no ser meramente locales. Para importantes pensadores contemporáneos, el meollo de la cuestión reside en que enfrentamos graves problemas “modernos” para los cuales no existen soluciones “modernas”. Esos problemas tienen mucho que ver con las promesas incumplidas por la modernidad: paz, educación, salud, trabajo y alimentos para todos...
En aquellas épocas de las promesas “modernas” (cuando “futuro” era igual a “progreso”), las ciencias sociales críticas, tanto las liberales como las marxistas, se ubicaban en muchos sentidos en el mismo registro que las “ciencias duras”, procurando un avance “ilimitado” en el desarrollo de las fuerzas productivas. Se buscaban las famosas conexiones triangulares entre las agencias generadoras de conocimiento, el Estado y las empresas para aprovechar al máximo los recursos científico-tecnológicos para el desarrollo económico. La mayoría creía en el desarrollo como consecuencia directa del crecimiento económico por aplicación de nuevas tecnologías; fue un esquema en el que se depositaron muchas esperanzas y, por cortos momentos en países como los nuestros, parecía funcionar. No obstante, mucho después, cuando crisis de todo tipo azotan a este “modelo de desarrollo”, se ha seguido con un uso tan simplificado de las relaciones del triángulo que algunos de sus entusiastas seguidores formulan severas advertencias sobre una versión cándida de los planificadores que pretenden un esquema ingenuo y lineal de articulaciones de oferta y demanda tecnológica. En países de desarrollos de alta tecnología, como Japón o Israel, se necesitaron generar “complejas mediaciones” para hacer uso de los principios del paradigma, ya de por sí modificado.
La estrepitosa caída de las certezas en las ciencias sociales desde fines de los ‘60 tal vez es más reconocida que la de las ciencias en general, pero no por eso menos importante. Los científicos del mundo, conscientes de estas crisis epistemológicas y societales, se reunieron en 1999 para repasar su papel en estos mundos en transiciones. Así, la Unesco organiza en Budapest una Conferencia Mundial sobre la Ciencia para pensar un nuevo contrato social entre ciencia y sociedad. La discusión se centra en la responsabilidad de la ciencia y en la necesidad de un debate amplio, riguroso y más allá de los miembros de la comunidad científica, acerca de la producción y utilización del conocimiento.
Algunos países de América latina perciben la necesidad de profundizar este debate, se crean nuevas asociaciones de científicos que comienzan a incluir los nuevos paradigmas de unas ciencias sociales críticas aún muy incipientes, que acompaña la ecología política. La Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad (UCCS) de México es un buen ejemplo. Se define como “una organización no lucrativa” conformada por “científicos de campos diversos” y “dispuestos a asumir su responsabilidad ética frente a la sociedad y el ambiente”.
¿Cuál es la situación en Argentina? ¿Por qué, frente a posibilidades de expansión del sector científico en condiciones inéditas, no se han generado aún espacios de discusión semejantes al mexicano? ¿Por qué algunos siguen con la idea lineal de una universidad convertida en la proveedora de conocimientos para el Estado o en oferente de tecnología para grandes empresas? ¿Por qué el país que dio pensadores como Jorge Sabato u Oscar Varsavsky no genera una discusión amplia y democrática? Son interrogantes difíciles de responder, pero vale la pena arriesgar algunas razones: 1) los casi ocho años de una ominosa dictadura que tuvo al sector científico como dispositivo de negocios y corrupción por parte de su dirigencia (de científicos), sin que tal situación se terminara de revisar; 2) la pasividad de muchos hombres de ciencia ante la “cuestión pública” y su desconocimiento de cuestiones sociales y ambientales; 3) el desencuentro actual con pensamientos críticos del siglo XXI. Muchos científicos aún dialogan con teorías sociales decimonónicas y desconocen el fructífero diálogo entre científicos, pensadores involucrados en el presente y nuevos sujetos sociales y políticos que se despliega en América latina y Europa.
* Socióloga, Instituto Gino Germani (UBA).
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