UNIVERSIDAD › ENTREVISTA CON PABLO GENTILI, SECRETARIO ADJUNTO DE CLACSO
El Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales inauguró su nueva sede en Buenos Aires, en el barrio de Constitución. Gentili describe los cambios que atraviesa la institución ante el escenario regional y reflexiona sobre el estado de la educación superior.
El Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso) tiene una nueva sede, una casa que perteneció a la familia Alemann. Es de estilo Tudor, y queda en el barrio de Constitución, sobre Estados Unidos al 1100, a dos cuadras de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA). Los pisos de parquet, las paredes revestidas en madera, la robusta escalera, la claraboya con vitraux, todo tiene un aire fresco y antiguo. El jardín del fondo tiene altos paredones, una fuente con flores violetas y un sendero que conduce a la parrilla. Adentro de la casa, en su despacho, el secretario ejecutivo adjunto de Clacso, Pablo Gentili, recibe a Página/12. Doctor en Educación, radicado en Brasil, Gentili explica que la nueva sede les ofrece mayor visibilidad: “Estamos mirando a la calle, y no hacia adentro” (antes trabajaban en unas oficinas, en Paraguay y Callao). “Es una zona de mucha circulación, y además –confiesa– es un barrio que tiene la cara que preferimos tener.”
Clacso funciona como una red latinoamericana y caribeña de instituciones que hacen investigación y dictan posgrados en ciencias sociales. Su función es integrar y articular estas instituciones, que ya son más de 300 en 27 países, ya que ahora incluye a Estados Unidos, Canadá y naciones europeas. “Clacso siempre se identificó con una línea crítica del pensamiento social, cerca del campo de la izquierda –dice Gentili–. En estos últimos años, especialmente con la gestión de Emir Sader, por la coyuntura que vive América latina, buscamos encontrar puentes entre la producción académica y las políticas públicas.”
–¿Un rol que antes no era factible?
–Históricamente este perfil de izquierda le daba a Clacso un perfil contestatario, de confrontación y resistencia, tanto en dictaduras como en gobiernos neoliberales. Era una trinchera de resistencia académica. Pero, con la emergencia de los gobiernos posneoliberales, Clacso se ubicó en un lugar diferente. Hay un diálogo más directo con los gobiernos, y nos proponemos contribuir a que sus políticas puedan transitar nuevos rumbos, puedan ser más creativas, innovadoras y democráticas.
–Ante los perfiles de estos gobiernos latinoamericanos, ¿no ven neutralizada esa postura original, el pensamiento crítico?
–Es interesante porque, en primer lugar, no estamos muy acostumbrados a contribuir a pensar políticas públicas. Es una nueva interpelación, y es muy positiva, aunque genere tensiones. En la academia hay mucha gente que resiste al Estado, cualquier diálogo con el poder significa una subordinación. Dentro de América latina hay muchos sectores de izquierda que no apoyan a los gobiernos progresistas. Nosotros hemos tratado de asumir una posición que, sin pérdida de autonomía ni libertad de pensamiento, aporte para que lo producido académicamente se transforme en insumos para formular políticas más democráticas y más populares. Y en esta interpelación, uno descubre que la crítica tiene una lógica, y la presentación de alternativas, la contribución, tiene una lógica diferente.
–Y en educación superior argentina, ¿cuáles son los puntos a contribuir?
–Como nosotros somos una institución regional, hay temas que en la Argentina son menos visibles, pero en América latina son gravísimos. El acceso, por ejemplo. La universidad no sólo debe pensar cómo demotratizar a la sociedad, sino cómo democratizarse a sí misma. En Argentina y en Uruguay hay una política de acceso democrática, es verdad, pero el problema es cómo garantizar un poco más de igualdad en las oportunidades dentro de la universidad. Todos entran, pero el proceso de formación sigue siendo segmentado, hay un corte social muy grande. Además de la precarización del trabajo académico. La masividad y el acceso libre se sustentaron sobre un cuerpo de docentes y trabajadores maltratados, algo que ahora se empezó a revertir, pero todavía queda mucho. La falta de concursos, de estabilidad, de investigación, de infraestructura. En Brasil esto no es un problema, pero allí sí está el problema del acceso, el problema de cómo combinar calidad con masividad.
–Y con diferencias tan claras a nivel regional, ¿cómo se hace para entablar políticas en común?
–Más allá de las especificidades nacionales, el problema es el mismo, la democratización del conocimiento, y la ruptura del monopolio del conocimiento. Cada país tiene su modelo, con sus ventajas y desventajas, entonces debe haber una relación de cooperación. Es decir, la universidad argentina, por ejemplo, tiene que aprender de la brasileña, y viceversa.
–En cuanto a la especificidad nacional, aquí hay un debate postergado que es la reforma de la Ley de Educación Superior del menemismo, ¿qué posición tiene?
–Creo que es necesaria una reforma de la ley. La universidad tiene que ponerse en sintonía con los procesos de cambio que ha vivido el país. Y esta reforma, creo, puede servirle para estar a la altura de las circunstancias.
Entrevista: Agustín Saavedra.
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