Martes, 11 de diciembre de 2012 | Hoy
UNIVERSIDAD › OPINIóN
Por Adrián Cannellotto *
Hace tres años, cuando comenzamos a formular el proyecto de la Universidad Pedagógica (Unipe), nos planteamos tres grandes objetivos. El primero es achicar la brecha de acceso a la universidad. Para esta primera etapa, centrada en la formación docente continua, esto adquiere particular relevancia dado que en la mayoría de los casos para los docentes la universidad no ha sido, por diversas razones, una opción posible. Esto implica poner en juego la cultura y la vida universitaria, a la vez que hacerlo desde un reconocimiento y una puesta en valor de la experiencia y los conocimientos que los docentes en ejercicio traen consigo.
El segundo objetivo es establecer otra relación con el saber. Una relación no instrumental ni mecánica. Esto implica dos cosas. Primero, una relación que permita construir el proyecto de enseñanza como una hipótesis, que habilite una interrogación sistemática sobre el hacer. Segundo, cultivar una actitud investigativa, que tiene que ver con poner en marcha el deseo por medio del cual hacemos del mundo un universo de sentido. La segunda funda la posibilidad de la primera. Generar esa otra relación con el saber es uno de los ejes más importantes y difíciles de este proyecto de universidad. Dado que la profesión docente no es algo que uno adquiere de una vez y para siempre, sino que se la construye a lo largo del tiempo, este segundo sentido favorece un desarrollo más autónomo de la misma.
La apertura que estamos evocando supone que la relación de los docentes con el saber no puede ser reducida a dotarlos de una serie de recetas y herramientas para implementar algo dado. Sin embargo, esto implica que, si bien al adoptar esta situación de apertura, de exploración, el docente modifica la relación con el saber, es necesario comprender también que la relación con el saber y las condiciones del trabajo docente están íntimamente vinculadas. Para ser más explícitos, las segundas condicionan a la primera.
Ahora bien, en tanto que universidad, no podemos pretender encontrar en las personas lo que las instituciones no han construido. El deseo, la actitud de apertura pero también la sistematización que requiere esa búsqueda para constituirse como pensamiento tienen que estar dadas antes en la institución. Una institución que moviliza todos sus recursos para alcanzar una auténtica experiencia de pensamiento que, por su complejidad, trasciende cualquier oferta de formación. Sólo de esta manera lo colectivo –lo institucional– genera las garantías para que esta tarea se sostenga en el tiempo y se realice.
El tercer objetivo es el de poder cruzar todo esto con las nuevas tecnologías, contribuyendo a trazar puentes con la cultura digital y con el lenguaje audiovisual.
Nos parece que esos tres desafíos van a permitir que la universidad empiece a pensarse a sí misma como dinamizadora de políticas que contribuyan a realizar la transición hacia una nueva escuela. Nueva escuela que debe ser la que acompañe y promueva esta nueva Argentina, comprometida con la inclusión. Una Argentina que profundice una economía de base productiva, con eje en el empleo y con un Estado activo. Una transformación de la Argentina tiene que ir de la mano de la escuela y de los docentes, promoviendo el derecho a una educación de calidad para todos. Sobre ese derecho continúa resonando la vieja promesa de la modernidad en relación con el progreso social y personal. Al mismo tiempo, resulta fundamental que como sociedad comprendamos la responsabilidad que tenemos a la hora de contribuir a la construcción de otra relación con el saber.
* Rector de la Unipe.
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