UNIVERSIDAD › OPINIóN
› Por Florencia Saintout *
La semana pasada circuló la foto de un cartel que el químico y becado del Conicet Pablo García pegó en la puerta de su departamento contando a los vecinos lo que sucedería con su trabajo en caso de que triunfe Mauricio Macri: empezaría a lavar platos. Más allá del folklore, el científico nos advierte de la confrontación que se juega en uno de los ámbitos más importantes para el desarrollo de la Nación.
En sus intervenciones públicas la Presidenta involucra a la ciencia y a las universidades. Convoca y nombra a científicos, a intelectuales. Esas referencias al campo académico remiten a uno de sus períodos de mayor vitalidad –si no el mayor– desde su conformación en nuestro país. Si podemos dar cuenta de un primer momento fundacional con la Reforma del 18, y otro momento revolucionario con la decisión de la gratuidad universitaria en el 49, este tiempo bien podría ser nombrado como el de la Gran Transformación.
Esa Gran Transformación se encuentra en la vitalidad de un sistema que puede entenderse desde la materialidad de sus logros, pero también en la proliferación de ideas, interrogantes, epistemologías y modos de hacer. Es decir, la vitalidad de personas y formas de ver el mundo. Del renacimiento de un sentido, un afán: hacer ciencia con un para qué, con un con quiénes. Incluso contra quiénes. Pero hay que saber que estas preguntas sólo son posibles si hay alguna cosa llamada ciencia. Y no solamente se ha construido esa posibilidad sino que se ha efectivizado dentro de una plataforma de los derechos. Arsat es un claro ejemplo de la efectivización de la ciencia en una nación. Cuando en 2004 Néstor Kirchner lanzó el plan de radarización, lejos de estar pensando en resultados meramente inmediatos, cortoplacistas, estaba planificando el desarrollo de la Argentina. Por eso es necesario insistir en que los resultados que se tuvieron estos años no son mérito exclusivo de los científicos y los técnicos, como se pretende mostrar en los medios masivos de comunicación. Son decisiones políticas. Los países industrializados tuvieron –y tienen– políticas que van en esa dirección.
Este tiempo de vitalidad se opone a otro que ha sido nefasto. En 1976 la dictadura cívico-militar instaló un camino de horror en el que docentes y científicos fueron perseguidos, algunos debieron exiliarse y otros, como Jorge Bonafini, físico e hijo de la fundadora de Madres de Plaza de Mayo, permanecen desaparecidos. Diez años antes, durante el gobierno de facto de Onganía, la Policía Federal desalojaba a los palazos cinco facultades de la Universidad de Buenos Aires, con el objetivo de intervenirlas y suprimir su régimen de gobierno. Y veinte años después, un ministro de Economía mandaba a lavar los platos a una socióloga que lo inquirió sobre el aumento del desempleo. Aquel era el proyecto del saqueo que polarizó y fragmentó el sistema educativo y científico en la Argentina.
Hasta hace muy poco volver a construir la idea misma de sistema aparecía como quimera. Hoy, los documentos y manifestaciones públicas de agrupaciones de becarios o de consejos en las universidades apoyando lo realizado dan cuenta de la inmensidad de lo hecho en un territorio donde la autonomía y la neutralidad funcionaron muchas veces como coartada para huir de la política. (Y este es un capítulo imprescindible que debemos tomar de modo crítico hacia adelante, ya que no hemos tenido grandes debates al respecto, más allá de los gestos defensivos o culpabilizadores.)
- ¿Para qué la ciencia? La posibilidad de la llegada de Mauricio Macri y el PRO al gobierno nacional actualiza dramáticamente el interrogante ¿ciencia para qué? Ya se hicieron públicos algunos lineamientos, en una entrevista que el director de Ciencia y Técnica de la Ciudad de Buenos Aries concedió a la agencia de noticias de la Universidad Nacional de San Martín: “¿Publicaste en Science? Tenés 30 por ciento más de salario. ¿No publicaste en Science? Mala suerte, es la vida. El que publicó ahí me muestra que es mejor que los otros.”
El macrismo desconoce que los problemas humanos tienen escalas locales, y lo que es bueno, útil o relevante para los evaluadores de Science puede no serlo para el pueblo argentino. Además, la política científica de una patria soberana no debería ser cuestión de suerte. Pero sobre todo, no nos podemos permitir caer en la subordinación mental que pretende que en nuestro país no es posible fabricar cosas importantes. ¿Por qué creen los dirigentes del PRO que es más importante publicar en revistas internacionales que aportar al campo de investigación nacional? Porque claramente están pensando en una ciencia que administren los países imperialistas; porque no creen en la ciencia como una vía para la emancipación (por no prejuzgar que están pensando en eliminar todas aquellas ideas emancipadoras).
Mauricio Macri también se pregunta “¿qué es esto de universidades por todos lados?”. Y luego reduce la cuestión a una variable mezquina y miope: “obviamente, son más cargos para nombrar”. Las universidades no son sólo los cargos que las componen. Son muchas las respuestas en torno de qué son, pero en una de ellas está alojada la idea de universidades para el futuro de cada uno de los que habitan nuestro suelo.
Por el contrario, cuando asumió, Néstor Kirchner convocó a un grupo de científicos respetados por sus pares para saber “qué les duele y dónde les duele”, al tiempo que aumentaba en un 50 por ciento los salarios del Conicet. Dos modelos: ministros de gobiernos que mandan a lavar los platos; presidentes preocupados por el dolor de sus compatriotas (muchos de ellos refugiados en el exterior).
Hoy tenemos la mayor y mejor estructura educativa y científica de la región, pero menor que la de países con mejor desarrollo que el nuestro. Daniel Scioli ha afirmado claramente su compromiso con un proyecto de desarrollo con ciencia (con innovación para la inclusión, cuestión que es siempre importante aclarar porque se puede no tener innovación, pero además si se la tiene se la puede orientar hacia el saqueo, por ejemplo). También el candidato del FpV ha hecho explícita la propuesta de aumentar del 0,6 al 1 por ciento del PBI el presupuesto científico. Ha dicho que queremos un “hecho en Argentina con un pensado en Argentina”.
- Algunas cifras. Aunque parezca un enlatado, se torna ineludible repetir algunos datos para mostrar las dimensiones de lo acontecido. El sistema universitario triplicó su estructura con la creación de quince nuevas universidades nacionales, donde tiene lugar de trabajo el 80 por ciento de los investigadores de nuestro país, y a las cuales ingresan sectores sociales que nunca antes lo habían hecho. Estas universidades se distribuyen con un claro sentido federal, desde Misiones y Chaco hasta Tierra del Fuego. Un presupuesto equivalente al 1,65 por ciento del PBI permitió que durante los tres gobiernos kirchneristas se construyeran 190 mil metros cuadrados en 123 obras en todo el país, se repatriaron 1200 científicos mediante el Programa Raíces, y que la cantidad de investigadores del Conicet aumentara de 3694 en 2003 a más de 10 mil en la actualidad, con sueldos que se triplicaron en dólares. El sistema científico de nuestro país es el que exhibe la mejor proporción de científicos por cantidad de habitantes de toda la región.
Afirmando este camino se ha dado en los últimos días un gran avance en el Senado (no por Gabriela Michetti, que se retiró antes de votarlo) con la prohibición por ley del ingreso restringido y de cualquier arancelamiento, declarando la educación superior como bien público y derecho humano. Para ello se estableció la responsabilidad “indelegable y principal” del Estado para con las universidades públicas. Y es necesario recordar que desde el 2003 la matrícula de estudiantes universitarios aumentó el 23 por ciento.
Recientemente, el dirigente y ex candidato de Cambiemos Octavio Frigerio cuestionó la gratuidad de la universidad pública argumentando que los “beneficiaros son estrictamente los sectores altos y medios”, porque “los sectores bajos no tienen la posibilidad de terminar su secundario”. Su hijo Rogelio, titular del Banco Ciudad, respaldó la postura de su padre y afirmó que la universidad pública “carece de exigencia y de excelencia”. En respuesta a esto alcanza con ver solamente las cifras de la Facultad de Periodismo de La Plata, en la que se inscribieron 170 estudiantes al Progresar y otros 250 se anotaron en el Plan Nacional de Becas Universitarias del Ministerio de Educación. Es decir, si los aspirantes a la carrera de Periodismo se anotan en los subsidios otorgados por la Nación, es que, indefectiblemente, hay otros sectores sociales que gracias a las políticas propuestas por el Estado acceden a los estudios superiores.
En el ballottage se ponen en juego años de lucha por un sistema de educación pública, el mismo que supo resistir a la noche neoliberal impidiendo el arancelamiento. Nuestro pueblo no necesita a la ciencia resistiendo para no desaparecer: necesita a sus intelectuales y científicos trabajando para ampliar derechos, para hacer juntos un país más igual, para construir la justicia social. Para hacer ciencia y educación con soberanía.
* Decana de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social, Universidad Nacional de La Plata.
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