UNIVERSIDAD
Estrés, autoplagio, burocracia y artilugios entre los investigadores
Un estudio realizado en la Unicen revela los efectos oscuros y no deseados del Programa de Incentivos, que abarca a 19 mil docentes.
› Por Javier Lorca
Además de tener periódicamente en ascuas a miles de docentes, porque en su primera década de funcionamiento rara vez se ha pagado en término, el programa de incentivos a los investigadores ha modificado la práctica cotidiana de los universitarios. Un estudio realizado en la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires (Unicen) exhibe cómo, en un contexto de desfinanciamiento educativo y congelamiento salarial, el programa fue introduciendo criterios de mercado en el sistema educativo. Y cómo los docentes investigadores no sólo tuvieron que multiplicar sus actividades, lo que generó estrés, burocratización y rivalidad entre ellos, sino que desarrollaron estrategias para poder acceder al incentivo: desde el inflado del currículum hasta el autoplagio y los autores fantasma en sus publicaciones.
El Programa de Incentivos a los Docentes Investigadores de las Universidades Nacionales fue creado por decreto en 1993, dentro del Ministerio de Educación, para “promocionar las tareas de investigación en el ámbito académico”. Desde entonces, el incentivo consiste en una remuneración agregada al salario que hoy perciben unos 19 mil docentes por participar en 5400 proyectos de investigación. Los investigadores son evaluados anualmente por pares, que analizan la tarea realizada, los antecedentes académicos, las publicaciones, la participación en congresos y otros ítem. Cada investigador es adscripto a una categoría y eso determina el monto del incentivo percibido.
Apoyado en el trípode “evaluación del desempeño, rendición de cuentas y remuneración diferenciada”, el programa de incentivos apareció “en un contexto internacional caracterizado por una crisis de la profesión académica”, con restricciones en la financiación estatal y congelamiento salarial. Según señaló a Página/12 Sonia Araujo, investigadora de la Unicen, “la incorporación de la evaluación como estrategia de gestión significó la inclusión del mercado, por parte del Estado, para regular la asignación de recursos tanto como para plantear un contexto más competitivo dentro de –y entre– las instituciones. Se trata de reformas en las que se enfatizan los resultados y la productividad” en pos de mayor eficiencia.
Recién publicado como Universidad, investigación e incentivos. La cara oscura, el estudio de Araujo indagó los efectos del programa mediante un cuestionario realizado a 156 investigadores de diferentes disciplinas. Entre las consecuencias positivas, destacó que el programa “promovió un cambio en la concepción del trabajo académico que incorpora el valor de la actividad de investigación en la universidad” y permitió “valorar y aumentar la formación de posgrado de los docentes... En efecto, el número de investigadores en el sistema creció. Pero esto no ha sido igual en todas las áreas”.
A continuación, desagregados, se detallan algunos de los efectos negativos, “no deseados”, generados por “la lógica intrínseca del programa, en el cual para obtener un complemento salarial hay que cumplir una serie de criterios muchas veces borrosos e imprecisos”.
- Estrés y rivalidad. En el trabajo de docencia e investigación, la busca del incentivo, la constante presión por obtener resultados, causaron un “aumento del estrés” y una “sobrecarga de tareas”: enseñar, investigar, publicar, gestionar, llenar formularios, cursar posgrados, entre otras. El estudio detalla que “la necesidad de publicar tanto como la realización de estudios de posgrado suelen provocar la disminución del tiempo que, como docentes, pueden dedicar a la enseñanza en los cursos de grado, a las actividades de extensión y a la atención de las demandas de los alumnos”. Otros efectos destacados por los propios investigadores son “el aumento de la competencia y rivalidad” entre ellos, y “la potenciación de prácticas autoritarias en la vida académica”, además de la pérdida de autonomía en la definición de los temas a investigar.
- Más burocracia. “La ubicuidad de la evaluación está provocando la burocratización del trabajo científico”: para quienes gestionan el programa, predomina “el armado permanente de comisiones evaluadoras”; para los investigadores, “el llenado de formularios”. De acuerdo con Araujo, la burocratización del trabajo redunda en “la pérdida del sentido de la actividad de investigación, la pérdida de originalidad en las publicaciones... y también la erosión de identidades profesionales construidas alrededor de otras actividades universitarias”.
- Hay que publicar. El programa pone, como requisito para categorizar, la publicación de trabajos académicos. En consecuencia, las publicaciones aumentaron, incluso en las revistas con referato. Pero lo hicieron en detrimento de su calidad y originalidad. Para los docentes investigadores, esto se debería a la necesidad “de tener que rendir cuentas anualmente de los resultados de la investigación”. Araujo explicó que los docentes reconocen “la reiteración de los contenidos en diferentes publicaciones (autoplagio)” y el incremento de “las publicaciones en grupo y los autores fantasma”. Algo similar ocurrió con la participación en congresos nacionales e internacionales: creció, aunque también aumentó la repetición de trabajos y el envío de ponencias sin la correspondiente asistencia al congreso.
- Artilugios académicos. Muchos docentes han desarrollado prácticas más o menos vinculadas al inflado artificial y la mentira al confeccionar el currículum vitae. “Se trata de la utilización de estrategias para completar los diferentes ítem valorados con la intencionalidad de mejorar la categoría. Si bien muy pocos sostienen que se trate de conductas de falseamiento de la información, un conjunto más importante reconoce el empleo de artilugios con el mismo propósito. Existe un aprendizaje en este sentido.”
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