UNIVERSIDAD
Subsidios para la hermanita pobre de la docencia y la investigación
La UBA planea otorgar financiamiento a los proyectos de extensión, además de organizar un marco regulatorio y definir su identidad.
› Por Javier Lorca
Las actividades de extensión universitaria proliferan en las facultades de la Universidad de Buenos Aires, con una oferta bastante curiosa: hay desde programas solidarios y comunitarios, hasta cursos de platería, cría de carpinchos y clases de esloveno, por mencionar algunos. El problema es que no hay un marco que regule su funcionamiento, ni tampoco cuentan con financiamiento, por lo que muchas actividades resultan aranceladas a veces para autofinanciarse, a veces para generar recursos. “Enseñar tango no es lo mejor que podemos hacer, podemos ofrecerle mucho más a la sociedad”, planteó el rector de la UBA, Guillermo Jaim Etcheverry, al presentar un proyecto para crear un régimen de subsidios a los programas de extensión. El rector sostuvo que el proyecto “va a ayudar a definir qué es la extensión en la universidad, porque en la actualidad se hacen muchas cosas en su nombre y no siempre lo son”.
Desde la Reforma Universitaria de 1918 –que la semana pasada celebró 86 años– la extensión es uno de los pilares de la universidad pública junto a la docencia y la investigación. En la UBA, el estatuto define que, además de su tarea específica de centro de estudios, la universidad “procura difundir los beneficios de su acción cultural y social directa, mediante la extensión”. Pese a ello –como se dijo en la última sesión del Consejo Superior de la UBA– hasta ahora la extensión siempre ha sido “la hermanita pobre de la docencia y la investigación”, un área sin respaldo institucional, librada a la buena voluntad de los actores y a iniciativas puntuales. Justamente, Jaim Etcheverry cree que el nuevo emprendimiento “va a poner a la extensión en pie de igualdad con la enseñanza y la investigación” y va a “estimular a que los docentes realicen propuestas de extensión”.
“En la universidad no hay una instancia de decisión sobre qué hacer con la extensión. Lo decide cada facultad. Hoy se están haciendo cosas muy interesantes y también cursos de tango o ikebana. En muchos casos, ni las facultades saben lo que están haciendo”, comentó a Página/12 Patricia Angel, secretaria de Extensión de la UBA y autora del proyecto presentado por el rector, que ahora está siendo tratado por el Consejo Superior. La buena recepción que tuvo entre la mayoría de los consejeros indica que será aprobado.
La propuesta del Rectorado apunta centralmente a la creación de fuentes de financiamiento para sostener los programas de extensión que formulen los departamentos, institutos o cátedras de la UBA. “Los subsidios serán otorgados para la ejecución de proyectos de extensión que promuevan, estimulen o fortalezcan la vinculación de la UBA con diferentes sectores de la comunidad, a través de propuestas conducentes a transformar la realidad social, económica y productiva, que tiendan a mejorar la calidad de vida de la población.” Si la propuesta no sufre cambios antes de su aprobación, los subsidios se otorgarán por un año y podrán ser solicitados por equipos de docentes, investigadores y estudiantes de la UBA, dirigidos por un profesor regular. Para evaluar los proyectos se constituiría una comisión y la decisión final la tomaría el Consejo Superior. Los equipos beneficiados con los subsidios podrían usar los fondos para adquirir bienes de uso (instrumentos, material didáctico, fotocopias, etc.) y para algunos gastos como movilidad o alimentación. La Secretaría de Extensión se encargaría del seguimiento y control de las actividades y los recursos. Como efecto colateral de la creación de los subsidios, Patricia Angel espera que se abra una discusión que permita definir la identidad de la extensión en la UBA, hoy sumamente difusa. Junto al decano de Filosofía y Letras, Félix Schuster, recordó “una experiencia única” desarrollada por la universidad entre 1958 y 1966 en el Dock Sud: un programa de extensión dirigido por Amanda Tubes, que realizó en la Isla Maciel un trabajocomunitario e interdisciplinario. Fue el único programa de extensión integrado, con participación de equipos de todas las facultades de la UBA. La experiencia quedó trunca por el golpe de Estado y la intervención de la universidad. Y nunca volvió a repetirse.