UNIVERSIDAD
› OPINION
La profesión de ingeniero
› Por Eduardo Juárez Allen *
Se observa con mucha preocupación, y más allá de la circunstancial situación económica, el decaimiento que tienen desde hace bastante tiempo las profesiones que hacen a la producción de un país y mediante las cuales se le suma inevitablemente a esa producción un importantísimo valor agregado, lo que equivale a trabajo agregado. Efectivamente, desde hace unos años y en el caso particular de la ingeniería civil, se ha producido una fuerte declinación de la actividad –sin olvidar otras orientaciones de la ingeniería– dentro de la que se suma, como agravante, la importación de servicios de ingeniería desde otros países. Este hecho, como ha sucedido hace poco tiempo en obras de relativa importancia, no es saludable ni estimulante para el desarrollo de la ingeniería local. Por otra parte, la sociedad está invirtiendo –aunque cada vez porcentualmente menos– ingentes sumas de sus recursos en la formación de ingenieros, sin recibir el rédito o la compensación correspondiente. Es penoso contemplar el éxodo creciente de ingenieros profesionalmente maduros y capacitados y también de jóvenes recién egresados de nuestra universidad que, sin expectativas locales, tratan de reinsertarse en otras sociedades. La educación que se les brinda en nuestro medio es óptima pero, lamentablemente, son otros los países y aun los más desarrollados, los que la usufructúan... Y no se trata de una oferta excesiva de profesionales egresados (de todas las carreras y como generalmente se argumenta) sino de una pobre demanda, la de un país que ha dejado de crecer, de valerse por sí mismo, sin obras públicas ni privadas, sin contención social. Aquí cabe preguntar en dónde ha quedado la construcción de caminos, puentes, represas, edificios industriales, hospitales, plantas de tratamiento de aguas, saneamientos, etc., etc., indispensables para el crecimiento social de la Nación y como creadoras de fuentes de trabajo. Un país sin ingeniería no tiene posibilidades de un desarrollo social y económico sólido, de cambios profundos, fundamentados y planeados profesionalmente (dicho como posición racional y opuesta al resultado de políticas demagógicas e improvisadas). Paradójicamente, nuestro país –al privilegiar algunas profesiones, con destellos tal vez más exitosos y dicho esto sin desmerecer su importancia– se ha transformado en un prestador de servicios, sin desarrollos productivos. El énfasis puesto en carreras que están de moda (como management, marketing, publicity, masters de economía, etc., así, en inglés...) es equivalente, en este momento, a ponerse al servicio de la promoción y desarrollo industrial de otros países que son verdaderamente productores. Educamos a nuestros jóvenes –dicho para que se tome conciencia– para que estimulen en sus propios conciudadanos las ansias y la necesidad del consumo de cosas que no producimos, ni inventamos... Debemos aprovechar esta crisis-oportunidad para modificar el rol social protagónico de la ingeniería, reinsertándola nuevamente en los grandes objetivos que debemos generar como Nación, si no nos quedaremos sin la suerte de poder ser reemplazados por una juventud menos contaminada, mejor preparada y entrenada que nosotros mismos.
* Profesor consulto de Ingeniería (UBA).