Mar 13.09.2005

UNIVERSIDAD

“Es preciso promover una suerte de eros asociado al conocimiento”

El ensayista Christian Ferrer sugiere pensar una universidad vital, que no se limite a formar “cerebros” cuyo destino es la fuga.

› Por Javier Lorca

Frente a la mirada que victimiza a la universidad argentina, desbaratada a bastonazos hace 39 años y ajustada desde los ’90, entre otras calamidades que configuran el “relato de un martirologio”, Christian Ferrer, sociólogo y profesor de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA), sugiere “prestar atención a la notable vida existencial” que habita las facultades y propone una erótica vinculada al saber para “construir una institución vital”, cuyos estudiantes y egresados no tengan como única meta la carrera individual y su habitual corolario, los cerebros en fuga. El planteo de Ferrer –esbozado en un debate que organizó el Plan Fénix– comienza pensando la universidad desde ciertas metáforas encarnadas por la comunidad académica. Página/12 le preguntó por qué.
–Los modos en que una institución se imagina a sí misma dicen mucho acerca de sus mitos, sus potencias y sus temores. Es habitual entre nosotros el lamento por la universidad de “excelencia” perdida hace 40 años, por la universidad “comprometida” desbaratada hace tres décadas, y por la universidad “sometida al ahogo presupuestario” de la última década y media. Es el relato de un martirologio, verdadero sí, pero riesgoso si solamente es enfatizada la condición de víctima.
–¿Qué otra mirada se puede ensayar?
–Prefiero prestar atención a la notable vida existencial que prospera en la Universidad de Buenos Aires, a su capacidad de supervivencia ante condiciones adversas, a su continua resurrección contra todo pronóstico, a la entrega casi física de sus profesores y alumnos más allá de retribuciones dignas o indignas, y a su labor de difusión cultural y política hacia la comunidad. La universidad no sólo forma profesionales o produce conocimiento, es también una “idea” que se encarna en vidas esforzadas y promotoras de curiosidad por lo humano. Si se descuida este aspecto, sólo se acentúa la frustración a la vez que opaca, incluso para sus propios integrantes, la consideración de su energía y sus recursos vitales. Promover la ilustración cultural de la Nación es una de sus misiones, porque la misión de una “casa de estudios” superiores no se condensa únicamente en laboratorio y evaluaciones. En un microscopio o en una “ficha” bibliográfica tintinean reservas espirituales.
–¿Qué imaginarios están tras las ideas que elige como exponentes de la historia reciente: la universidad de excelencia (tras 1955), las metáforas de la interrupción (1966) y la reconquista (1983)?
–La “interrupción” y la “represión” de sus momentos cumbre o felices son palabras grabadas a fuego en la memoria universitaria. Luego de 1984 la épica reconstructiva fue el móvil de los miembros de la comunidad académica, conscientes de la necesidad de dejar atrás el frío glacial y oscuro de los años de dictadura. Por entonces, la “refundación” de la UBA era una consigna que se acompañaba de un contexto de entusiasmo político y de frescura, diría, un poco ingenua. Pero los ’90 fueron años frustrantes y confusos.
–¿Por qué?
–La universidad se percibió “sitiada” y acosada. A la vez, y gracias a la “convertibilidad” monetaria, fue una época de mucha circulación de graduados y profesores hacia posgrados del exterior, de búsqueda de contextos tranquilos y pudientes para desarrollar carreras académicas en laboratorios y campus de Europa y Estados Unidos, y de expectativas malogradas. Curiosamente, la “resistencia” universitaria a los planes presupuestarios del gobierno de Menem convivió con los “incentivos” a los investigadores y con cierto “desamor” por la propia institución, plagada de rencillas insensatas y de dirigentes estudiantiles acoplados a partidos políticos cuyos cimientos crujirían en poco tiempo. Encima, las metáforas dominantes sobre la “inevitable” globalización, que se acompañaron de jergas teóricas estériles, tampoco ayudaron a pensar la tormenta que se cernía sobre el país ni a percibir el daño institucional interno. Las respuestas académicas a la idea de globalización, hoy en retirada, fueron mayormente defensivas, y no excesivamente imaginativas, quizás demasiado obsesionadas con los aspectos económicos y políticos de la cuestión, tanto como fascinadas por las actualizaciones tecnológicas de la época.
–Con la crisis de 2001, advierte la recuperación de una metáfora, “la fuga de cerebros”, ya aparecida en 1966 y 1973/4. ¿Por qué persiste, a qué cualidades de la sociedad se anuda?
–De la metáfora de la “fuga de cerebros” suelen realzarse sus condicionamientos negativos, es decir la pobreza presupuestaria, las volubles o inexistentes políticas científicas y las interrupciones institucionales del pasado. Pero raramente se analizan algunos condimentos de la “mentalidad” de muchos emigrantes que ha sido formateada por el propio sistema universitario argentino. Aludo a la idea de “carrera individual”. La universidad argentina forma excelentes “cerebros” cuyo destino es necesariamente el exterior, pues la posibilidad de obtener subsidios sustanciosos para investigación en el país es casi una fantasía, salvo en algunos nichos específicos. De modo que la tentación de “fuga” a fin de impedir que la propia carrera académica sea amenazada urge a muchos egresados, quienes a su vez ingresan en los dispositivos “de captación” de cerebros de las universidades del “primer mundo”. Pero la mayoría de los emigrados, en definitiva, sólo consigue un trabajo bien pago. Pocos son los casos rituales de “compatriotas que triunfan en campus del exterior”, que suelen ser celebrados en los diarios. Y aun así, habría que discutir la orientación política y comercial de buena parte de la investigación científica contemporánea, tanto como los criterios de evaluación de la producción científica que se impusieron en los ’90. Por otra parte, es llamativo que personas que pueden haber recibido educación gratuita en los niveles primario, secundario y universitario, e incluso en el jardín de infantes, se imaginen como emigrantes potenciales hacia “centros de excelencia” cuyo lema no es precisamente la gratuidad.
–¿Cómo aportar a la construcción de otro imaginario que no empuje a la fuga?
–Bueno, brotes de una épica existencial existen en nuestra universidad. Pero si se desea construir una institución vital no alcanza con enfatizar el rol de la universidad de proveedora de títulos profesionales para el mercado de trabajo o de productora de saberes. Es preciso promover una suerte de “eros” asociado al conocimiento. El entusiasmo de un estudiante o de un profesor se marchita si su energía se desgasta en rutinas o en continuos combates por mejorar su sueldo. Una erótica ilustrada, no desgajada de las condiciones espirituales que nos tocaron en suerte a los argentinos actuales, sería la savia imprescindible para la universidad, y también para su dignidad.

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