Lun 05.06.2006

UNIVERSIDAD  › ENTREVISTA CON EL INVESTIGADOR ALBERTO KORNBLIHTT

“La universidad tiene que enseñar a pensar”

Candidato a rector por un espacio de izquierda y centroizquierda que representa a cuatro facultades, Kornblihtt analiza la crisis que sufre la UBA, la declinación de Alterini y el rol del movimiento estudiantil.

› Por Javier Lorca

Alberto Kornblihtt se define como “un fanático de la universidad pública”. Esa debe de ser una de las razones por las que, en medio de una profunda crisis institucional, este profesor e investigador especializado en Biología Molecular aceptó dejar la moderada calma de su laboratorio para ser candidato a rector de la Universidad de Buenos Aires. Afirmado en un espacio de izquierda y centroizquierda que reúne a las facultades de Ciencias Sociales, Filosofía y Letras, Ciencias Exactas y Arquitectura, Kornblihtt analiza –en esta entrevista con Página/12– las causas y el desarrollo del conflicto que hace dos meses mantiene en jaque a la UBA.

–Antes le habían ofrecido ser candidato a decano de su facultad, Ciencias Exactas, y no aceptó. Pero ahora sí accedió postularse.

–En su momento dije que no porque prioricé mis compromisos científicos nacionales e internacionales. Lo que ocurre es que, comparativamente, ante la gravedad de la situación que surge después de la primera asamblea universitaria que no puede reunirse, y ante el pedido concreto de cuatro facultades, reví esa posición y acepté ser candidato a rector. No es que tenga una ambición desmedida de ser rector, simplemente surgí como referente de un espacio.

–No es muy común que una persona en plena producción científica se postule para cargos electivos en la universidad.

–No soy un político profesional, ni considero que mi carrera científica y académica no me dé satisfacciones como para reemplazarla por una carrera política. Pero también es bueno que los científicos en actividad que todavía son jóvenes –aunque no lo soy tanto– se comprometan con la función pública. Si no, se dejan esos espacios en manos de gente que no representa a la universidad generadora de conocimiento. Yo represento eso porque hago eso. La candidatura lleva mucho tiempo, pero trato de no descuidar mi papel académico, sigo dando clases, yendo a congresos. Si soy rector algo tendré que sacrificar, pero no mi equipo de investigación ni la docencia. Nosotros dictamos una materia de primer año, Introducción a la biología molecular y celular, vienen 350 chicos a las clases teóricas, y cada año, en marzo, me da como un síndrome de abstinencia, quiero empezar, es muy excitante.

–¿Cómo llega la UBA a la profunda crisis actual?

–Creo que la crisis tiene cinco componentes: los modelos de universidad, las formas de hacer política, las condiciones éticas para ser autoridad, la crisis presupuestaria y una crisis de legitimidad. El primer factor tiene que ver con que hoy coexisten dos modelos en la UBA. Uno es el profesionalista a ultranza, la formación de profesionales liberales no muy comprometidos con la sociedad y con poco pensamiento crítico. El otro es un modelo generador de conocimiento, ligado a la investigación, no sólo en ciencias exactas, también en las humanas y sociales. Un modelo que necesita profesores con dedicación exclusiva, mientras el otro puede funcionar con la dedicación parcial. Por supuesto, no planteamos que la universidad no deba formar profesionales, pero la forma en que lo hace hoy no puede ser hegemónica. La universidad tiene que generar conocimiento e investigación en todas las áreas.

–¿A qué se refiere con “las formas de hacer política”?

–Durante la época de Shuberoff, y después también, la UBA fue un lugar donde la política tuvo que ver con la politiquería, con la respuesta a intereses sectoriales o partidarios, a tomar decisiones en base a repartijas a veces miserables, no basadas en el bien común, con las cajas y las prebendas. La otra manera de hacer política es la que discute con fundamentos proyectos e ideas, abre el debate, es una forma más sana. Y no es ingenua. El tercer componente son las condiciones éticas para ser autoridad. Es muy bueno que la sociedad argentina se haya preguntado no lo que el doctor Alterini es, sino lo que representa. Representa no solamente tener cierta complacencia con las dictaduras, que puede ser por ingenuidad, omisión, pragmatismo, sino que además no da cuenta de eso como para explicarlo o darle la importancia que tiene. Sumado a eso encontramos las denuncias de Horacio Verbitsky en Página/12 –y no le doy tanta importancia al primer artículo– que mostraron en qué clase de ética se mueve.

–¿Qué cambió con la declinación de Alterini a su candidatura?

–Creo que es un logro de la protesta y movilización estudiantil. Si los estudiantes no se hubieran manifestado habría sido alarmante. No obstante hubo otros factores que no pueden ser ignorados. Las Madres de Plaza de Mayo muy tempranamente se expidieron en contra. Otros organismos de derechos humanos también. Nuestro espacio hizo lo propio. El retiro de apoyo de los consejeros de Medicina fue fundamental. Ahora bien, logrado esto, e instalada en todos los sectores la necesidad de reformar los estatutos, creo que ha llegado el momento en que las instituciones –el Consejo Superior– puedan funcionar. Sin funcionamiento de las instituciones no hay debate de ideas. Una obstaculización sin límite es contraproducente y no contribuye al diálogo. Sé que muchos sectores ven a nuestro espacio y a mi candidatura como si fuéramos lo mismo que las agrupaciones que dirigen la FUBA. No es así. De hecho esas agrupaciones no nos apoyan.

–¿Cómo incide la crisis presupuestaria?

–Afecta al funcionamiento. La UBA gasta el 95 por ciento de sus fondos en salarios que muchas veces son miserables, hay necesidades que se cubren con docentes ad honorem, tenemos edificios que se caen a pedazos... Hay que invertir y debe hacerlo el Estado. La universidad tiene que reconocer su masividad y pedir el presupuesto que le corresponde. Esto se relaciona con el quinto factor: la crisis de legitimidad. El crecimiento explosivo de la matrícula ha hecho que aumente el número de docentes auxiliares, que no tienen una representación diferenciada en los órganos de gobierno. Y, desde la vuelta de la democracia, salvo en Exactas, no se han agilizado los mecanismos de concursos docentes, de manera que muchas facultades tienen muchos profesores nombrados interinamente, que no tienen ciudadanía, no pueden elegir representantes.

–¿Qué aspectos del estatuto deberían reformarse?

–El estatuto, si bien tiene 50 años, pudo ser utilizado para generar un modelo académico, pero también un modelo prebendario. Creo que debería reflejar más el modelo de universidad que genera conocimiento y también lo que la universidad debe devolverle a la sociedad. Sobre la representatividad, no tenemos una fórmula, pero reconocemos algunos problemas. La falta de ciudadanía de los profesores interinos debería solucionarse agilizando los concursos y dándoles voto con una cláusula transitoria. Los docentes auxiliares deberían tener un claustro que los represente y no quedar diluidos en el de graduados. Es necesario que los trabajadores no docentes tengan un representante con voz y voto, excepto en temas académicos. Una cuestión abierta a discusión es la elección de autoridades. En algunas universidades nacionales y otras españolas existe el voto directo ponderado para elegir rector –y eso lo veo con simpatía– pero hay argumentos sólidos en contra: un candidato con el poder económico de un partido político puede tener una campaña mediática que llegue mucho mejor a los 350 mil electores.

–Otro reclamo de la FUBA es que primero se cambie el estatuto y luego se elija rector.

–Creo que la creación de comisiones y la discusión seria y comprometida sobre la reforma del estatuto debe ser iniciada antes de la elección de rector. Incluso su aprobación podría ser anterior. Pero claramente no creo que el próximo rector deba ser elegido después de un proceso que involucre la caducidad prematura de los actuales mandatos de consejeros directivos, superiores y decanos. Por otra parte, la reforma del estatuto es necesaria, pero no garantía de que los problemas de la UBA –de modelos, de representación, de formas de hacer política y de presupuesto– se solucionen.

–Muchos de esos problemas parecen derivar de cierta cultura institucional.

–Sí, una cultura que incluso tiene distintas modalidades en las diferentes facultades. En ese sentido, nuestro espacio ha sido un espacio de aprendizaje. La Facultad de Exactas siempre fue soberbia en cuanto a que tiene 80 por ciento de profesores regulares, que es motivo de orgullo, pero no somos una isla, sino parte de una universidad. Por eso, con los interlocutores tan valiosos que encontramos en nuestro espacio, y que seguramente encontraríamos en otras facultades, querríamos cambiar esa cultura, dejar de pensar en la quintita de cada uno y pensar en el conjunto.

–Algunos sectores de este espacio analizaron la posible división de la UBA, si la actual crisis se profundizara.

–Que esta fractura virtual se pueda concretar en una división de este megaelefante en unidades más coherentes respecto de sus objetivos y cultura institucional, es una posibilidad. Pero, para eso, hace falta más plata. Si no hay más inversión, se estaría dividiendo la miseria. Y hoy no hay inversión para cosas más elementales. Aclaro que no apoyo una división, es parte de la realidad porque hay dinámicas distintas. No es lo mismo una facultad donde sus docentes pasan doce horas por día, que una facultad donde el docente va una vez por semana. Sé que esto puede generar anticuerpos en alguna facultad. No es mi intención. Pero la universidad tiene que enseñar a pensar, a criticar, su rol es generar una metodología de acceso al saber, no transmitir saberes instrumentales que mañana van a estar perimidos.

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