Estudiantes y docentes abrieron un centro cultural en Parque Patricios con un proyecto sociopolítico alejado de la lógica partidaria.
› Por Javier Lorca
Sobre esa cuadra de Parque Patricios hace poco más de un año no había mucho más que casas bajas, la característica fisonomía de un barrio que sigue siendo un barrio. “Me emociona pensar que muchos de los chicos que se juntaban a la noche en el locutorio de una esquina ahora vienen y se juntan acá”, dice Pablo Treinta, uno de los estudiantes que en forma voluntaria, sin amparo institucional, por fuera de las estructuras y las lógicas partidarias, crearon el centro “Del otro lado”. Además de homenajear a Paco Urondo con su nombre, el centro es parte de un proyecto que pretende conjugar formación cultural, política y memoria con ayuda comunitaria y contención social. También, vincular los recursos del Estado –escasos pero muchas veces desaprovechados– con “la pobreza invisible” que habita el sur de la Ciudad de Buenos Aires.
Una cooperativa de vivienda, un merendero y clases de apoyo para chicos, asesoría jurídica gratuita, talleres de teatro, pintura, música, murga y danzas, festivales artísticos todos los fines de semana, son algunas de las actividades dirigidas a los vecinos del barrio que el centro cultural logró poner en marcha desde que, en 2005, fue abierto en Esteban de Luca 1882 (ccdelotrolado@ ciudad.com.ar). Los fundadores integran el Grupo Oriente, son unos veinte estudiantes y docentes menores de 30, la mayoría de las facultades de Ciencias Sociales y de Filosofía y Letras de la UBA. Se definen como “la generación de hijos del ’70” y muchos cargan con experiencia previa de militancia en agrupaciones independientes o de izquierda. “Pero acá no nos dirigimos al militante, estamos tratando de construir con los que nunca construyeron”, dice Pablo.
“El punto fundacional del grupo fue la anulación de las leyes del perdón –sigue–, ahí empezamos a ver que el Estado cambiaba el piso del debate en derechos humanos. Con ese cambio, nos planteamos la necesidad de reconstruir la historia desde lo micro, de recuperar el espacio público y de ser un nexo entre el Estado y los nuevos actores sociales.” Julieta Rodríguez, otra integrante del grupo, explica: “Tratamos de aportar y ayudar, desde nuestro rol, a los referentes sociales que por ahí no tienen acceso a recursos que nosotros sí manejamos”. “Muchas veces existe el recurso público, como planes de becas para estudiantes, pero no se usan porque no se los conoce –agrega Paula Penacca–. La idea es estructurar otra lógica de acceso a esos recursos, que no sea la tradicional de tener que alinearse con el puntero de un partido.”
¿Por qué eligieron Parque Patricios? Pablo: “Pensamos en el sur de la ciudad, una zona abandonada, con mucha pobreza invisible, mucha clase media que en los ’90 se fue yendo a menos, mucha gente que vive en hoteles. A la vez enfocamos nuestro trabajo desde la cultura: algo que nos inculcó la facultad, tratar de contrarrestar el poder cultural que generó el neoliberalismo”. Una de las primeras actividades fue instalar en el imaginario local que en el barrio hubo vecinos desaparecidos. El 24 de marzo pasado se organizó una marcha y, como homenaje, se colocó una baldosa en la puerta de la casa donde vivía Norberto Julio Morresi cuando fue secuestrado.
Para 2007, el proyecto de reconstruir la historia oral barrial ya tiene apoyo de la Facultad de Ciencias Sociales y acaba de ganar financiación del Programa de Voluntariado Universitario. Diseñado junto con profesores de Ingeniería y de Ciencias Exactas, otro proyecto es promocionar las carreras prioritarias para el desarrollo nacional (ingenierías y otras). Paula: “Vamos a trabajar con las escuelas del barrio ofreciendo información sobre las carreras, las becas que existen, ayudar a los chicos en la inscripción en la universidad y, después, darles apoyo cuando empiecen a cursar, para intentar evitar la deserción”.
Como las actividades y los talleres son gratuitos para los vecinos (sólo el que puede compra un bono contribución), el centro cultural se sostiene con el trabajo voluntario y el aporte del grupo, más la colaboración de algunos vecinos. “Los docentes vienen por vocación, con muchos esfuerzo. Por ahí con los bonos consiguen pagarse los viáticos”, dice Federico Howard, que se acercó al centro ofreciendo un espectáculo de varieté y hoy da clases de teatro junto a otros docentes.
La función social del centro empezó a desplegarse en torno del problema habitacional del barrio. “Con las mujeres que ya venían al centro y vivían en hoteles de la zona surgió lo de trabajar en cooperativas de vivienda”, dice Liliana Ortiz, una vecina que ayuda en la coordinación. “Tuvimos que hacer todo un aprendizaje sobre los trámites necesarios, organizamos actividades para ir juntando fondos. Ese fue el punto de partida. Después se integraron los hijos y las familias de esas mujeres, y empezamos a ayudar también con tareas de apoyo escolar, con el merendero. Intentamos contener a los chicos, darles un lugar donde puedan venir a charlar de sus problemas.” “Hacemos lo posible por mostrarles que hay algo diferente –agrega Pablo–. En realidad, no podemos hacer mucho más que eso.”
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