UNIVERSIDAD • SUBNOTA › OPINION
› Por E. Decaminada, G. Sosa, M. Zysman y G. Puricelli *
Allá por el primer mandato del presidente Juan Perón, se dio en llamar fubismo a la oposición cerril que la conducción de la FUBA de la época ejercía contra el gobierno, la legitimidad de algunas (sólo algunas) de cuyas razones quedó sepultada por la ignominia de su apoyo al golpe de Estado de septiembre de 1955. El impulso reformista había mutado en un elitismo que aisló por años a los estudiantes de los sectores populares y que hizo que éstos vivieran como ajena una época (posterior) de la UBA, de paradójico florecimiento académico. En nombre de la lectura más cualunquista posible del “que se vayan todos” de 2001, la paleoizquierda actual viene perpetrando una “toma virtual” (como la acaba de definir con perspicacia Francisco Naishtat) de la UBA que lleva al movimiento estudiantil a una situación de aislamiento: se trata del neofubismo.
Esta política obtendría una insidiosa victoria si la UBA y la sociedad que la observa con una mezcla de fastidio y desazón pensaran que de la acefalía forzada se puede salir por el atajo consistente en aplacar a los líderes de la ultraminoritaria facción que se empeña en abolir la democracia en nombre de la “democratización”. Hay un malestar en la UBA, pero nada se logrará confundiendo este hecho, soterrado y persistente, con las convulsiones de los “revolucionarios sin revolución”, según el anatema de Oscar Terán. La UBA se pregunta por su destino en los docentes e investigadores que la abandonan en busca de instituciones más “habitables”, como han resultado ser algunas de las también estatales universidades del conurbano, en la falta de concursos que mantiene alejados a algunos de sus egresados más calificados, en la resignación a la penuria presupuestaria, que ve emerger una ética “pobrista” que termina por justificar el abandono de toda aspiración a la excelencia.
La UBA se pregunta y, pertinentemente, le pregunta al Estado, qué lugar debe ocupar en la definición del destino colectivo de la Nación. La respuesta no vendrá tampoco de sumatorias aritméticas exiguas que consagren a un rector rehén de algunos “barones” que se cobrarán su apoyo en nombramientos. La única respuesta válida es dar lugar a una gestión colegiada que inaugure el tiempo de hacerse en voz alta las preguntas que estuvieron reprimidas durante el inmovilismo que imperó bajo Jaim Etcheverry y a las que algunos quieren dar respuestas idénticas a las del pasado y otros quieren responder echando mano al manual del dogmatismo.
* Respectivamente, consejero superior y consejeros directivos, miembros del Colectivo para la Transformación Universitaria.
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