Jue 12.02.2009

VERANO12

Friedrich

› Por Johann Wolfgang von Goethe

Un artista que se apoya firmemente en la naturaleza con ahínco y verdad, que revela su propio ser en sus obras, y se esfuerza por darles significado, que, en una palabra, une la particularidad de la idea general con una interpretación apropiada de las partes individuales, a este artista nunca puede faltarle el soporte del público, porque saca a luz cosas nuevas, y, a la vez, tiene la serena recompensa de acertar. Incluso los que están acostumbrados a pedir más deben aplaudirle, porque el esfuerzo de trazar un camino propio exige un coraje y un talento poco comunes, y desde el momento en que ya en la sencilla, característica y verdadera imitación de la Naturaleza se alcanza un elevado nivel de arte, no hay razón para que las viejas y probadas reglas no sean estrictamente observadas.

Este es el punto de vista desde el cual miramos los cuatro grandes y los tres pequeños paisajes en sepia de Friedrich, de Dresde, en la exposición de Weimar de 1808, y así esperamos que los vean los demás; daremos a nuestros lectores una relación de ellos.

En el primero de los cuatro dibujos grandes vemos sobre altas colinas iluminadas por rayos de sol naciente y sobre las copas de los árboles oscuros la orilla del mar, que rizado por una brisa suave, forma olas casi imperceptibles. A lo lejos surge la costa escarpada de una isla. En una colina cercana se ha levantado una cruz bajo árboles altos, que se inclinan unos hacia otros para formar un arco natural o un templo. Más lejos hay otra cruz, y el artista ha introducido en primer término una figura real, que se yergue como una estatua en un pedestal, y es probablemente un símbolo de la Fe o de la Esperanza. La ejecución muestra cuidado, y unas dotes de observación muy ejercitadas: nunca hemos visto mejor expresado en un solo color la frescura, la calma perfumada de la mañana en los valles cubiertos de bosques entre colinas. Ni mejores ni más verdaderas las suaves olas de un mar casi inmóvil. Y la atmósfera ligera y brumosa no está tratada con menos habilidad.

En el segundo dibujo grande el artista ha dedicado un recuerdo a su familia, y por eso los ha dibujado en parentesco místico y religioso. Sin embargo, el dibujo pertenece a la categoría de alegorías de un paisaje. El objeto principal es una iglesia de estilo gótico, abandonada, en ruinas, sin tejado y con el arco iris por bóveda. Alrededor de ella está el cementerio con las futuras tumbas de los miembros de la familia del artista muerto, y, en este momento, se está enterrando un cuerpo acompañado por sus devotos.

Desde lo alto cae un alegre rayo de luz en la fosa abierta, de la que sale una mariposa para encontrarse con otras cinco sobre la tumba. Esta obra no está menos lograda que la anterior en cuidado, y en la concepción y representación precisa de la naturaleza. Sería difícil encontrar en alguna parte abedules representados con mayor habilidad y naturalidad que éstos, situados alrededor de una gran tumba junto a la iglesia; y no están menos conseguidas las sombrías nubes que amenazan lluvia.

El tercer dibujo grande muestra un mar tempestuoso. El primer plano es sencillamente una estrecha faja de tierra en la que hay tres robles y hayas viejos y casi secos. Abajo hay piedras grandes y ásperas, y el resto del espacio está profusamente cubierto de hierba, aunque todo el primer plano, excepto los árboles, no está muy acabado. El cielo está lleno de nubes cargadas y desgajadas, a través de las cuales surgen aquí y allá algunos rayos de sol. Petreles tempestuosos negros y blancos pasan rápidamente sobre las olas y algunos parecen encontrar dificultades en avanzar contra ellas. La verdad que domina todas las partes acabadas de este dibujo, y los curiosos contrastes, debe gustar y satisfacer a todos los amantes del arte; pero cualquiera que conozca las dificultades peculiares del trabajo con sepia admitirá sobre todo la maestría y la libertad con que Friedrich ha sido capaz de representar el frente de las olas al romperse, simplemente dejando el papel en blanco. Este dibujo se encuentra ahora en los aposentos de la Duquesa de Sachsen-Weimar y Eisenach.

Friedrich

El cuarto dibujo grande mantiene la tónica de los otros tanto en lo cuidado del trabajo, como en la realización de las partes individuales. Tiene la sensación más poderosa, y es el mejor desde el punto de vista del contenido poético de la idea. Detrás del pico o cima más alto de una montaña cubierta de hierba y abetos, acaba de ponerse el sol, y hace surgir desde el fondo a través de la atmósfera oscura y llena de nubes el esplendor de los últimos rayos, la cruz colocada en la cima y cubierta de hiedra, entre elevados riscos. El efecto del conjunto es excepcionalmente conmovedor, incluso grandioso, porque toda la masa oscura de la cima de la montaña contrasta poderosamente con el claro resplandor del crepúsculo al fondo del cuadro. Las nubes están muy bien observadas, apiñadas, como se ven a veces, alrededor de la cima de las montañas, como los artesones en un techo. Algunos pinos no podrían mejorarse, y lo mismo ocurre con la representación exacta de las rocas escarpadas y ásperas.

De los tres dibujos pequeños, el primero muestra una ventana de la casa del artista en Dresde. A través de las hojas inferiores abiertas, vemos el mástil de un barco grande anclado en el Elba, y una vista deliciosa sobre el río. Por las hojas superiores, cerradas, sólo se ve el cielo. El tema sencillo y bien elegido, la habilidad de ejecución, y especialmente la verdad rayana en ilusión, con que el artista ha mostrado la diferencia entre el aire libre y la transparencia, casi imperceptiblemente más oscura del cristal, han ganado a este dibujo el aplauso de cuantos lo han visto.

El segundo dibujo pequeño muestra una granja en Loschwitz, junto a Dresde, en medio de una rica vegetación. Cada cosa está ejecutada con gran claridad y precisión, como es normal en Friedrich, aunque parece haber elegido un punto de vista demasiado cercano y bajo de forma, por lo que la perspectiva del edificio está demasiado inclinada.

El tercer dibujo, aproximadamente del mismo tamaño que los dos anteriores, muestra un dolmen. Al margen del interesante tema del documento de un importante período prehistórico, el dibujo es también digno de alabanza por su maravillosa representación de la atmósfera, pesada, pero al mismo tiempo variable.

¡Ojalá Friedrich continúe sin desánimo el camino que ha emprendido con tanto éxito! En los pocos años transcurridos desde que elogiamos en estas páginas sus dibujos premiados, ha avanzado mucho en facilidad técnica, y en cuanto al poder de invención poética y pictórica ahora tiene mayor individualidad y fuerza. Además, la naturaleza parece haberse convertido en íntima amiga suya durante este tiempo, porque la imitación de ésta en temas concretos, es ahora más real, más característica, y ambas más ricas y potentes de lo que eran.

Weimar, 1º de enero de 1809.

Este fragmento pertenece a Ilustración y Romanticismo de J. F. Goethe. Editor: Francisco Calvo Serraller et alt.

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