Haciendo honor a su título, “Fotos” consta de una serie de instantáneas que ofrecen, a saber: un retrato completo de la vida en los pueblos del interior, una versión de las luchas sociales y políticas del siglo pasado y, como si todo esto fuera poco, una discusión sobre teoría estética. En este cuento Rodolfo Walsh exhibe su impar maestría en el arte de la elipsis y el sobreentendido, que le permite condensar en el espacio de 30 páginas el material de una novela.

El protagonista, Mauricio Irigorri, el hijo de inmigrantes, es un simpático pícaro de provincia, a la manera del Juan Carlos de Boquitas pintadas de Puig; pero también un rebelde y, casi sin advertirlo, un artista; Jacinto Tolosa, en consonancia con su origen, encarna el viejo modelo decimonónico: abogado, político y poeta. Jacinto es quien cuenta la historia de Mauricio, quien igualmente lo admira y lo envidia: fórmula narrativa que recuerda la de “El perseguidor” de Cortázar, y de hecho Mauricio también lo es: se consume y desaparece en su búsqueda a la vez artística y vital, en medio del escarnio y la hostilidad de la pacata sociedad pueblerina, de la falsa conmiseración y el eventual alivio de su “mejor amigo”.

La disputa estética gira alrededor del estatuto artístico de la fotografía: Tolosa falla en contra, y Mauricio hábilmente detecta la razón clasista que se esconde bajo las excusas formales: “No, viejo, si ya caigo. El arte es para ustedes”. Resulta por lo menos tentador establecer un paralelo entre el veredicto de Tolosa y aquel que, se lamentaba Walsh, quería condenar a su obra documental a un segundo plano estético.

“Fotos” transcurre durante e inmediatamente después del primer gobierno de Perón, quien apenas es mencionado pero se oculta en los intersticios de las frases (“Ahora nos insulta por la radio”). A veces el mismo tratamiento se le dispensa a Mauricio (“Nadie quiere pronunciar su nombre”).

Las palabras de Tolosa padre a su hijo, que abren el capítulo 10, podrían haber sido escritas ayer.