VERANO12 › “CACHAFAZ”, DE COPI
› Por María Moreno
En “El arte de injuriar”, Jorge Luis Borges descubre que el ataque verbal tiene limitados recursos formales. Por ejemplo, el trasplante de verbos propios del comercio o “tenderos” al espacio intelectual para denigrar a uno de sus miembros acusándolo de expedir un artículo o despachar un soneto; o el cambio brusco del encomio al insulto: “Un joven sacerdote de la Belleza, una mente adoctrinada de luz helénica, un exquisito, un verdadero hombre de gusto (a ratón)”; o la contaminación de palabras enjundiosas con otras que son lo contrario: “No me fastidia el espectáculo de un abogado, de un ratero, de un coronel, de un tonto, de un lord, de un tahúr, de un político, de un rufián”. Borges se ocupa menos del arte de la réplica, cuyos ejemplos concentra en el final, aunque en el principio del artículo lo sopesara peligroso: “El agresor (me dije) sabe que el agredido será él, y que ‘cualquier palabra que pronuncie podrá ser invocada en su contra’ según la honesta prevención de los vigilantes de Scotland Yard”. Los ejemplos son dos: el de un tal Dr. Henderson a quien, durante una discusión teológica, le arrojaron en la cara un vaso de vino y cuya reacción fue responder: “Esto, señor, es una digresión; espero su argumento”. El otro es de Miguel Servet, quien condenado a la hoguera, dijo a sus jueces: “Arderé, pero ello no es otra cosa que un hecho. Ya seguiremos discutiendo en la eternidad”.
La réplica es, en principio, si bien tan difícil como la injuria, más “guerrillera”, ya que quien la lanza ha tenido que renunciar a eso de quien pega primero pega dos veces y hacer, en cambio, un esfuerzo de ingenio y oportunidad, ante un otro que ha impuesto de antemano sus condiciones. El argentino Raúl Damonte Botana (Copi) era un artista de la réplica pero no un respetuoso de sus convenciones. Copi (1939-1987) no hacía que un personaje rematara la frase que le dirigiera otro ni que simplemente sacara provecho de la homofonía, del juego de palabras. Su réplica más citada, la que inventa para el árabe Ahmed a la travesti Micheline (“¿Me preferís como hombre o como mujer?” / Ahmed: “Con los anteojos, como hombre; con la peluca, como mujer”) muestra jocosamente su procedimiento: desilusionar la pregunta por una idea fuerte con la respuesta sobre un detalle. La pregunta genera la inquietud sobre que haya alguien que pueda ser hombre y mujer al mismo tiempo (puesta en solfa del género), la respuesta pasa por alto esa posibilidad y responde desde la convención: anteojos para el hombre, peluca para la mujer, por otra parte atributos artificiales. El género es una cuestión de accesorios, dice Copi –leído por Daniel Link–, o de performance sin la filósofa Judith Butler y con una oreja callejera que tal vez le venga más de César Bruto (a quien admiraba) que de Alejandro Jodorowsky con quien compartió la aventura del teatro Pánico.
Fernanda Laguna inventa en su libro Durazno Reverdeciente el diálogo que sigue entre una profesora que acaba de dejarse de teñir el pelo y sus alumnos:
–¡¿Profesora?! ¿Qué le pasó? ¿Qué...? Usted... ¿tenía canas?
–Sí, chicos, tengo canas desde que tengo 26. Pero siempre lo oculté. Pero ahora... quiero ser yo misma. Y quiero decirles dos cosas más: soy lesbiana y ayer maté a una planta.
–Ah... Nunca me imaginé que tuviera canas.
Es Copi puro: los alumnos no se asombran de que la profesora sea lesbiana y de que ponga esa declaración en serie con matar una planta y tener canas, sino de que tenga canas.
En Cachafaz (Adriana Hidalgo), del que publicamos parte del primer acto, Copi hace la versión queer del Martín Fierro. Transcurre en un conventillo de Montevideo en donde el pardo Cachafaz vive con el ¿puto? ¿trava? ¿trans? Raulito. A Cachafaz, como a Fierro, lo persiguen los milicos, sólo que él los mata y se los come. Si Fierro, muerto Cruz, vuelve al pago y al Estado, al Cachafaz la ley lo acaba a balazos pero abrazado a su Raulito.
Copi se hizo popular por la tira La mujer sentada que publicó en Le Nouvel Observateur. Escribió novelas, cuentos, obras de teatro, historietas. Se consideraba un argentino de París. En Buenos Aires, la editorial El cuenco de plata acaba de editar La ciudad de las ratas. El resto es Google.
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