Mié 20.01.2010

VERANO12  › “CUCA”, DE ALFONSINA STORNI

Contra las gallinas ponedoras

› Por María Moreno

Si la literatura argentina se dirime entre el legado de Borges y el de Arlt, una versión de género nos pondría entre Alejandra y Alfonsina. Pero, como el suicidio quita las ganas genealógicas, habrá que imaginar una trinidad con Victoria, que llegó a longeva con rabia por vivir. Inventar a nuestras precursoras –si no hay padre no hay parricidio– nos mete en una suerte de hermandad diacrónica en donde, como en los internados de señoritas, siempre hay una nueva. Pero basta de irse por las ramas.

El que sigue es un cuento de Alfonsina Storni, esa suiza tan nuestra que siempre paró en el Tortoni.

La crítica y poeta Delfina Muschietti es quizá quien mejor ha corrido a Alfonsina de los clichés que la quieren romántica y pedagógica, o suicidada y sin género. Fue ella quien hizo la selección de las Obras Completas editadas por Losada que incluyen en el primer tomo los poemas y en el segundo los cuentos, los trabajos periodísticos y el teatro. Muschietti expuso en el prólogo las complejas operaciones de esos poemas en donde el conflicto entre “una voz mendicante” y otra “de loba” van produciendo un tono experimental y al mismo tiempo capaz de obtener inéditas resonancias populares; también leyó la transgresión y la ironía contrabandeadas en esos trabajos en prosa cuyo destino a menudo era la sección femenina y que Alfonsina publicaba en diversos medios como Caras y Caretas, La Nota o Fray Mocho.

La política editorial, puede decirse, no es inocente de la sustracción, durante décadas, de la prosa de Alfonsina a la vida pública: era preciso conservarla dentro de las figuras cristalizadas de las mujeres en la cultura: la loca, la puta, la suicida, la nena, la maestra. Para eso sólo hacían falta los poemas y el mito. Sin embargo, su talento de cronista para juzgar los berretines de la ciudad moderna, su calle para burlarse de la tilinguería de hombres y mujeres, su estilo de estilete y de cachada culta, no son menores que los de los grandes de su tiempo: Last Reason, Juan José de Soiza Reilly, Roberto Arlt mismo. Muschietti la enfrenta a Borges bajo el subtítulo de Storni 1, Borges 0 publicado por Radarlibros el 6 de agosto de 2000: “Cuando la despreciada firma de la Storni concurre con la de Borges en una misma revista literaria, resulta que el texto de ella se adecua mucho más claramente al programa de vanguardia que el poema que firma el varón pensativo que parece ocuparse de los sentimientos (los ‘trebejos’ que conmueven en los versos de las ‘muchachas’) ordenados además en estrofas clásicas de cuatro versos en los que se alternan endecasílabos y alejandrinos y, más tradicionalmente aún, eneasílabos y decasílabos. El poema de Alfonsina, en cambio, tiene una disposición totalmente irregular: una larga tirada de versos sin estructura estrófica ni patrón rítmico irregular. Escrito en verso libre y fragmentario, se acerca al lenguaje coloquial y prosaico”.

Feminista sin declaraciones, o con estratégicas declaraciones contrarias (“yo pienso que el feminismo es la carrera de las fracasadas”) –treta del débil en una época sin voto ni derecho a la existencia más allá del normalismo–, Alfonsina llegó a ser vicepresidenta del Comité Feminista de Santa Fe e integrante de la Comisión Pro Derechos de la Mujer de 1919, y defendió a Elvira D’Aurizio, una mujer que había matado en pleno juzgado al padre de su hijo natural que se negaba a reconocerlo, hecho que fue avalado por el juez: “Fácil ha sido siempre advertir que el espíritu argentino tiende a proteger al individuo en desmedro de la sociedad que lo integra: todo, en nuestro país, delata al individualismo imprevisor y sensual, atropellando la ley para beneficiar a un hombre, a una institución, a un interés creado cualquiera”.

Lejos de beneficiarse como excepción femenina, Alfonsina dialogó con otras Lilith de su época: la socialista Carolina Muzzili y la anarquista Salvadora Medina Onrubia de Botana.

Ella la impar-sin marido-par de los varones pero nunca simétrica con uno de ellos en una yunta duradera y pública, tuvo un suicidio en serie con Lugones y Quiroga, es decir se sumó, restándose.

Su hijo Alejandro, poco antes de morir, contó como él sospechaba esa decisión final:

–El 18 de octubre de 1938 yo la acompañé hasta la estación Constitución, donde ella embarcó para Mar del Plata. No quería que fuera porque ella me había dejado una serie de encargos en donde yo tenía que ser muy torpe para no darme cuenta de que no la iba a ver más: por ejemplo, órdenes para cobrar los sueldos de ella y unos versos publicados en La Nación el 16 de octubre. Pero yo no cobré ni su sueldo ni el mío. Imagínese qué se puede pensar de alguien que le deja una orden para cobrar el sueldo de enero. Mi madre era una persona de mucho carácter. Lo que ella decía era lo que valía. No cabía decirle: “Pero si vos vas a estar de vuelta acá”. Yo sabía que no iba a estar de vuelta. Lloré toda la noche.

En este cuento Alfonsina ejecuta narrativamente a las mujeres que siguen el destino que les dictan: firmar con su media naranja y transformarse en gallinas ponedoras, en parásitos consumistas a las que el casamiento embarga para siempre el coraje y la imaginación.

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