› Por Mempo Giardinelli
Escribí este cuento en México, a mediados de 1976, cuando empezaba el exilio. Alquilaba un monoambiente en la Colonia Anzures y leía mucho, todo lo que podía, hoy creo que para atenuar la angustia de aquellos días en que todas las noticias que llegaban de la Argentina eran horribles.
Uno de mis primeros amigos en México fue Gustavo Sáinz, que venía de un éxito fenomenal con su novella Gazapo del Palacio de Hierro y lo repetía con La princesa.. Un día, generosamente, me invitó a cenar y me mostró su magnífica nueva biblioteca, recién instalada en un piso fantástico que había comprado en la Colonia Cuauhtémoc, en pleno centro. Gustavo era apenas mayor que Soriano, pero ya vivía como un jeque árabe. Fue una noche impactante, pero sobreviví al contraste quizá porque en su biblioteca había una preciosa edición en tapa dura de Grande Sertão: Veredas, de João Guimarães-Rosa. Entre trago y trago, hojeé el libro, me encantó y de allí me fui a comprar una edición más modesta, la de Seix-Barral que aún conservo.
Esa lectura fue decisiva para mí. Un poco porque estaba terminando “La revo-lución en bicicleta” y me ayudó a comprender la importancia del tono. Pero sobre todo porque me inspiró este relato. En Buenos Aires, durante los meses previos a mi salida, yo había leído con devoción la obra completa de Borges, hasta entonces en las ediciones de tapa blanda de Emecé (que también conservo) y la combinación de ambas lecturas inspiró el diálogo inte-rior al que este cuento alude implícitamente. Fue algo que se produjo –pienso ahora– de manera hermosamente natural.
La idea era sencilla: algunos personajes de Guimarães me parecían emparentados con algunos de Borges. Parientes litera-rios, quiero decir, y eso mismo desató la trama, en la que el narrador es consciente de que compone un cuento con los cuentos de dos maestros.
Creo que escribí “Como los pájaros” de una sentada, o quizá de dos. Fue en un cuaderno Avon de los viejos, espiralado, y en las últimas hojas vacías. Eso también era cerrar un ciclo. Entonces yo trabajaba febril, velozmente y con una inconciencia que ya quisiera tener hoy.
Este texto integró la primera edición de Vidas ejemplares (Ediciones del Norte, New Hampshire, EE.UU., 1981). Después lo quité de las otras, sucesivas ediciones. No sabría decir por qué, acaso por inseguridad puesto que nadie, jamás, hizo comentario alguno sobre este cuento que solamente yo parecía valorar. Y eso es todo.
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