› Por Washington Cucurto
La guerrilla, ¿estará bien?, ¿estará mal? Es un tema. Más de uno tiene a un guerrillero entre sus ídolos. ¿Por qué negarlo? Es difícil hacer un planteo moral a cualquier guerrilla. ¡Como sea! Escribí este cuento “guerrillero”, en la plácida y cómoda ciudad de Stuttgart, en Alemania, durante mi estadía en la Akademie Schools Solitude. Recuerdo que fue un invierno durísimo de 2007. Yo estaba solo, extrañando, con problemas con el idioma y la frialdad, el orden y el progreso de los alemanes me clavaban agujas en el hígado. Imagino que, por esos días, me habrá impactado la muerte de Manuel Marulanda o algún incidente anterior con la guerrilla. Hoy, no lo sé.
El relato trata de un joven periodista argentino que viaja a la selva colombiana a hacerle un reportaje a la mujer de Marulanda. Está escrito en primera persona, a forma de monólogo delirante. Un escritor me ayudó a escribirlo: Reinaldo Arenas. O mejor dicho: me inspiré en un cuento que se llama “El traidor”, del propio Arenas. Por supuesto, la realidad sudaca de ese entonces le dio todas las vueltas de tuercas necesarias.
Elegí este relato porque es distinto a lo que escribo o, por lo menos, lo que se conoce de mí. Además es uno de mis pocos relatos que aguantan una segunda lectura. Pues en eso soy un clásico: sólo yo aguanto una sola e inolvidable lectura. Ya dos, ¡son imposibles! Por todo lo demás que pueda ocurrir estoy contento. A modo de anécdota puedo decir que yo también tuve un contacto directo con la guerrilla colombiana. Las Farc, para ser más preciso y fue en el MacDonald’s del Abasto, por intermedio de una amiga dominicana, de increíble nombre, Francia, en octubre de 1998.
Nos reunimos a las diez de la mañana, yo sería el nexo, el asesor de unos supuestos “amigos” suyos para la elección de un local donde pondrían un restaurante de comida colombiana. Francia me lo había contado todo velozmente en medio de la avenida Pueyrredón, donde nos habíamos encontrado de casualidad. “Yo puedo asesorarlos”, le dije. Cuando los morochos entraron al MacDonald’s no lo pude creer, sus trajes impecables, sus sombreros extravagantes, sus uñas barnizadas, sus relojes de oro, parecían recién salidos de una torre de Dubai. Me dijeron que eran de las Farc, venían en tránsito y querían “comprar” propiedades por ocho lucas verdes. La guita estaba destinada a las apuestas clandestinas del fútbol sudafricano. Yo sería el que las compraría y me quedaría con quinientos mil limpios. “‘Sólo tenía que elegir inmobiliarias, ver departamentos y locales y comprar a lo pavote. ¡No me alcanzarían los barrios de la ciudad! Me quise matar, me di cuenta de que soy un cagón, que tal vez una cometa parecida le habrán ofrecido a cualquier diputado y habrá agarrado. Fue el gran error de mi vida, no haber sido capaz de volverme rico. Hoy no tendría el problema mensual de los 2300 mangos de alquiler. Les dije que no, me paré y me fui asustadísimo a la casa de Fabián Casas. Por lo bajo puteaba a Francia, yo soy un laburante, ¿cómo me va a enganchar en ésta?, me decía a mí mismo. A Fabi le toqué el timbre a las diez de la mañana y le conté todo. Tenía miedo de que me siguieran. Casas me dijo que no pasaba nada, “no van a cargarse un perejil porque sí”.
Desde ese día, escribo todas las mañanas en el MacDonald’s del Abasto de 8 a 12, por si el tren vuelve a pasar en mi vida. Todavía nada. De todas formas, los lectores pueden pasar a conversar conmigo, si quieren.
La cagó, le hizo la mierda, ahora los sicarios del ejército colombiano deben estar festejando, tomándose sus tragos, cumbeanteando como putas, deben estar, qué sé yo, repartiéndose el dinero por las manos, la PC y el reloj de Tirofijo, qué poca cosa son los hombres cuando se traicionan a sí mismos, porque fue un amigo, un fumador compinche el que lo mató por la espalda, no puedo decir traidor, esa palabra es mucho para un compañero que pelea y sufre con vos en la selva... un pobre hombre que luchó toda su vida en la selva contra el Ejército de Colombia y después se da vuelta, se cansa, se pudre, pierde el alma..., digo que deben estar, qué sé yo, muchacho, se sabe tan poco, una se entera de pocas cosas en medio de la selva, deben estar contactándose con empresas norteamericanas, cerrando sus negocitos de mierda, repartiéndose la torta, como dicen en tu país, a mí el dinero me tiene sin cuidado, me encanta que hayas llegado hasta esta poblada de Colombia, por lo menos tu patrón tiene dignidad, me encanta que estés frente a mí, mirarte a los ojos como a cualquier persona que se precie de colombiano. Vos sabés, muchacho, ya se acabaron los colombianos, se acabó el ser, ahora la gente no tiene identidad, el imperialismo los vuelve apátridas, el capitalismo vuelve a todas las personas iguales, como recién salidas de una fábrica de jeans. Mirá, yo puedo hablar de esto, no tuve intimidad, fui su mujer durante 35 años en la selva, muchacho, ¿cuántos años tenés vos? Faaa, ¡43! ¡Usted todavía no nació! Cuando estabas en el vientre de tu madre yo ya hacía guarapas en la selva. Se pasa la vida. La selva, señor, es mucho más que mentalidad andina, que populosa literatura peruana. La literatura es pluma de los pavos reales burgueses, cuando abren sus colas y le muestran al mundo los colores de su raciocinio. Mira, Vargas Llosa escribió mucho sobre la problemática selvática, desde Europa. Pero fijate vos, en Europa no hay selvas. No puede ser, ¡es un insulto! Es increíble cómo España captó a nuestros escritores y los convirtió en pavos reales del pensamiento europeo. Angel Rama, ¡me mataría! Pero Vargas Llosa es lo peor que le pasó al Perú, él y Fujimori. Una vez, lo tuvimos por acá, si lo vieras, parece un alemán, el comandante no lo colgó porque sería un escándalo mundial. Una persona de derecha, que odia al pueblo. Un europeo más de nuestra América. Mira, muchacho, no hay que andar llorando, cada uno estatúa donde estaba y así está bien, ahí lo puso Dios o el diablo. Todavía me acuerdo de Fujimori pisando los cuerpos en la embajada como un héroe, muy popular y ¡fue el mayor corrupto en la historia peruana! Cómo se explica... ¡No me lo expliques! No quiero que nadie me explique nada, para mí el camino son las balas. La gente entiende mejor las cosas con un tiro en la oreja, hijo. ¿Puedo? Usted también es hijo mío, como todos los chicos que mató el ejército colombiano, soldados del pelotón de las Farc. Mirá, hijo, molieron a toda la plana mayor, a todos los cabecillas, los mataron los títeres de Estados Unidos, el ejército colombiano no existe, el enemigo es Estados Unidos. Pero a la selva no la matarán nunca, mientras haya selva habrá revolución y guerrilla. ¡No la podrán talar nunca! Jesús vive en el Quindío, muchacho, se encuentra con Juan, se toman un tinto y aclara que todo el comisionado está en el cielo. Se perdió la guerra, hubo deserciones, lógico, son muchachos, necesitan urgentemente andar con muchachitas, escribe esto, muchacho, las fuerzas revolucionarias de colombianas estuvieron siempre a favor del amor y de la juventud. Si la mayoría – yo los veía– tenían 25 años, pero estaban en edad escolar. Es que, hijo, la selva te escolariza, usted no lo tome a mal, por el lado del amor, siempre hubo deserciones, la gente deja todo por el amor, manda todo al carajo, de hecho yo lo hice; por amor, seguí a ese hombre que todo el mundo demoniza al centro de la selva y de ahí, no salí más, no volví, porque ésta que ve usted aquí, ésta no soy yo, sólo es un cuerpo sin alma, un cuerpo que respeta un ciclo vital, pero mi corazón, mi vida, todo quedó en la selva. Fíjese bien, fueron cuarenta años en la selva, siempre unidos, cuando el ejército se quería meter, los hemos botado, les dimos salida, como dicen ustedes los argentinos, con ese tono tan dulce, tan rioplatense, tan melodramático, como las novelas de ese Manuel Puig, ¡señorazo! ¡Qué sentimental, yo me leía su Mujer Araña en la selva! Yo soy una admiradora del tango, Gardel, Rivero, y un gringuito, ¡cómo se llamaba?, uno que manejaba un bus; excepcional ese hombre, lo escuchábamos por radio en el medio de la selva, su vozarrón, su calidez porteña, y nos meábamos, nos imaginábamos Buenos Aires, la cara del Che, el peronismo, ¡qué país lleno de sueños! Recuerdo que atrapábamos en el aire una emisora clandestina con música de Jujuy, qué linda palabra. ¿Será una palabra indígena? Qué linda palabra, ¿sabe usted qué significará?, yo nunca pude saberlo. ¡Las cosas que me hace acordar! Usted se viene hasta este pueblito, Salerno, para saber más de Tirofijo y yo insisto en hablar del Movimiento que sucedió a nivel mundial y no encuentro las palabras. Porque la guerrilla ha sabido ser un movimiento popular, pero la estupidez de la gente, la droga, la modernidad, el imperialismo con sus armas que ni entendemos se encargaron de impopularizarnos. Nosotros jamás vendimos droga, éramos un movimiento revolucionario. Mire, esto es complejo, andábamos a los tiros por todos lados, no se pueden controlar los movimientos de una organización tan grande, tal vez hubo filas, que vieron ahí un apoyo económico... Copábamos los pueblitos y eso de “cuidado que baja la guerrilla de los montes” nos ponía la piel de gallinas, todavía la gente lo sigue diciendo, la prensa y el mundo, “ojo, que baja la guerrilla de los montes” y los niños toman la leche y se portan bien. Era como decir baja Dios del cielo, el profeta Alá va a apersonarse. Pura adrenalina, sangre pura, aguardiente sólo destinado a los guerrilleros, algo que jamás sentirá un soldado del ejército colombiano o cualquier comisionero pro yanqui. Gozo de la guerrilla. Si todos los lugares, las ciudades, los bares, los corazones hubieran sido tomados por nosotros, Colombia sería otra cosa, pero todo está tomado por sus dueños y Colombia tiene cadena perpetua. Es lo que es. Colombia es un boliche atendido por sus dueños... Nosotros nada que ver, bailábamos y bebíamos, nos llevábamos alimentos, la vida en la selva es dura, usted comprenderá. El ejército, a nuestro paso, destruía todo, tomaba las tierras que hoy mismo administra en la venta de coca, de café, de marihuana, amapolas. Esa gringuita con influencia en el gobierno franchute, La Ingrid, a esa la hicimos jugo de sopa y nos la tomamos toda. Y qué rico sabe el caldo de la burguesía. Seis años de rehén, algún sentimiento guerrillero tendrá. Yo me comí los ojitos dulces, ojos examinadores de la burguesía. Hicimos del secuestro nuestra mejor arma para que nos den bolilla. ¿Los once diputados secuestrados? ¡Los fusilamos a todos! Y uno se nos escapó y contó la verdad a la prensa ciega, que los había fusilado el Ejército. La selva es un lugar anarco, debajo de la lluvia, hay muchos frentes y no existe la justicia. 35 años tratando de domesticar a la selva y a los políticos vendepatrias. Tirofijo, de él quiere usted que yo hable, pero sé tan poco, la vejez chupó la sangre de mi memoria como un piojo. ¿Qué quiere que le cuente? La vida de un hombre que debió bajar de la selva en el año ’62 y se quedó, han pasado casi 80 años... Es un mito, nunca existió: no morirá nunca. Debajo de la lluvia la gente ve doble, ve siluetas, figuras, monstruos que se mueven en todas direcciones, monstruos con armas de miras infrarrojas y usted anda con su mochila, con su remerita andrajosa verde con un escudito de un país que no existió nunca. Incluso en la misma guerrilla, dentro del comisionado se dudó de la existencia de Manuel Marulanda, es como un mito, el sueño de todos puesto en una irrealidad, el deseo de todos puesto en su barba oscura, su busarda de cerveza y su vozarrón estalinista. El sueño colectivo, muchacho, por Dios, tengo 120 años, se habló tanto del sueño colectivo de un centenar de hombres con las armas, un romance con el movimiento libertador, pero fíjese, son palabras tan viejas, denostadas y olvidadas que no tienen sentido. Mire detrás suyo, a través de la ventana de este bar, en esa colina, ¿qué ve? ¿La selva? ¿El futuro? ¿El Ecuador? ¿El sol inasistiendo en su negligencia revolucionaria de prenderlo fuego todo? ¿Una pantalla de una computadora portátil que permitió el fin de todo? ¿Qué ve, encima o debajo de esa nube, sobre esta mesa, en la transparencia de esa botella de vino, en la dureza del entrecejo del mozo que nos mira como extranjeros? ¡Cuántas nubes, cuánto verde, cuánto muchachas preciosas! Hijo, dígame fuerte, ¿qué ve? ¿El sueño de Colombia? Pero no sólo el sueño de un país pequeño, sino el sueño de un gran continente, el sueño imposible de alcanzar que, sin embargo, alcanzamos, tocamos apenas con los dedos y se fue. ¿Qué ve? ¿La libertad vestida de putita stripper? Eso es la selva, hijo, ahí vive la revolución, es el cielo verde, nos está esperando y dentro de la selva, la lluvia, los animales, un centenar de hombres solos, aislados, muertos de hambre, pensando y sintiendo vaya a saber qué cosas, mientras la gente en las ciudades, acá cerquita nomás, en Pereira, la gente anda en micro, toma su cerveza en el bar, mira las vidrieras, les compra un corrito a sus hijos, vive su vida cívica, su democrática complacencia, hijo, este olor a nicotina, mire ese niño de diez años, bueno es un dealer, qué palabra usan ahora, dealer, todo se ha degenerado para el carajo, antes agarraban las armas ahora venden drogas baratas y les dicen dealears, a juancitos, a victores, a luismis, hijo, usted es periodista, ponga esto con letras grandes y claras, hemos sido derrotados, pero ahí está la selva, con ganas de levantarse, ahí, nos espera, con su llovizna, su garúa, como le dicen ustedes, a que volvamos, a que tengamos la valentía de sostener el sueño, ya sé, ya sé, viajó usted tanto para que una vieja loca lo aburra, usted quería escribir una nota sobre Tirofijo, pero no existe, muchacho, lo que existió fue el movimiento, la guerrilla, la selva.
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