› Por Ana María Shua
El cuento por su autor
A fines de 1979 gané un concurso convocado por la editorial Losada y así conseguí publicar mi primera novela, Soy Paciente. Como escritora joven, en la época de la dictadura tenía poca competencia y accedí rápidamente a una módica fama dentro del ambiente literario. Poco después un diario importante me pidió, para su suplemento cultural, un cuento de setenta líneas (no existían las computadores y nadie calculaba los caracteres). Escribí primero “Fiestita con animación”, un cuento en el que una nena, en su fiesta de cumpleaños, hacía desaparecer a su hermana con un truco de magia y nunca más la volvían a encontrar. Lo llevé al diario y unos días después me llamó un editor del suplemento para decirme, muy amablemente, que no podían publicarlo y que por favor les escribiera otro. Era la primera vez que un medio importante me iba a publicar un cuento y yo pensaba que estaba a punto de perder una de las grandes oportunidades de mi vida. Muy insegura y preocupada pensé que lo habían rechazado por mala literatura. Tardé años en darme cuenta de que en ese momento el diario no se atrevía a publicar un cuento en el que había una desaparecida. Entre tanto, ya con muy poco tiempo, intenté escribir otro. Así fue como nació una primera versión, más breve, de “La señora Luisa contra el tiempo”.
Nadie puede saber lo mucho que este cuento tiene que ver con la muerte de mi padre. No aparezco yo, ni siquiera mi alter ego, y tampoco mi padre, ni siquiera transformado. Y sin embargo.
Sin embargo, a esa edad, esa era mi única experiencia del dolor ante la muerte. Hacía ya seis años que el corazón de mi padre se había detenido, de pronto y para siempre. Y la pena extrema, devastadora, que sentí en ese momento seguía produciendo agradables consecuencias literarias. Como bien dice Pessoa, quien escribe literatura hasta finge que es dolor el dolor que de veras siente. En nada me parezco a la señora Luisa, excepto en ese dolor que compartimos. Sólo que a ella, en mi cruel omnipotencia, la hice sufrir todavía más: le maté a un hijo.
Muchos años después, en una entrevista pública que me hicieron en una universidad alemana, un profesor muy inteligente me preguntó si yo consideraba que “La señora Luisa” se inscribía en la tradición de la literatura fantástica en la Argentina. Yo había dormido mal la noche anterior, estaba atontada, y me lancé cuesta abajo en una larga disquisición sobre el papel de la fantasía en nuestra literatura de ficción, la importancia de la famosa Antología de Borges-Bioy-Ocampo, la presencia de lo fantástico en Arlt y en Cortázar. Después que haya leído el cuento, el lector entenderá mejor por qué estaba diciendo tonterías.
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