El cuento por su autor

“La conciencia de lo que se escribe es muy difícil de apresar”, dijo Juan Gelman a este diario en agosto de 2013. “A veces escribía siete, ocho poemas a la noche, me iba a dormir, me levantaba y no recordaba ninguno de los textos escritos. Tenía que volver a leerlos para saber de qué se trataban.” Sin ánimo de compararme con el maestro más que en este azoramiento, confieso que con “Resurrección” me ocurre lo mismo. Sólo sé que lo escribí para el número 26 de la revista Lamujerdemivida, porque así lo asevera el sumario que figura en Internet. ¡Pero ni siquiera sé de qué fecha se trata, porque no figura en ninguna parte!

Un cálculo grosero (edad actual de la revista, menos la edad que tenía en aquel entonces) sugiere que fue escrito hace ocho años. Pero esa precisión no arroja luz alguna sobre las circunstancias de su creación. ¿Quién era yo por entonces, qué experiencia me sugirió la idea, por qué me desvelaba la necesidad de segundas oportunidades en la vida? Tal vez valga la pena atribuir la idea a la esquiva naturaleza de mi memoria. Suelo pensar que las anécdotas que amigos me cuentan de lo que hice o dije, por ejemplo, en los ’80, no me ocurrieron a mí sino a un otro yo, un Figueras de eras geológicas ya enterradas en lo más profundo de mi ser, en quien apenas me reconozco. Alguien tan, pero tan distante de mi presente, como podría estarlo una encarnación previa.

El narrador de “Resurrección” piensa en su vida anterior como el borrador de un texto, al que su insólito presente le da oportunidad de corregir. Yo rescato “Resurrección” como borrador que fue (¡sin saberlo yo!) de un deseo que recién hoy se me desnuda con claridad: el de regresar a los géneros que constituyeron mi puerta de entrada a la literatura (escrita así, con minúsculas gelmanianas), cuando era un lector a secas, y que ahora quiero, o al menos necesito, practicar como escritor, superada ya la inseguridad que me impulsó, durante aquella encarnación previa en cuyo espejo me desconozco, a flirtear con la Literatura.