› Por Rodolfo Rabanal
El cuento por su autor
El origen de este cuento se pierde en el tiempo. No recuerdo siquiera las circunstancias durante las cuales lo escribí. Supongo que ha de haber sido hacia 1985, ya en Buenos Aires, después de los años franceses, y debido –eso sí lo retengo– a la lectura de Valery Larbaud sobre la selección de fragmentos que Nathaniel Hawthorne había reunido para catalogar principios posibles de historias que, en rigor, jamás escribió.
El hecho de que lo fantástico configure la realidad y que nuestra conciencia contribuya a que ésta funcione como funciona –desde la exactitud al caos, del capricho a la sensatez– me condujo a la trama de Sarah, un sutil encuentro amoroso que alcanza la emoción a partir de un pacto “inteligente” entre un hombre y una mujer, ambos extranjeros en un contexto asimismo extranjero.
La idea del azar operando en la trama corre pareja con la idea del juego cuya desembocadura es la sorpresa. Pero es indudable que la cuestión central en la factura de esta corta pieza tiene que ver con la convicción que atribuye a todo trabajo literario otro, u otros, trabajos anteriores. Es la ficción la que produce nuevas ficciones, es la poesía la que incita a la poesía, es la lectura la que lleva a la escritura. Hasta tal punto es así que la simiente de este cuento ha de figurar, seguramente, entre las cuarenta y cinco ideas de Hawthorne que Valery Larbaud tradujo al francés y coleccionó en su libro.
Suelo recordar con curiosas precisiones los momentos y los lugares donde escribí muchos de mis textos pero, como dije, me resulta imposible enfocar el lugar y la fecha donde imaginé y construí este cuento. ¿Era verano, era invierno? Sé que esos detalles nada significan porque no alteran el resultado, cualquiera sea éste, pero mi obsesiva preferencia se inclina por valorar el entorno, la época, los lugares habituales de la escritura y, de ser posible, el estado de espíritu que me acompañaba o acompaña toda vez que emprendo algún trabajo parecido. En consecuencia, quizá me convenga inventar y suponer que era otoño y que, siendo otoño en Buenos Aires, me puse sin saberlo a añorar París, y entonces fue saliendo este cuento.
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