Dom 04.01.2015

VERANO12

Ellos, nosotros

› Por Guillermo Saccomanno

El cuento por su autor

Acá, en el Bajo, en esta zona, están cerca las terminales Retiro de trenes y ómnibus, la Villa 31 y también el puerto. Puede respirarse, además de la brisa dulzona que sube del río, la marginalidad. Los pibes chorros, los drogones tumbados, el puterío, los canas mirando impasibles cómo se matan víctimas contra víctimas. También cerca, ajeno, Puerto Madero. En una de las sendas peatonales alguien escribió: “Camino de la corrupción”. Acá en el Bajo, por las noches, suben hasta este departamento los gritos y los golpes, los ecos de las peleas callejeras. Una puta veterana se agarra con las compañeras y después con la policía. La trifulca se expande en la calle. Cuando parece apagarse, recomienza. Horas así. Hace poco, una madrugada, hubo una batalla entre pibes de la calle. Podían oírse, además de los insultos, los alaridos, los palazos. Después, tarde, una sirena. Cuando bajo en las mañanas y camino el barrio veo a los humillados y ofendidos durmiendo bajo lonas y cartones en las recovas. No me sorprendo cuando veo un cuerpo en posición fetal que se abrigó dentro de un cajero automático. También acá a la vuelta, acá nomás, en la esquina de un hotel NH, a pasos de la entrada, unas pibas y pibes tirados, durmiendo después de la falopa y unas botellas. Una mañana varios de ellos se ensañaron con un viejo ciruja que arrastraba unas bolsas y cargaba una mochila. Un fierrazo en la espalda lo derribó. Se levantó como pudo. El viejo apenas pudo salvar lo que llevaba puesto. La mochila quedó tirada. Más tarde me la mostró el kiosquero. Tenía la esperanza de volver a ver al viejo. En la mochila había una dentadura postiza.

Este cuento lo escribí una madrugada de frío y lluvia, después de ver en la otra cuadra a una piba, en un pórtico, dando de amamantar. Sentí rabia. Rabia no sólo por esta realidad. También rabia contra los consorcistas que piden seguridad y despotrican contra la negrada. Según su ideología clasemediera, los responsables de la miseria son las mismas víctimas. “Estamos en peligro”, escuché más de una vez. “Estamos en peligro.” Me imaginé una versión radicalizada de “Casa tomada”. No me propuse superar la escritura de Cortázar. Apenas emplear su trama como trampolín. No es, me digo, el cuento que más me gusta de los que escribí. Intentaré explicarme. Si no me gusta este cuento, tampoco la realidad que vivo.

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