› Por Paula Pérez Alonso
El cuento por su autor
Escuché esta historia sentada en un café mientras esperaba a un amigo. El hombre de la mesa de al lado se la contaba a su mujer con una intensidad que me hizo prestarle atención. Alzaba la voz, excitado por el hallazgo. Me gusta escuchar conversaciones ajenas en los bares, restoranes, aviones; me gusta atender a los diálogos, imaginar la vida de seres desconocidos al asomarme a un mínimo fragmento del que me participan sin saberlo. Ese relato incompleto me impulsó a escribirlo y, a medida que lo hacía, se revelaba un mundo particular, desconocido hasta entonces. En el trasfondo hay una aspiración a la verdad, a pesar de que se sabe, bien o mal, que la verdad no existe. (Que exista un deseo de verdad no quiere decir que la verdad exista.)
Siempre me atrajeron las historias en las que involuntariamente alguien no puede evitar caer en todos los casilleros que lo llevan a un destino trágico. Atraídos como los mosquitos a la luz, que los terminará quemando, siguen un designio inexorable; parecen obedecer instrucciones de un enemigo íntimo susurradas al oído.
Son historias contingentes y atemporales.
Nunca está de más aclarar que cualquier parecido con la realidad es un accidente.
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