Mié 24.01.2007

VERANO12  › PRIMERA PARTE

Mario Vargas Llosa X Tomas Eloy Martinez

20 años en el espejo: Los reportajes de Página/12 que testimonian dos décadas de la cultura, la sociedad y la política argentinas

› Por Tomas Eloy Martinez

Publicado el 9 de mayo de 1993

En la primavera, la noche cae temprano sobre Princeton. A las ocho ya no se ve a nadie caminando por las avenidas arboladas, siempre silenciosas. Las torres austeras de la Universidad se deslíen en la penumbra. En la calle principal, Nassau Street, se cierran casi a un tiempo las persianas de las tiendas Woolworth y de la bien nutrida librería Micawber. Enfrente, tras las verjas que circundan el campus, unas luces tenues iluminan las ventanas del edificio amarillo donde funciona el Latin American Studies Program, dirigido por Acadio Díaz Quiñones.

Adentro hay una sala de conferencias con una gigantesca mesa oval, a cuya cabecera se han sentado algunos de los más notables investigadores del continente. Contra la pared yacen, vacías, algunas decenas de sillas. Fue allí donde, a fines de abril, el Latin American Studies Program y este suplemento de Página/12 organizaron una conversación a puertas cerradas con Mario Vargas Llosa, quien llegó a Princeton a comienzos de año como profesor visitante del Council of the Humanities.

Un par de veces por semana, el novelista de Conversación en la catedral y de La guerra del fin del mundo, ex candidato a la presidencia del Perú, dicta allí clases en inglés sobre seis narradores latinoamericanos ya traducidos: Arguedas, Bioy Casares, Borges, Cortázar, Onetti, Rulfo. Cada tanto, da conferencias a las que acuden multitudes (lo que se entiende por multitudes en el ámbito exclusivo de una universidad como la de Princeton: nunca más de cien personas), o toma el tren de la noche para ir al teatro, en Nueva York. No puede ocultar su entusiasmo por la última obra de David Mammet, Oleanna, que lo mantuvo durante dos horas “sentado”, como él dice, “en el borde de la butaca”.

Teme que su viaje a Buenos Aires, previsto para el 14 de mayo, sea una maratón de fatiga. No ha regresado desde el estreno de La señorita de Tacna, hace más de una década, y aún recuerda con añoranza el momento en que llegó por primera vez, en 1965, y pudo caminar por Corrientes, Florida y Santa Fe con el anonimato que le consentían su juventud extrema (tenía entonces menos de treinta años) y la difusión restringida de sus dos primeras novelas, La ciudad y los perros y La casa verde.

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