› Por José-Luis de Vilallonga
Bajo el seudónimo de Alicia Campbell se esconde una de las personalidades más evidentes del “Smart Set International”, familiar del ambiente inmediato de Aristóteles Onassis desde hace muchos años.
Amiga íntima de Tina Livanos, primera mujer del armador, y de Maria Callas, Alicia Campbell ha sabido al menos ganar la confianza de Jackie Kennedy, la “bella americana” que sin embargo no atrae la simpatía de todos los amigos del millonario griego.
Esta larga conversación sin orden ni concierto entre Alicia Campbell y Aristóteles Onassis es el resultado de una serie de entrevistas “fortuitas” en París, Nueva York, Londres, la isla de Scorpios, Capri, etc.
La amistad no impide que Alicia Campbell sea una observadora extralúcida. Con un humor específicamente anglosajón –es decir feroz y exacta como un escalpelo–, sabe desmitificar la personalidad compleja de aquel de los dioses griegos que, “después de Icaro, se ha aproximado más al sol” –sin haberse quemado las alas–. Dejen que en este capítulo le pida prestados sus recuerdos y las confidencias que supo obtener.
Aristóteles Onassis, Ari para sus amigos. Está sentado a mi lado sobre un muro que denomina desde lo alto la “Canzone del Mare”, o sea la piscina más sofisticada de Capri. Lleva un pantalón de tela desteñida, anteojos negros. Está con el torso desnudo. El hombre vale hoy millones de dólares. De esos dólares que siempre han sido pesados. Posee la primera flota privada del mundo: 100 barcos que suman un total de 4.859.400 toneladas. Ha abierto una cuenta de banco de 35.000.000 de dólares a su hija Cristina. Hizo otro tanto para su hijo Alejandro el día en que éste renunció a su matrimonio con la más bella de las ex maniquíes inglesas: Fiona Campbell-Waters, antigua baronesa Von Thysser, “that golddigger”, como dice amablemente Jackie Kennedy, lo que hace sonreír a no poca gente. Muy últimamente, el gobierno de coroneles ha anunciado oficialmente la firma de un contrato con Onassis sobre una inversión de 600.000.000 de dólares en Grecia.
–¿Eso es exacto?
–Aproximadamente. Pero todavía no he “puesto” nada.
Sonríe y eso siempre es un poco terrible. De pronto siento deseos de tocarlo. Para ver si verdaderamente existe. Es pequeño, rechoncho, tiene la piel oscura, los ojos negros, la sonrisa titilante. Trata a las mujeres como los pastores de su país tratan a las cabras. Y a los hombres, a menudo, como a perros. Me fascina.
María Helena de Rothschild ha dicho de él: “¡Es bello como Creso!”. Onassis lo ignoraba. Ríe muy fuerte. Su garganta de bucanero se cubre de arrugas.
–¿Sabes –le digo– que para muchas mujeres eres un hombre terriblemente seductor?
Ríe más y se encoge de hombros.
–En Grecia se dice: a veces basta una noche para hacer de un hombre un dios.
Se levanta y da unos pasos. Su pantalón está mal cortado. Deformado por todas partes. Se lo hago notar y le recomiendo un pequeño sastre excelente, detrás del hotel Quisiana, que trabaja para Emilio Pucci.
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