› Por Martin Amis
Salman Rushdie, el autor de esa novela tan comentada que se titula Los versos satánicos, sigue con nosotros. Uno siente la necesidad de destacar ese hecho: que sigue por aquí. Ha caído en una trampa o en una farsa; está condenado a representar sus propios temas de exilio, ostracismo, dispersión, reinvención personal; habita una especie de país de sombra, pero está formidablemente vivo. El Debate Rushdie ha llegado a un punto de agotamiento en el que nadie parece capaz de hablar con naturalidad. En ese sentido, ya han triunfado las fuerzas contrarias al sentido del humor. La vida de Rushdie ha quedado distorsionada de forma permanente. Pero afirmo aquí que su humanidad sigue entera y sin merma.
Los encuentros directos con él siguen siendo infrecuentes y tortuosos. Si se quiere ver al Minotauro hay que entrar en el laberinto de sus medidas de seguridad. Sin embargo, entrevistas y acercamientos siguen siendo corrientes entre sus amigos: Rushdie, a media noche, proponiendo recitar las obras completas de Bob Dylan; o viendo la Copa del Mundo por televisión el verano pasado (con sus despiadadas imitaciones de los comentaristas deportivos); o cayendo al suelo en una demostración muy ambiciosa y agachada del twist; o comiendo pizza y escuchando a Jimmi Hendrix. La situación de Rushdie es verdaderamente maniquea, pero él no es ni dios ni diablo, sólo un escritor, cómico y versátil, irónico y ardiente. Para soportarlo, Rushdie acaba de producir una novela desafiante, animosa y caballeresca, un libro infantil para adultos titulado Harún y el mar de las historias. Hay momentos en que la situación de Rushdie es como una divagación sin sentido, un accidente caótico, otras veces parece sumamente importante y ejemplar. Imagino que los amigos de Rushdie piensan en él todos los días. Pero sus amigos escritores, sospecho, piensan en él cada media hora. Sigue con nosotros. Y estamos con él.
–Cuando me enteré de la noticia, pensé: Soy hombre muerto. Ya sabes: Se acabó. Un día. Dos.
Esta entrevista se celebró en septiembre, en Lugar Secreto. Nos encontramos mediante un procedimiento que Harún llamaría P2C2E: Procedimiento Demasiado Complicado de Explicar.
–En esos momentos uno piensa toda clase de cosas sentimentaloides. En la imposibilidad de ver cómo crecen los hijos. De llevar a cabo lo que uno quiere hacer. Curiosamente, esas cosas duelen más que la sensación física de la muerte. En cierto modo no puede entenderse esa realidad.
La realidad parecía ser generalmente esquiva el 14 de febrero de 1989, día de la fatwa de Jomeini. Hasta el cielo, según recuerdo, estaba inexplicablemente radiante. Rushdie se enteró de la noticia cuando lo llamaron por teléfono de la radio para pedirle su impresión. “¿Qué sensación le produce estar sentenciado a muerte por el ayatolá? ¿Puede decirme una frase?” Logró decirla (“Sabe Dios lo que habré dicho”), y luego se precipitó por la casa, echando cortinas y postigos. Después se dirigió como un sonámbulo a una entrevista para el programa matinal de la CBS, y asistió a lo que sería su última aparición pública: el servicio fúnebre de un amigo íntimo, Bruce Chatwin.
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