VERANO12 • SUBNOTA
Cortázar escribió que cada vez que percibía en su cabeza la semilla de un posible cuento debía correr a la máquina para escribirlo “como quien se saca de encima una alimaña”. No me ocurre lo mismo, desgraciadamente no siento la necesidad inmediata de escribir ni siento la latencia de un posible cuento como el acecho secreto de una alimaña que de no ser puesta en palabras me comerá el seso. Pero la latencia la siento. Sin embargo la semilla de un posible cuento no representa para mí un bicho infecto, no, simplemente un posible animal que debe emerger completo. Se trata a veces de una bestia feroz y grande, a veces de una laucha –en el caso de los microrrelatos pienso en insectos, pero esa es otra historia–. Lo importante, siempre, es que el cuento acabe por adquirir completa corporeidad, que no le falte ni una pata o un bigote, pero que tampoco le sobre nada. Absolutamente nada debe sobrar. Eso es el cuento: la precisión de una pieza o de una presa, íntima y autónoma.
En mi caso particular, a veces un cuento nace de unas palabras escuchadas al azar, o de una oración que se me aparece solita, o quizá de una breve anécdota que me han contado y que yo rediseño para encontrarle la secreta metáfora, el sentido profundo. A veces se trata de simples personajes que surgen de la nada, y que al ir escribiéndoles la historia su vida se va desarrollando ante mis ojos como si hubiese estado escrita de antemano en alguna parte. Después se trata de corregir y corregir para pulir el texto al máximo, por supuesto, sin por eso cortarle las alas o estancarlo.
La génesis de “Black Alice” es nueva para mí, en cuanto a escritura de cuentos se trata. Este correo electrónico que es un cuento roza la cruda realidad para irse hundiendo en la más sabrosa y anegadiza fantasía. No quiero develar las claves para no contar la historia de antemano, sólo puedo decir que mi llegada nocturna a Viena fue verdadera así como el festejo en el que hube de aterrizar, y también fue cierta la posterior llegada de Alicia Dujovne a mi casa de Buenos Aires, de regreso de su verano en Granada habiendo vivido años en París con múltiples viajes a la patria. Cierta también la historia de su dirección de mail antigua que había sido hackeada, y la invitación nunca recibida a Viena. El resto es puro cuento, como quien dice, que lancé aquella tarde junto a Alicia, al proponerle la idea. Ella aportó lo suyo y reímos durante horas. Continué riendo sola esa misma noche cuando escribí esto que envié de inmediato a mis amigas de Viena vía Internet, como si fuera real. Un poco las asusté, pero enseguida comprendieron. Ustedes también comprenderán, y espero que rían con nosotras.
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