VERANO12 • SUBNOTA
El final de Birdie de Alan Parker es uno de los más luminosos que recuerdo dentro de un contexto que era de lo más triste y opresivo. El personaje de Nicolas Cage se desespera creyendo que el de Mathew Modine se acaba de suicidar arrojándose al vacío. Cage corre hasta el borde del edificio desde donde se largó su amigo, y en lugar de descubrir un cadáver despatarrado en el medio de la calle, se encuentra con un techo lindante por el que continúa escapando Modine; que se da media vuelta y como si nada le pregunta: “¿Qué?”. La pantalla se funde a negro y acto seguido suena “La bamba”, generando una sensación de alivio y de catarsis que me parece única. Porque el Birdie de Modine es un personaje que va a morir con las botas puestas. Fiel a lo que es. Incluso a su locura.
Siempre quise hacer algo que se acercara a esa sensación. A lo que a mí me dio esa escena y esa película. Y como hacía rato que tenía ganas de escribir sobre mi abuelo, y como todos mis recuerdos de varios viajes a Tucumán empezaron a estar muy presentes desde que hice el relato “El fantasma y la oscuridad” para la antología Un grito de corazón y mi novela Sacrificio, fue que nació lo que van a leer en estas páginas.
La música es algo que también siempre tengo presente a la hora de sentarme frente a la PC a laburar. “La bamba”, y en especial la versión de Los Lobos para la película con Lou Diamond Phillips como Richie Valens, me servía lisa y llanamente para ubicarnos temporalmente en los finales de los ‘80. Y para hacernos comulgar a mi abuelo, a mi papá y a mí en una canción que en su momento cada uno escuchó y la sintió popular y para nada ajena. Pero conforme iba craneando la historia me di cuenta de que por usar el mismo tema que Alan Parker no iba a lograr el efecto que estaba buscando.
Si hubiera escrito sobre mi papá y yo, la canción hubiera sido una de Creedence. De cabeza. Pero como se apareció el abuelo Ubil, había que buscar una con la que nos hubiéramos prendido los tres. Ninguno de nosotros fue tanguero. Con el folklore por ahí el abuelo se identificaba más y mi viejo algo se podía arrimar, pero yo necesito sí o sí pasarlo por Divididos o Doña María.
Y justo cuando empezaba a trabarme en el qué escuchamos, me di cuenta de que este relato en realidad iba por el vicio compartido, heredado y en el que descollamos estas tres generaciones de Oyolas; y en el que espero dibujen mi hijo Ramón y mi sobrino Tomás: el ir a bailar.
Entonces, con la de Creedence no le hacíamos justicia al abuelo. Pero, tomándome una licencia, con el Fogerty solista yo creo que sí. Por la música country que a mí me da un pulso para hacer un híbrido del que estoy orgulloso de explorar como lo es el locro-western. Le puse al cuento Casi sábado a la noche por el título de una canción de John Fogerty. Pero el tema que para mí suena después del punto final del relato es un cover que el gran John canta a dúo con otro grosso como lo es El Jefe, Bruce Springsteen: “When will I be loved.
Yo no tengo banda ancha porque me distrae y mucho para escribir. Voy al cyber dos o tres veces por semana a revisar y contestar mails. Pero si ustedes son como los que hicieron al Hombre Nuclear y tienen la tecnología de su lado y pueden hacerlo; si no es un abuso: tengan en punta en YouTube esa canción y ni bien lean el último párrafo de mi cuento, por favor pongan play. Si están solos y se encuentran moviendo la patita, si están con alguien y se animan a bailar con los pasos que les salgan, sepan que van a honrar a mi abuelo y que quien escribe va a dar por hecho que les hizo pasar un buen momento. Y ésa, para los que nos dedicamos a esto, es una moneda que vale mucho-mucho-mucho.
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